Entre el “vuelva usted mañana” y el rábano por la hojas
En su tan inmortal como tronchante pieza Vuelva usted mañana, Larra habla de un caballero francés que decide venir quince días a Madrid para solucionar unos asuntos. Para su estupor, mes y medio más tarde aún no ha logrado solucionar siquiera el primero. El narrador lo explicaba así: “Vuelva usted mañana –nos dijo el portero. –El oficial de mesa no ha venido hoy. –Vuelva usted mañana –nos dijo al siguiente día–, porque acaba de salir. –Vuelva usted mañana –nos respondió al otro–, porque está tomando café”. Larra encabezaba su artículo diciendo que la pereza no era uno sino “el” pecado nacional por excelencia. No estoy de acuerdo con don Mariano José. No suscribo el topicazo según el cual en España se holgazanea y sestea sin tasa. Mentira es que se empiece trabajar más tarde que en ningún otro país de nuestro entorno y cierto, en cambio, que se acaba dos, tres y hasta cuatro horas más tarde que en ninguna otra parte. De hecho, a las 17 horas, cuando el resto de los europeos acaban su jornada laboral, aquí comenzamos la jornada vespertina. Dicho esto, somos el tercer país con menos productividad por hora trabajada, según afirman todos los estudios realizados al respecto. “Esto es así por el postureo del presentismo. La gente confunde largas horas de trabajo con rendimiento” –explica el profesor José María Crehuet, autor de La conciliación de la vida familiar y personal, mientras que Nuria Chinchilla, catedrática del IESE, que ha realizado otro estudio al respecto, señala que empresas que concilian, como IBM o Repsol, por ejemplo, logran un 19 por ciento más de productividad y un 30 por ciento menos de absentismo laboral. También resalta que en empresas que no concilian, entre colegas está mal visto el que se levanta a su hora y se va, de modo que se trabajan muchas horas no remuneradas. Hace poco, la ministra Báñez anunció que era intención del Gobierno impulsar un pacto nacional por la conciliación y racionalizar los horarios. Entre otras cosas, propugnaba facilitar que la salida fuese a las 18 horas. También proponía que las televisiones adelantaran el llamado prime time para evitar que, como ocurrió no hace mucho en la televisión pública, el nombre del ganador de su concurso estrella se conociera a las dos de la madrugada. De derecha y de izquierda, de arriba y de abajo, la respuesta fue unánime: la llamaron de todo menos bonita. He aquí solo algunos de los reproches que se le hicieron. Que era fascista decir a los ciudadanos a qué hora tenían que dejar de trabajar o irse a la cama; que cómo los bomberos, los médicos o los camareros iban a dejar de trabajar a las seis de la tarde; que quién era ella para cambiar nuestras costumbres ancestrales… Es evidente que ciertas profesiones no pueden acabar su horario laboral a las seis pero otras muchísimas sí y, como se ha demostrado, con mayor rendimiento, satisfacción y libertad. En cuanto a cambiar costumbres ancestrales o propugnar que se vuelva a casa más temprano, nadie obliga a quien no quiera hacerlo. Tan solo da, a quien sí desea pasar más tiempo con su familia (mujeres, por ejemplo, que por lo general se ven en la situación de tener que elegir entre sus hijos y sus aspiraciones profesionales) la posibilidad de hacerlo. No, para mí la pereza no es ese pecado español primordial sobre el que tanto ironizaba Larra en su Vuelva usted mañana. El que me llama más la atención es otro que “le gustaba resaltar a Ortega: el de coger siempre el rábano por las hojas”. Verbigracia, desechar una idea nueva quedándose en lo chusco, lo epidérmico sin intentar ver que quizá pueda ser útil e incluso egoístamente mucho más ventajosa que el viejo y con frecuencia absurdo status quo.