Rosa Villacastín entrevista a Carmen Posadas
Cuando Carmen Posadas llega a nuestra cita lo hace con un nuevo libro bajo el brazo: “Invitación a un asesinato”, una novela policíaca con todos los ingredientes del género.
Autora de éxito, lleva años demostrando que es algo más que una señora estupenda. Y lo ha conseguido porque atrás quedaron sus primeras incursiones en la literatura, en las que hacía un retrato bastante certero e irónico de la sociedad del momento, la misma a la que ella pertenecía, con la que sigue siendo bastante crítica.
-Carmen, ¿existe el asesinato perfecto, tal y como plantea en su último libro?
-La ventaja que tiene la literatura es que los crímenes quedan impunes. Si una persona me cae mal, la meto en el libro y la mato.
-¿Qué le induce a meterse en el género policiaco?
-Yo quería que el libro fuera de amor, lujo y asesinato, pero lo empecé cuando comenzaba la crisis y lo dejé. Cuando lo retomé, pensé: “Carmen, te van a matar, la gente está preocupadísima con el paro y tú sales con una frivolidad”. Luego recapacité y creí que lo que la gente querría es olvidarse un poco de sus problemas y pasar un buen rato.
-Y para hacer reír nada mejor que una mujer que planea su propia muerte.
-Hay una buena razón para que esta mujer convoque a un grupo de gente para que la asesine.
-Algunos de sus personajes parecen sacados de la realidad.
-Será por los temas que se tratan.
-¿Cuáles son?
-Son bastante reales, como la eutanasia y la adopción. Una de las cosas que me llamó la atención cuando buscaba documentación es la cantidad de gente que adopta y que después devuelve los niños. Lo bueno de la novela es que se puede hacer un retrato de la sociedad.
-Un tema que se repite en casi todos sus libros.
-Será porque como yo era una niña de una timidez enfermiza, se me ha desarrollado el sentido de la observación.
-¿Que la protagonista sea una gran seductora es casualidad o tiene algo que ver con usted?
-Es seductora y malísima, por eso decimos que las mujeres somos más complejas; cuando somos malas somos malísimas.
-¿En eso no ha habido cambios?
-Una de las cosas que más me sorprende es que, habiendo luchado tanto, entre los valores que hoy maneja la sociedad los más importantes son ser guapa y estar mona.
-Dice que es muy observadora.
-Mucho. Me divierte mirar los libros que la gente tiene o las flores. Es lo que llaman el secreto lenguaje de los objetos.
-Ya no se discuten sus dotes de escritora.
-Me ha costado mucho llegar, pero me ha gustado la pelea. Cuando empezaba siempre decía: “Si lo que hago tiene valor, si soy una buena escritora, tarde o temprano me lo van a reconocer”.
-¿De esa pelea ha salido fortalecida?
-Me alegro de que el éxito haya sido lento y paulatino. Como persona insegura que soy, si hubiera tenido éxito al principio, seguramente me habría bloqueado.
-¿Cada maestrillo tiene su librillo?
-Yo soy diurna, de rituales: me levanto muy temprano y escribo hasta la hora de comer. Casi siempre tengo un almuerzo de trabajo. Antes escribía por la tarde, ya no porque pertenezco a la generación sándwich.
-¿A la generación qué…?
-A la generación sándwich, que es tener madre y tener nietos y ocuparte de ellos, con lo que mis tardes de lectora están muy comprometidas últimamente.
-¿Cómo vive el final y el inicio de la vida?
-Siempre tengo presente una frase que dice un tío mío: “Hay que saber prepararse para la vejez”. Aunque debo decir que después no hago nada, pero sería interesante tener una afición como jugar a las cartas, al golf… La ventaja de ser escritor es que puedes serlo hasta los 99 años.
-¿Le gusta escribir a dúo con su hija?
-Mucho. Teníamos una columna en el “ABC”, que titulamos “Diario del hipocondríaco”. Sofía es médico (tiene la clínica estética Mira + Cueto) y dejo que me haga de todo menos operarme: peelings, inyecciones de vitaminas, bótox… Sólo me he operado la nariz; mi madre hizo que me operaran y mejoré física e intelectualmente.
-¿Se puede ser amiga de los hijos?
-Es bueno mantener una cierta distancia. Ser amiga de los hijos me parece un error, los hijos necesitan referentes, no colegas.
-Fuera del trabajo, ¿cómo es su vida?
-Tengo la suerte de que me gusta lo que hago. Ahora estoy aprendiendo francés porque mis libros se venden bien en Francia.
-¿Nunca se ha sentido sola?
-Siempre he sido muy solitaria. Me gusta la soledad. Necesito pasar bastantes momentos del día sola, si no, me agobio. Todos los escritores somos gente solitaria.
-Tampoco hay que pasarse.
-Si no tuviese esos ratos de soledad sería muy desgraciada.
-¿Alguna vez se ha sentido invisible?
-Me pasó hace como un año. Estaba hablando con un señor y me dijo: “Perdona, voy a buscarme una copa”. Me sentó fatal.
-¿La dejó plantada?
-Sí, y pensé: “Carmencita, empiezas a ser invisible”. No me había pasado nunca, hay que empezar a prepararse para lo que venga.
-¿Y de amor cómo anda?
-Muy bien, tengo una relación muy cómoda, estable, es ese tipo de relación de cada uno en su casa y Dios en la de todos.Como dice una amiga, es tecnología punta.
-¿Es lo que le ha enseñado la madurez?
-Eso y a disfrutar de las pequeñas cosas. La vida siempre te está dando lecciones.
-¿De qué se siente más satisfecha?
-De cómo he educado a mis hijas, esa medalla me la voy a colgar, creo que lo he hecho bien. Lo más difícil fue sacarlas del foco mediático.