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«El espionaje es la profesión más antigua del mundo»

La autora presenta ‘Licencia para espiar’, donde aborda el papel de la mujer en este terreno, en el Aula de Cultura de ABC el próximo jueves 10 de noviembre.

Vivos y muertos la andan ahora buscando, pues ha destapado un montón de secretos. De forma cronológica, Carmen Posadas se remonta hasta el Antiguo Testamento para adentrarse en la historia del espionaje a través de una serie de casos con protagonismo femenino; mucho menos tratados por la literatura y el cine. Eso es: ha espiado a las espías. Por eso su ‘Licencia para espiar’ es una ficción sin milongas que permite al lector contemplar desde la mirilla de un sinfín de puertas. Tiempos romanos, la lejana India, el medievo, el Siglo de las Luces, la Unión Soviética… La prolífica escritora vuelve al mercado con una narración documentada para sacudir mentes y ojos. El próximo jueves 10 de noviembre la presenta en el Aula de Cultura de ABC, en la Fundación Cajasol, a las 19.30 horas. El poder de la información, alcobas en las que obtenerla, armas como el sigilo y la seducción, el veneno, la traición… De todo hay en este envite hacia el terreno de lo ignoto, la crueldad y sutileza.

—De niña se trasladó a Rusia con su familia y conoció a los primeros espías. Su interés por este campo, por tanto, parece precoz.

—Estaban tan obsesionados con el espionaje que hasta la embajada del Uruguay, donde vivíamos, estaba repleta de micrófonos. No sé qué secretos nucleares pensaban obtener allí. A veces se invertían esos micrófonos y los escuchábamos nosotros a ellos. Era como vivir dentro de una novela detectivesca.

—¿Cómo documentarse para abordar lo que siempre se ha tratado de mantener oculto?

—Pues a través de unos libros muy sesudos. Un contacto del CSIC me proporcionó bibliografía. Entonces leí lo más aburrido de la Tierra sobre un tema apasionante. Conocemos la guinda del pastel. La parte burocrática es muy eficaz, pero un tostón. A mi hermana Dolores, que habla ruso, le ofrecieron ser espía. Le encantó la idea hasta que supo que debía escuchar horas de Radio Moscú.

—¿Realidad o ficción? Los Coen ya se rieron de eso de «Basado en hechos reales» en ‘Fargo’. A ellos solo les importa la propia historia. ¿A usted?

—Como lectora, siempre me pregunto qué ha inventado el autor, así que trato de acercarme a la realidad poniendo el foco en lo atractivo. La literatura es tan poderosa que a veces modifica la historia, tal es el caso del Richelieu de Dumas. Yo no quería eso.

—Al contrario de lo que pueda pensarse a priori, muchas de estas espías son víctimas. Nada de James Bond ni gran parte de las pericias contadas por Graham Greene.

—En el mundo hindú reclutaban para comer veneno. Las convertían en armas mortíferas. Cuando crecían, eran inmunes a lo que habían tomado, pero uno de sus besos podía matar.

—¿Hubo un primer caso que le invitara a escribir el resto del libro? En definitiva, habla del poder de la información y de lo que históricamente se ha hecho por conseguirla.

—Toco lo más representativo de cada época. Me centro en la mujer no por sumarme a la lista de libros de mujeres sobre mujeres para mujeres, sino porque son historias menos conocidas. Una de las primeras misiones fue la de Josué, que envía a dos espías a Jericó como avanzadilla para dar con la Tierra Prometida. Aparece el personaje de Rahad, la mujer que propicia que el pueblo de Israel entre. El espionaje es la profesión más antigua del mundo. Existía incluso antes de la que asociamos a esa expresión. De hecho, una de sus formas es el sexpionaje.

—¿Qué atributos de la mujer le benefician para este oficio? Servilia, como cuenta, miró a su hijo y supo ver en sus ojos que planeaba matar a Julio Cesar.

—Como no tenemos la fuerza bruta hemos desarrollado otras artes. He entrevistado para el final del libro a dos espías, y coinciden en que somos más intuitivas. Resulta útil nuestra discreción. Eso se demostró en la Segunda Guerra Mundial, con mujeres que se dedicaban a hacer tarta de manzana en casa y que al cabo de 50 años han sido descubiertas como espías.

—En su caso, ¿cómo se lleva la articulista con la escritora de novelas? Ambas conviven en un mismo teclado.

—Se llevan bien. Soy diurna. Y si escribo dos páginas al día es un éxito. Los artículos me permiten salir de esa rueda y llegar a lectores que necesariamente no leen mis libros.

—El mundillo literario está sobrecogido por lo sucedido con el premio de novela Herralde: ha quedado desierto. ¿Qué opinión le merece el circuito español? Usted logró el Planeta en 1998 con ‘Pequeñas infamias’.

—En Francia suelen darse a obra publicada. El Concourt tiene una dotación económica de diez euros y es uno de los más prestigiosos. En España, sin embargo, mayoritariamente son a obra inédita. Eso hace que se utilicen no solo para buscar autores, sino lectores. El viejo Lara decía que el Planeta nunca lo hubiese ganado Joyce, pero sí Dickens. Hay premios más comerciales que otros. Desde luego, me sorprende lo del Herralde. También celebro que sigan siendo importantes para los autores.

—’Licencia para espiar’ promete encontrar muchos curiosos. ¿Piensa en algún lector cuando escribe?

—Sí. Y trato de adaptar mi narración a los nuevos hábitos, las posibles distracciones, la atención… Las descripciones muy extensas han muerto.

>> Leer la entrevista en sevilla.abc.es <<

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