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A vueltas con la asignatura de religión

Con reiterada frecuencia salta al primer plano de la actualidad la polémica sobre la enseñanza de religión en las escuelas. Y una y otra vez se vuelven a poner de manifiesto dos posturas que parecen irreconciliables. Por un lado, la Iglesia católica y los creyentes que argumentan con razón que privar a los niños de enseñanza religiosa supone un empobrecimiento en su formación. Y por otro, los no creyentes que argumentan, a mi modo de ver también con razón, que la escuela ha de ser aconfesional. Como ya he comentado alguna vez en esta columna, yo vengo de un país laico en el que los padres que desean que sus hijos tengan formación religiosa, no tienen más remedio que llevarlos a catequesis fuera del ámbito escolar. Personalmente, esto es lo que me parece más respetuoso y coherente, pues permite a las familias elegir la persona que ellas consideran más idónea para formar a sus hijos en materia tan sensible. Comprendo, sin embargo, que aquí en España son muchos los colegios regentados por religiosos y que es más que lógico que en dichas instituciones haya una asignatura de religión. Según leo estos días, las tentativas que ha habido hasta el momento de poner un poco de orden en este complicado asunto han demostrado ser bastante ineficaces cuando no grotescas. Por lo visto, en muchos colegios se ha creado una asignatura alternativa para los niños cuyos padres desean que no asistan a clase de religión. Pero, como su contenido no está regulado, cada colegio utiliza esa hora para un propósito distinto. Despropósito debería decir yo, porque ocurre lo siguiente: a fin de que los alumnos de esta extraña asignatura (tan extraña que en unos sitios se llama de una manera y en otros de otra) no tengan ventaja sobre los que estudian religión, está prohibido estudiar. Dicho de otro modo, no se puede utilizar esta hora de clase para hacer deberes, tampoco para avanzar de ninguna manera en otras asignaturas, porque se considera injusto respecto de los que están en clase de religión. De ahí que se utilice esa hora para las siguientes y muy necesarias actividades: hacer sudokus (sí, sí, como lo oyen) cantar canciones en inglés o regar el jardín. Como es lógico, los chicos que acuden a estas clases están encantados con el plan y, por supuesto, son la envidia de sus compañeros que, de paso, supongo yo, empezarán a desarrollar bastante tirria a todo lo que tenga que ver con lo sagrado. Visto el panorama, me pregunto si a nadie se le habrá ocurrido que, en vez de hacer sudokus, se podría utilizar este tiempo para estudiar –no la historia de la religión católica puesto que tan alérgicos son a ella– sino a la historia de las religiones. Y es que no hace falta ser un genio para darse cuenta de que esos padres que eligen que sus hijos crezcan sin formación religiosa, los están privando también de una parte considerable de cultura, de una forma incluso de comprender el mundo que los rodea. Porque es más que evidente que un niño que no sabe quién es Adán, Abraham o san José no solo carece de cultura religiosa. También carece de referentes indispensables a la hora de leer un libro, ver un cuadro o escuchar una pieza clásica. Nuestra cultura está tan entrelazada con la religión –con las religiones– que un niño que no conoce las claves más elementales no entiende ni la mitad de las cosas. Por eso me parecería una idea interesante que esas clases de no-religión se emplearan en estudiar no solo la historia del catolicismo, sino la historia del Islam, la de la religión judía o la del budismo. También, y por qué no, la de otras creencias como la de los antiguos egipcios y tantas otras sin exceptuar la mitología de griegos y romanos. Porque les guste o no a los ateos beligerantes, las religiones son, para bien –y todo hay que decirlo, también para mal– parte básica de lo que es el ser humano. Y no solo eso, puesto que, sin conocer la historia de las religiones, es casi imposible comprender la Historia con mayúscula. Dicho de otro modo, no se trata de dar doctrina sino de dar, simplemente, información. Información básica para entender el mundo, ni más ni menos.

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