Basta de pensamiento positivo
Todos los días me llegan lo menos seis o siete libros. Los libros son parte importante de mi vida pero a este paso, acabaré sepultada por ellos. Una recomendación: si tienen un amigo escritor regálenle una colonia, un jamón o un canario flauta, cualquier cosa antes que un libro. La gente rara vez acierta en su elección y, como nosotros somos bibliómanos irredentos, nos los quedamos todos, so peligro de avalancha o derrumbe. En mi caso, es algo así como el síndrome de Diógenes pero en versión Galaxia Gutenberg. Entre tal libresca invasión, en ocasiones uno encuentra un ejemplar interesante. No solo alguna novela o ensayo a los que ya le había echado el ojo y pensaba comprar. También –y estos son los más paradójicos– otros volúmenes ante los que habría pasado de largo sin mirar ni la solapa. Tal es el caso de Hasta los cojones del pensamiento positivo, de Buenaventura del Charco Olea, que me acaba de enviar mi amigo José David Romero, de la editorial Samarcanda. Digo que habría pasado de largo sin echarle un vistazo porque, por su factura, puede uno pensar erróneamente que es un libro de autoayuda, cuando se trata exactamente de lo contrario. Bajo tan expresivo título, encontrará el lector un trabajo poco común. Con un tono ameno y una argumentación inteligente y a la vez arriesgada, Buenaventura del Charco, psicólogo y profesor universitario, se dedica a echar por tierra una de las milongas más arraigadas de nuestro tiempo, el pensamiento positivo. Ese que, a base de mensajes bonitos pero inservibles, intenta convencer a quien tiene un problema de que la solución a todos quebrantos depende solo de su actitud, de su talante. “Sonríe”, “Sé feliz”, “Querer es poder”, “Tú eres el rey de universo…” Estos son los supuestamente sanadores mantras que nos venden a diario, coachs, escritores de libros de autoayuda y demás gurús. El lector que intenta seguir estas bonitas consignas, pronto descubre que no solo no encuentra solución a sus problemas sino que además acaba sintiéndose culpable. Porque según la teoría vigente, para sentirse bien lo único que uno debe hacer es tener una actitud positiva y entonces abracadabra todo se arregla como por ensalmo. Y, siempre según esta teoría, si no lo consigue, es porque está “pensado mal” o es “tóxico”. En otras palabras, en vez de ser empáticos y comprensivos con quienes sufren, se les exige sonreír y fingir que son felices en aras del sacrosanto pensamiento positivo. Según Buenaventura del Charco, esta receta sólo crea frustración y dolor. Primero, porque hoy en día en el mundo (y son cifras de la OMs) hay trescientos millones de personas que conviven con la depresión y casi otras tantas con la ansiedad. A ellas hay que sumar además otra cantidad igualmente numerosa de gente que lucha con problemas sobrevenidos (pérdida de empleo, una muerte, una situación financiera desesperada, etcétera). Y a todas ellas lo que se les dice es que sonrían, que aparenten que todo va fenomenal, haciéndoles creer que la solución está en su mano cuando, evidentemente, no es así. La segunda razón por la que el pensamiento positivo puede ser muy dañino es porque lo que propone es contrario a cómo está diseñada la mente humana. Cuando la vida nos golpea, nuestra atención se focaliza en el llamado dolor emocional para entender qué nos pasa e intentar dilucidar qué mecanismos poner en marcha y así afrontar el problema. Estos mecanismos van desde pelear para protegernos a hasta aceptar una derrota o una muerte o incluso sentir miedo, que es un recurso diseñado para escapar del peligro. En cambio, la evitación emocional, que es lo que propugna el pensamiento positivo (intentar minimizar y ahogar las emociones desagradables en vez de afrontarlas), lo único que consigue es que estas se vuelvan más intensas e incontrolables, con el agravante de que, si no lo conseguimos, la culpa es nuestra por no ser lo suficientemente “positivos”. Frente a estas recetas fallidas el libro ofrece otras más acordes con los mecanismos con los que la naturaleza nos ha dotado para hacer frente a la adversidad. Son largas de enumerar aquí pero vale la pena leerlas y ponerlas en práctica porque están llenas de sentido común y también de ancestral sabiduría. Al fin y al cabo, si la Evolución ha ido seleccionándolas como útiles a lo largo de años, siglos y milenios será por algo, digo yo.
Hola Carmen, creo que la mayoría de las personas, cuando tienen un problema se aturrullan con el disgusto que ocasiona, cuando deberían enfocar sus pensamientos en buscar una solución. Las soluciones a cualquier problema, se encuentran la mayor parte de las veces, desde una perspectiva positivista, con tranquilidad, paciencia y esperanza, y no desde posturas negativas. Aceptar incluso el fracaso, porque nos enseñan más que los éxitos. El control y la inteligencia emocional, conforman un buena defensa en muchas situaciones desagradables con las que tropezamos en la vida. Desgraciadamente, en la familia, ni en el colegio, nadie nos enseña a adquirir este tipo de inteligencia. Todo se supedita a la inteligencia racional. Adolecemos de lo básico, la sabiduría, el conocimiento espiritual. Crecer en libertad, fomentar los valores, el espíritu crítico, para no ser manipulados. Se trata de un tema interesante, que no se puede abordar en un comentario como éste, pero bueno, siempre es bueno decir algo. Hasta otra.
Yo tengo depresión y me dicen mucho que me anime. Un saludo
¡Qué bien visto! Y todo es mucho peor cuando se empeñan en hacerte este lavado de cerebro. Cuando yo tenía 52 años tenía una vida, ni espectacular ni glamuorosa, pero que definiría como “bastante feliz” Tenía una profesión que me encantaba (profesora de instituto, “con vocación”), atesoraba muchas experiencias que me envidiaban (antes de ser profesora fui arqueóloga durante 9 años) había viajado por más de 20 países en 4 continentes, tenía un libro publicado en Italia sobre lo que fue mi especialidad universitaria (Historia del Arte), me estaba dedicando a la investigación histórica con el objetivo, bastante viable, de un doctorado en Historia Moderna, tenía estabilidad económica y vivía con cierto acomodo. Y entoces sufrí un ictus bastante grave, a resultas del cual podía haber muerto. Sobreviví sin secuelas cognitivas, aunque con el lado izquierdo del cuerpo paralizado. y en el centro de rehabilitación al que iba (el único en mi ciudad de residencia, Cádiz) me bombardeaban con ese pensamiento “positivo” “La rendición no es una opción”, frase que me horroriza y que veo más propia del general Tojo, aquel tarado japonés que no admitía que sus soldados, exigiéndoles la muerte antes que rendirse. O “lo que no te te mata te hace más fuerte”, que es una jodida mentira porque hay cosas a las que sobrevives pero que te destrozan la vida. Terminé odiando la palabra resiliencia y además sintiéndome culpable porque si no estaba estaba dando saltitos de alegría (tampoco podía darlos de otro tipo porque, entre otras cosas, tuve que aprender a andar de nuevo ) Se acabaron los viajes, el trabajar, la independencia y hasta mis hobbies, que eran las labores y las manualidades. se acabó todo lo que requiera el uso de las dos manos. Desde hace 9 años no puedo ni aplaudir, ni arrollidarme. que son cosas triviales pero que cuando no puedes hacerlas las echas de menos. Mientras tanto, aquellas psicólogas de baratillo me miraban como un bicho raro porque me negaba a disfrazarme de mamarracho para una fiesta de Carnaval o a participar en un belén viviente, como si estuviera en parvulitos. Yencima no recomocen que no pueden hacer nada por mí, que o soy un vaga porque no he luchado suficientemente. Creo que hasta ese mpmento no había odiado de verdad a unas personas
Muchas gracias por vuestros comentarios y por estar siempre ahí
Un beso muy grande
Carmen Posadas