Algunas tontunas veraniegas
Aquí me tienen, disfrutando de unas tardías vacaciones, debajo de un cocotero con una caipirinha dispuesta –literalmente– a no hacer nada. Y digo bien a no hacer nada, porque de un tiempo a esta parte el ocio de la gente se ha vuelto casi más estresante que su neg-ocio o trabajo de la índole que sea. ¿Se han dado cuenta ustedes de lo abducidos que estamos todos en esta vida por la hiperactividad, el frenesí y sobre todo por el “tengo qué”? Esta actitud es comprensible hasta cierto punto en invierno, diría que incluso es loable: tengo que ser más ambicioso en mi carrera, tengo que ahorrar más, tengo que mejorar mi inglés.
Pero lo estrambótico del asunto es que, en vacaciones, nos inventamos otros tengo que igualmente tiránicos: tengo que levantarme a las 4 de la mañana (oh, cielos) para ver amanecer ante las pirámides. Tengo que romperme los meniscos triscando por los montes. Tengo que acostarme todas las noches a las cinco de la mañana hasta acabar con el hígado hecho foie-grass. Tengo que ligar mucho, tengo que… Y luego está el asunto de las fotos: mientras uno madruga, trisca, trasnocha y liga, todo ha de hacerse con una cámara de fotos o de vídeo en la mano, de modo que uno en realidad no ve nada de nada. Porque tan ocupado está en inmortalizar el momento pirámides o el momento Edmund Hillary, que da igual dónde se encuentre. Y es que, en realidad, lo importante no es estar en un sitio u otro, sino las 12.543 fotos que se sacan para demostrar que se ha estado. Hay que decir además que, en esto de las fotos, hay unos clásicos que son un must. Como fotografiarse fingiendo sujetar la inclinada torre de Pisa con una mano, o chapoteando en la Fontana de Trevi a lo Anita Ekberg. Vaya trabajera. Yo aquí, desde debajo de mi cocotero, puedo ver ahora a unos cuantos turistas entregados a diversas formas de frenesí veraniego: el que no acaba de venir de una excursión por la selva (aquí donde estoy no hay selva, pero han conseguido inventar algo que se le parece) viene de practicar rafting. O trekking. O puenting. O cualquier otro agotador “ing” de cuyo nombre no pienso acordarme ni loca. Porque, si quieren que les diga la verdad, a mí todo esto de despimporrarme haciendo cosas todo el día nunca me ha gustado.
Cierto es que en otras épocas de mi vida fingía que me encantaba, pero solo para que no me tomaran por rara. Para que el novio de turno, por ejemplo, no creyera que era poco “enrollada” (según Javier Marías no ser enrollado es lo peor que puede pasarle un español que se precie). O para que mis amigos no creyeran que era un ratón de biblioteca (esto no lo dice Javier Marías, pero se lo digo yo: ser un ratón de biblioteca es lo peor que puede ser una persona enrollada). Y lo cierto es que, de tanto fingir que me gustaba hacer cosas en vacaciones acababa participando en todo. Incluso recuerdo una vez que acabé bajando unos rápidos metida en un tonel o barrica, igualito que Bugs Bunny, un espanto. Pero se acabó. Desde que cumplí cincuenta años (y de esto hace cuatro) me propuse dedicarme en verano solo al dulce placer de papar moscas o, lo que es lo mismo, a no hacer absolutamente nada. Cierto es que, programada como estoy para los “tengo que” invernales, me cuesta un poco borrar la orden de marras del disco duro, pero lo voy consiguiendo. Si me vieran ahora casi no me reconocerían. Por no sucumbir a los tengo que, ni siquiera me he pintado el ojo ni me he puesto lentillas. Estoy bastante fea, la verdad, pero ¿qué importa? Los que me quieren me quieren igual (espero) sin el ojo pintado. Además, como tampoco tenemos máquina de fotos con la que inmortalizar el momento, nadie va a enterarse. Y no solo eso: al no haber inmortalizado ninguno de nuestros momentos de ocio, tampoco torturaremos a nuestros amigos y familiares con esas foto-parties en las que el recién llegado de Cancún/Pekín/Petra/Bucaramanga/… (rellénense los puntos suspensivos con cualquier otro punto visitado por el inefable turista) tortura a la vuelta con el visionado de sus fotos y vídeos.
Uf, sólo de pensarlo me dan temblores; creo que me tomaré otra caipirinha.