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Puse mi ramo de novia al pie del mausoleo de Lenin en Moscú

En «El testigo invisible», la autora uruguaya novela los últimos años del Imperio ruso desde los ojos de un pinche de cocina de la familia real, que sobrevivió a la matanza bolchevique.

Carmen Posadas es más de Tolstoi que de Dostoievski, cumbres mayores -y nada borrascosas- de la literatura de todos los tiempos. De Tolstoi le interesa su faceta religiosa. Él es casi como el creador de una religión y su visión de las cosas le resulta muy apasionante. Ahora está de «postparto literario». La parejita habrá de esperar, ironiza, hasta que se recupere de esta novela, «El tiempo invisible» (Planeta). «Estoy con los costurones», argumenta con una amalibidad exquisita y una elegancia bellísima en su domicilio madrileño.

Carmen Posadas (Montevideo, 1953, pesó cinco kilos al nacer, y la llamaban «La madre abadesa») vivió en Uruguay hasta los 12 años. En 1965 se trasladó a Madrid con su familia. Residió en Moscú, Buenos Aires y Londres, donde su padre fue embajador. Es autora de más de 15 libros infantiles así como doce novelas, dos biografías y varios guiones de cine y televisión. Premio Planeta, su obra ha sido traducida a 23 idiomas. Casada en dos ocasiones (1972-83 con Rafael Ruiz del Cueto; y en 1988 con Mariano Rubio, en ese momento gobernador del Banco de España, que fallecería en 1999), es madre de dos hijas. Ahora publica «El testigo invisible», la intrahistoria del sirviente Leonid Sednev, deshollinador imperial y pinche, que tenía 15 años el 17 de julio de 1918 cuando militares de la Revolución bolchevique asesinan brutalmente a la familia imperial rusa…

-¿Leyenda o realidad? ¿usted se casó, por primera vez, en Moscú y puso el ramo de novia bajo la estatua de Lenin con gran disgusto para su madre?
-Sí. Fuimos a hacernos fotos a la Plaza Roja. Había una cola muy larga para ver a Lenin, y yo tenía curiosidad por ver qué había dentro de ese mausoleo. Cuando me fui a hacer fotos, me dije: «Esta es la mía, me van a dejar pasar…». Y me dejaron y puse el ramo de flores al pie del mauseleo, de la estatua de Lenin.

-¿Por qué esa pasión rusa?
-Yo viví en Rusia, y todo lo que tiene que ver con Rusia siempre me ha interesado mucho. Mi hermano Gervasio me dijo un día: «¿Por qué no haces algo sobre las niñas zarevich…?» Son unos personajes bastante desconocidos. Se sabe mucho de los padres, de los zarevich, menos las leyendas, toda la historia de Anastasia, etc… Me interesó mucho el ver qué había de real en todas estas historias.

-Arriba y abajo, una especie de «Rusian abbey», ¿desde el piso de abajo se ven mejor las miserias de la zona noble de arriba?
-Me pareció interesante tomar como punto de partida un criado para contar la historia de los señores y de los criados. La novela se titula «El testigo invisible» porque los criados lo ven todo. Y, además, me llama mucho la atención cómo los criados son invisibles para los señores. Ellos están ahí, pero como son tan insignificantes, como forman parte del mobiliario, pues entonces ni los ven, y son testigos de muchísimas cosas importantes.

-Hoy nadie ya es un gran hombre para su mayordomo.
-Me gustaba mucho esa fidelidad que guardan los criados, y en esa época había lo que llamaban criados con sangre y sin sangre. Los criados con sangre son los que son hijos de los señores, porque había muchos que eran hijos ilegítimos de los señores. Entonces, ellos se consideran de la familia. En el libro se dice cuántos Yusúpov, Kórsakov, grandes hijos de grandes duques estarán por ahí limpiando casas, haciendo camas. Son tan Romanov y tan Kórsakov como los demás. Y entonces ellos tenían una especie de lealtad especial con la familia.

-¿En qué se parece España a Rusia?
-En que es un país de unos contrastes enormes. Se parece bastante a España, pero en exagerado. Si los españoles son apasionados ya los rusos están absolutamente enloquecidos. Es la forma de ser española elevada al cubo.

-¿Esta plaga de corrupción que nos atenaza es novelesca?
-Es muy novelesca, lo que pasa es que una lo está viviendo más como una tragedia. Sí, hay mucho material ahí para una novela.

-¿Incluida la corrupción?
-Sí, claro, gana incluso en eso.

-¿Le gustaba ese espíritu de vida exagerada rusa?
-Los rusos son capaces de todo lo mejor y todo lo peor. Y, además, las revoluciones amplifican todo eso. Ahí es cuando sale lo mejor del ser humano, y también lo más abyecto. Es un momento muy interesante para hablar de las pasiones humanas.

-Ofrece usted nuevas noticias sobre el «místico» Rasputín.
-Me interesó mucho encontrar la nueva versión de la muerte de Rasputín. Como la contó su propio asesino, el príncipe Yusúpov, nos habíamos quedado con aquella historia de que no había manera de matar a Rasputín, que le dieron pasteles y vino envenenados, y que después le pegaron cuatro tiros y no había forma de que se muriera, ni a cañonazos. Pero en Inglaterra se han desclasificado archivos y papeles anteriores a la Primera Guerra Mundial y se ha sabido que los Servicios Secretos británicos participaron en la muerte de Rasputín. Y entiendo perfectamente por qué. Inglaterra tenía mucho miedo de que Rusia se saliera de la Guerra de 1914 porque si así ocurría podían perder la guerra. Y como Rasputín era muy contrario a la guerra, y tenía un enorme ascendente sobre la familia imperial rusa, entonces los servicios secretos ingleses que estaban en Moscú comenzaron a ver qué conjuras había en marcha. Y se dieron cuentra de que había una del príncipe Yusupov, y entonces decidieron instigarla, tutelarla y hasta ahí puedo contar…

-Yusúpov nunca menciona un tiro en la sien que tiene el cadáver de Rasputín…
-Obviamente, quien quiera que le pegó ese tiro acabó con Rasputín. Es el disparo de un verdugo profesional.

-¿Qué de mito y qué de realidad hay en la vida de los zares?
-La vida de los zares está rodeada de muchas leyendas. No sé cuántas falsas Anastasias habrá, cuántos zarevich resucitados, cuántas enormes fortunas encontradas en un banco de Suiza, yo quería contar la historia real. Lo único que me he inventado son los diálogos. Incluso, el personaje del pinche existió.

-El pinche que protagoniza su relato se salva milagrosamente de una muerte segura…
-Lo que sabe de él es que el día que van a matar los zares el verdugo llama a este pinche de cocina, Leonid Sednev, y le dice que se vaya. Le salva la vida. Ese chico después escribió unas memorias, pero se han perdido.

-¿Qué fue de él después?
-Hay dos teorías. Una, que murió en las purgas de Stalin, y otra que se fue a Sudamérica. Yo tomo esta segunda posibilidad y lo llevo a Uruguay, donde hay muchos rusos blancos. De hecho, hay un pueblo, en un departamento que se llama Río Negro, que está todo compuesto de rusos blancos. Y hasta el día de hoy siguen hablando ruso, viven en sus costumbres.

-¿Qué recuerda de su estancia junto a sus padres en Rusia?
-Mis padres eran muy amigos de los príncipes Kórsakov. Y hay un señor que se llama Príncipe Yusúpov, que es uruguayo. Entonces, yo tengo esa versión y cuento, desde su vejez, cuando él está a punto de morir, cómo recuerda y cuenta todo lo vivido.

-¿Escribir desde el punto de vista de un sirviente es harto tentador?
-No hay muchos libros que tomen este punto de vista. Creo que solamente hay uno, de Graham Greene, que se titula «The servent», en donde el amo se convierte en criado, se invierten los papeles. Mi punto de vista es muy cercano y, al mismo tiempo, puede ser objetivo. No es alguien directamente involucrado en los hechos, sino que los ha presenciado.

-Como dice un personaje de su novela, ¿la soledad es libertad?
-Sin duda. Si uno está solo al final es más libre que nadie. La soledad es un solo un feo sinónimo de la palabra libertad. Lo que pasa es que como el personaje es tan solo un niño no lo puede decir con estas palabras.

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