Por la boca muere el pez
Flaubert, el misántropo pero muy observador padre de Madame Bovary, tenía una afición a la que dedicó años de su vida: coleccionar fórmulas y frases estereotipadas que las gentes de su alrededor pronunciaban para parecer inteligentes o enteradas. Con ellas compuso su Diccionario de lugares comunes, en el que recogió todos los topicazos, frases hechas y bobadas varias que oía aquí y allá. Según Milan Kundera, el descubrimiento flaubertiano es para el porvenir del mundo más importante que las más turbadoras ideas de Marx y Freud. “Porque —dice— puede uno imaginarse el porvenir del mundo sin lucha de clases o sin psicoanálisis pero no sin el irresistible incremento de las ideas preconcebidas que, una vez inscritas y propagadas por los medios de comunicación, amenazan con transformarse en una fuerza que muy pronto aplastará cualquier pensamiento original e individual ahogando la esencia misma de la cultura europea”. Kundera añade que hoy todos sabemos lo que es “correcto” opinar sobre temas tan heterogéneos como el feminismo, el cambio climático, la causa judía o la diversidad sexual. Y salirse del guion es peligroso, por no decir suicida, de modo que en estos y otros muchos asuntos, todos optamos por el caminito trillado. En realidad, el ser humano se ha debatido siempre entre dos anhelos en apariencia antagónicos, ser original y, a la vez, no desentonar con el resto de la manada. Como ser original requiere talento, la mayoría opta por ser estrafalario, extravagante, cuando no patéticamente ridículo. En cuanto a no desentonar, todos seguimos —conscientemente o no— eso que llamamos moda y que no solo está relacionado con la vestimenta sino con todos los aspectos imaginables. Las sensibilidades en materia de política, por ejemplo, las elecciones profesionales o incluso las inclinaciones sexuales. Pero volvamos a Flaubert y su Diccionario de lugares comunes, porque también estos están, cómo no, relacionadas con las modas. Decía él que un topicazo comienza muchas veces siendo una genialidad pero que, a fuerza de repetirlo hasta la náusea, acaba convirtiéndose en estomagante. Así, inspirado, fue quien primero comparó los dientes con perlas o los labios con rubíes pero ¿cuánta obviedad ha llovido desde entonces? Inspirado estuvo también García Márquez al titular una de sus novelas Crónica de una muerte anunciada. Pero, ¿qué talento tienen los innumerables periodistas que desde entonces y creyéndose muy originales remedan la frase para hablar de “Crónica de una dimisión (o de una alianza, o de una caída, de una boda o de una … —rellénese los suspensivos con lo que les dé la gana—) anunciada”? Últimamente se ha puesto de moda parafrasear también cierto extracto de Conversación en la catedral. Y, como este reza “¿En qué momento se nos jodió el Perú, Zavalita?”, calculen lo multiusos que ofrece para tertulianos y opinadores con ganas de parecer leídos y escribidos. Mi amigo Gaspar Marqués, que es tan poco amante de las obviedades como Flaubert, ha incluido en su interesante libro Escribir ficción frases y latiguillos que todos usamos a diario. También una lista de palabras actuales que sin duda habría encantado al autor de Bouvard y Pécuchet. Entre ellas entresaco algunas que ya son como una plaga y que consiste en trocar un término de uso habitual por otro que parece más culto, lo que crea exactamente el efecto contrario. Expresiones como “problemática” por “problema”, “analítica” por “análisis”, “temática” por “tema”, “hidratarse” por “beber”, o “fragancia” por “perfume”. También añadir el sufijo “super” a todo y a todos, o repetir hasta el aburrimiento el último grito en topicazos, el recién importado anglicismo “empoderar”. Sí ya sé lo que están pensando. Que todos utilizamos varias de estas muletillas a diario. Pero precisamente por eso habría que evitarlas. No solo porque el lenguaje nos delata y describe nuestras carencias y deseos frustrados sino porque sirve para comunicarse, y usar palabras gastadas no comunica nada de nada. Hay quien sostiene que las jergas de moda y los conceptos prefabricados acercan a las personas pero yo soy más de la opinión de Oscar Wilde, cuando decía aquello de que el que no piensa por sí mismo no piensa en absoluto.
A mí me gustan los refranes populares. Un saludo.