Narrar la historia desde el punto de vista de un niño limita mucho
Carmen Posadas acaba de publicar su nueva novela histórica El testigo invisible donde nos acerca al lado más humano de la familia Romanov de la mano de un testigo, un deshollinador, invisible a los ojos de los zares, que es testigo privilegiado de la desgracia de la familia imperial rusa a manos de los revolucionarios rusos. La novela ha sido publicada en la Editorial Planeta.
“La historia de los zares Nicolás y Alejandra y de la Revolución rusa es un historia que le gusta a todo el mundo, pero hay mucho mito y mucha falsedad en su derredor”, afirma la escritora uruguaya de nacimiento y española de adopción. Para intentar dar una visión equilibrada y lo más verosímil posible se ha valido de un niño deshollinador, Leonid, que desde los conductos de la calefacción es testigo privilegiado de unos sucesos que cambiaron el destino de una nación.
El testigo invisible transcurre en dos líneas narrativas espaciales y temporales distintas, montadas alternativamente: el pasado, relato en primera persona del joven Leonid y el presente, donde un anciano Leonid revive sus recuerdos postrado en una cama de un hospital de Montevideo, donde reflexiona con la perspectiva de los años sobre los acontecimientos ocurridos casi ochenta años antes.
“He intentado hacer una historia verosímil, por eso me baso en la documentación desclasificada por los servicios secretos británicos y por los diarios de los diversos protagonistas de la historia”, señala Carmen Posadas, que ha huido como de la peste de que el protagonista fuese un vulgar Forrest Gump epicentro de la historia. La verosimilitud de la historia se basa en lo que vio Leonid como testigo, en lo que le contaban otros testigos accidentales, como su tía Nina, personaje ficticio, y lo que reflexiona postrado en la cama del hospital.
“Narrar la historia desde el punto de vista de un niño limita mucho, por eso introduje al Leonid adulto, para dar una perspectiva histórica más documentada y sus reflexiones después de los años pasados”, explica la novelista. Así, los problemas políticos de aquella época son analizados con una perspectiva más real y alejada del fragor de los acontecimientos que habrían dado una pátina de subjetividad alejada de las intenciones de la narradora.
El ubicar el lecho de dolor de Leonid en Montevideo se debe a que “llegaron muchos rusos blancos al norte del río Negro en Uruguay. Hay zonas del país donde se sigue hablando ruso y las edificaciones de madera están hechas al estilo ruso”, explica la escritora. Allí el supuesto Leonid escribe unas memorias que darán pie a la novela, contando su historia desde el punto de vista de los criados que son invisibles a ojos de los protagonistas históricos pero que realmente tenían lazos incluso familiares con la realeza.
Esta historia parte desde una perspectiva de esos criados, algo similar a lo que ocurría en la famosa serie británica Arriba y abajo. “Hay que diferenciar entre los criados y sirvientes. Los primeros, como dice la propia palabra, se habían criado con la familia, incluso tenía lazos familiares, eran hijos bastardos de los señores; los segundos eran personas contratadas en los campos”, especifica la autora de La bella Otero.
Los diálogos de El testigo invisible están basados en los diarios de las hijas de los zares y en las muchas cartas que escribieron éstos. Es la parte más documentada y más cercana a la realidad de lo que sucedió. La historia de Leonid es ficticia, pero realmente existieron esos niños deshollinadores que limpiaban las estufas y los conductos de la calefacción, que debido a lo estrecho de los mismos, sólo podían introducirse por ellos los niños, conocidos como water babys, o por enanos como el protagonista Iuri, el personaje favorito de Carmen Posadas.
“No quería hacer una historia de buenos y malos, donde el zar fuese tratado de tonto, como en muchas publicaciones le describían”, señala. Muchas acusaciones al zar Nicolás II se basaban en que vivía en una torre de marfil, ajeno a la realidad y en que no quería democratizar la duma. Además, el entrar en la Gran Guerra fue un acto de romántico errado, “quiso ayudar a los serbios”, señala en una decisión realmente lamentable que condujo a la muerte a millones de rusos. Pese a todo ello la popularidad que tenía entre el pueblo llano era enorme, sobre todo en el campo, no tanto en las ciudades.
Nicolás II quiso ir a la guerra con sus compatriotas, otro fatal error, que provocó la regencia de la zarina Alejandra y su acólito Rasputín, “un ignorante absoluto, una verdadera calamidad de cómo llevar un país”, apunta la escritora. Carmen Posadas quiso estudiar la implicación del servicio secreto británico en su muerte, de ahí su protagonismo. Como enigma queda saber por qué los británicos, aliados de los rusos en la guerra, se implicaron en el asesinato de este personaje con poderes hipnóticos, que a la postre llevaría al levantamiento de las masas por sus nefastas decisiones.
Otro personaje realmente turbador fue la gran duquesa Anastasia, la supuesta única superviviente del magnicidio. “Anna Anderson vivió toda la vida diciendo ser la única que sobrevivió a la revolución rusa. Una vez muerta se hicieron las correspondientes pruebas de ADN, confrontándolas con las de la familia real y el resultado fue que eran falsas, con una probabilidad del 99,9%”, matiza la autora.
Dos años de estudio y documentación ha tardado Carmen Posadas para escribir El testigo invisible. Su obra no se parece en nada a las maniqueas historias que se han escrito donde un soldado se enamoraba de alguna de las grandes duquesas y la salvaba la vida. Ella ha salvado su honor con una historia original, escrita de forma clara, sugerente y conmovedora, fiel a obras que la atraen especialmente, como la biografía de Robert K. Massie Nicolás y Alejandro o a escritores como León Tolstoi del que recomienda El idiota o Memorias del subsuelo o Joseph Conrad.