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“Quien tiene la habilidad del cotilleo sobrevive mejor en tiempos difíciles”

La escritora Carmen Posadas dice que siempre se ha considerado una espía. En su nuevo libro, Licencia para espiar, recorre extraordinarias historias de mujeres espías, desde Rahab a Catalina de Médicis o Mata-Hari.

Uno puede imaginar selectas reuniones en el elegante y acogedor salón de casa de Carmen Posadas. Serían veladas vespertinas, de merienda, porque la anfitriona se va pronto a dormir, en las que recibiría con amabilidad aristocrática, cercana pero sin tomarse confianzas, con las alabanzas justas y el punto adecuado de ironía para comentar chismes de alto copete, como hacía Emilia Pardo Bazán en su casa de la calle San Bernardo de Madrid.

A esta fantasía da pie, entre otros objetos, el cuadro de un caballero de aspecto grave con chaleco y levita de mediados del siglo XIX, que destaca en el salón frente al escritorio que expone una colección de prismáticos antiguos. Según Posadas, no era su intención reunir esos anteojos, pero cuando sus amigos vieron que tenía en lugar visible unos que heredó de sus padres, pensaron que tenía fetichismo por las lentes y empezaron a regalarle más.

La historia del cuadro mencionado, Carmen la cuenta de la siguiente manera: “Había dos cuadros de la familia, este y el de una señora gorda fabulosa con peineta. Por supuesto, yo prefería el de la señora, pero le tocó en suerte a mi hermana y yo me quedé con el del caballero serio. Por lo visto, el hombre era un indiano antepasado nuestro de origen gallego, que se enriqueció en Uruguay y emparentó con la señora del cuadro ausente, reverdeciendo así las arcas de la familia Posadas, que andaba en horas bajas”.

Desde niña, Carmen se ha sentido más una observadora de la vida que una participante. Una espía. “Mientras que los extrovertidos actúan, hablan y hacen todo lo posible por convertirse en el centro de atención, los retraídos observamos. Por eso, ya con nueve o diez años me doctoré en gestos ajenos”, dice. Este es el origen de su nuevo libro, Licencia para espiar, en el que recorre la historia del espionaje protagonizado por mujeres como un cuentacuentos con píldoras de ensayo.

¿Qué tienes de espía?

Quizá ese hábito natural de recoger mucha información para después escribir. Recuerdo que, con cinco años, vivíamos en un caserón en Uruguay que tenía una gran escalera. Desde el primer piso veías todo lo que ocurría abajo. Me encantaba agazaparme allí cuando venían invitados y los veía interactuar. No es lo mismo mirar por el ojo de la cerradura que desde arriba, con una visión panorámica.

Y ahí nació tu vocación de escritora…

Nooo. Lo de escribir viene de un trauma. Yo era la fea de la familia. Tenía dos hermanas guapísimas, rubias, de ojos verdes, que cantaban muy lindo y contaban chistes graciosísimos. Mis padres también eran muy guapos. Además de la más fea, yo era la mayor de las tres. Solían vestirnos iguales. Los amigos de mis padres nos paraban por la calle y decían: “Qué ojos más divinos tiene Mercedes, qué pelo maravilloso Dolores…”. Cuando llegaban a mí decían: “Carmen es… muy alta”. Fue tremendo crecer en una familia de guapos, así que me encerraba en mi cuarto a escribir un largo y lacrimógeno diario.

Pero, ¿tú podrías ser espía?

Poseo dotes de observación y paciencia, pero me perderían los nervios. En tiempos de guerra había señoritas de sociedad que se colaban con su copa de champán en la biblioteca de los diplomáticos para registrar cajones. Yo sería incapaz. Me pillarían seguro.

¿En qué te fijas cuando “espías”?

En los gestos y en la manera de usar las palabras. Por ejemplo, no es lo mismo pedir perdón que pedir disculpas. En las palabras siempre hay matices. Como tampoco es lo mismo decir “Fulanita es muy guapa” que “Fulanita es bastante guapa”. Tengo un detector especial para este tipo de frases, que me da pie a analizar a la persona que las ha pronunciado.

¿Cómo surgió la idea de este libro?

Sin ánimo de contribuir a la agotadora lista de novelas de mujeres, para mujeres, sobre mujeres, quería contar la historia del espionaje desde sus protagonistas femeninas. Siempre hemos escuchado historias de hombres espías, pero conocemos pocas de mujeres. Será porque nosotras somos más discretas.

Eso tengo entendido.

¿Verdad? Por ejemplo, en la Segunda Guerra Mundial había miles de amas de casa que se pasaban el día cuidando de los niños y haciendo tartas de manzana. Pues muchas de ellas eran espías que jamás contaron nada. A vosotros, en general, os gusta más presumir de lo que sabéis.

El caso es que me di cuenta de que el espionaje tiene dos caras: la, llamémosla, glamurosa, de las novelas de Ian Fleming, y la cotidiana. La gran mayoría de los espías se dedican a tareas burocráticas muy aburridas. Sin ir más lejos, a mi hermana Dolores, que habla ruso muy bien, un militar le propuso hacer de espía. Cuando se enteró de que el trabajo consistía en escuchar durante doce horas al día Radio Moscú, dijo que no, claro. En mi libro me centro en historias extraordinarias, que salen de la labor cotidiana del espía y son la guinda del pastel.

Según dices, la mujer estaría por naturaleza más dotada para espiar.

Ten en cuenta que nosotras llevamos practicando el espionaje desde que el mundo es mundo. Cuando los hombres lo hacían todo a base de fuerza bruta, nosotras teníamos que conseguir nuestros objetivos con otras artimañas.

Me dijo Juan Luis Arsuaga que el cotilleo es el principal motor de la humanidad.

¡Sin duda! Es una destreza social imprescindible en cualquier época. La gente con esta habilidad es la que sobrevive en tiempos difíciles porque tiene información. La selección natural a lo largo de la historia premia a los chismosos.

¿Un espía te puede decir que es espía?

Una de las personas que me ayudó en la investigación para escribir este libro era abiertamente espía. Él me presentó a dos colaboradoras suyas. No te dan detalles de sus misiones, pero te cuentan situaciones.

¿Qué historias del libro te han sorprendido más?

Julio César le daba mucha importancia al espionaje. Creó hasta un código cifrado para comunicarse con sus generales, que se sigue utilizando. Pero a pesar de que todos sus espías y augures le avisaron de una conspiración contra él, no hizo caso. La mujer en esta historia es Servilia, amante de César y madre de Bruto, uno de sus ejecutores, que se ve en el conflicto de salvar a su amante o a su hijo.

También me sorprendió la historia del caballero d’Éon, el espía perfecto, que podía ser hombre o mujer. De hecho, el famoso Casanova se acostó con él, o ella, y no supo distinguir su sexo.

La literatura de los espías también tiene muchos lugares comunes.

Como en todo, hay tópicos y generalizaciones, por eso yo he tratado de seleccionar las anécdotas más jugosas, más intrigantes, y las más reveladoras de este oficio.

¿Cuál es el tópico que más te molesta?

Hay muchos. Los detesto. Por ejemplo, los maniqueos. Ese tan instaurado ahora de que las mujeres son buenísimas y los hombres malísimos. O el tópico de la víctima, que siempre echa la culpa a los demás de lo que le ocurre. No, perdona, las dificultades están ahí y si no consigues lo que quieres no culpes a los demás. No soporto el victimismo.

>> Leer la entrevista en telva.com <<

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