Carmen Posadas en su nuevo libro ‘Licencia para espiar’ repasa la historia del espionaje
Carmen Posadas se ha pasado la vida como una intrusa en los más diversos ámbitos. Uno se la imagina parpadeando menos que el resto de la gente para no perder detalle. Fruto de su curiosidad innata son sus libros, siempre ricos en descripciones de grupos sociales e individuos muy reconocibles (a veces, incluso es fácil ponerle nombres y apellidos).
Ahora ha publicado Licencia para espiar (Espasa), un libro donde ficción y ensayo se dan la mano para contar la historia del espionaje, sobre todo desde el punto de vista femenino y de las mujeres que han construido el arte de conseguir información para sí mismas o para una causa. De la Biblia a Mata Hari, de las reinas del Renacimiento a nuestros días.
– ¿Por qué le ha interesado el mundo del espionaje?
– Siempre me ha interesado espiar a personas, todos los escritores somos un poco espías. De hecho, algunos autores como Graham Green o Ian Fleming trabajaron como tales. Por otro lado, tuve un contacto con ese mundo cuando mi padre vivió en Moscú como diplomático. La casa estaba rodeada de espías que no se tomaban la molestia ni de disimular. La casa estaba llena de micrófonos y era muy evidente. Por las noches, se invertían los micrófonos y les escuchábamos seguir un partido de baloncesto, discutiendo por un juego de cartas, organizando bochinches…
– El libro se centra en las mujeres espías. ¿Hay diferencias entre una mujer y un hombre en estos menesteres?
– Las mujeres espían como mujeres, es una perogrullada pero es así. Tradicionalmente pasamos más inadvertidas. Levantamos menos sospechas y eso es fundamental en ese oficio. En la II Guerra Mundial hubo mujeres que hicieron labores muy importantes y al acabar la guerra se convirtieron en abnegadas amas de casa que hacían tartas de manzanas y nadie se podía imaginar el pasado que tuvieron.
– En el libro habla del ‘sexpionaje’. ¿Tan importante es el sexo para obtener información?
– Para el libro me leí muchos tratados de espionaje, muy sesudos. En ellos decían que el espionaje es la más antigua profesión del mundo. El uso del sexo para obtener cosas y el espionaje siempre han estado unidos. Hasta el día de hoy. En la época soviética adiestraban a las chicas en todo tipo de artes. Y también a los chicos, los conocidos como Romeos o cuervos. En la India había chicas a las que daban de comer venenos desde niñas para convertirse en ponzoñas andantes capaces de matar con un sólo beso.
– Una de las cosas que descubre en el libro es que Mata-Hari fue una espía pésima.
– Cuando buscaba información descubrí que ni la mencionan en tratados de espionaje y me sorprendió, hasta que descubrí que es porque era una chapuza todo lo que hacía. Trabajaba para los franceses y los alemanes y la acabaron descubriendo. Su final sí fue heroico, cuando la fusilaron. Lo hicieron porque Francia estaba teniendo muchas bajas en la I Guerra Mundial y a nivel de calle había poco apoyo a la contienda y se necesitaba un golpe de efecto. Lo cierto es que es la espía más famosa y si alguien le decimos que nos diga el nombre de una espía seguramente sólo le vendrá el nombre de ella. Pero no es por sus habilidades es porque era una estrella, una artista. Es como si el día de mañana descubrimos que Madonna fue espía.
– Otras artistas se dedicaron al espionaje y les fue mejor, ¿no es así?
– Sí. Josephine Baker ayudó a la resistencia francesa en la época de la invasión nazi y salvó a muchos espías franceses. Por eso está enterrada en el Panteón de Héroes en París. Luego está la actriz Hedy Lamarr, que era ingeniera e inventó un sistema para localizar torpedos soviéticos. Son mujeres bellas que salían en las revistas del corazón y que nadie identificaría con ese mundo, como, por ejemplo, también le pasaba a Wallis Simpson. Cuando descubre que sólo va a ser la mujer de un rey abdicado pacta con Hitler un plan para colocar a su marido en el trono del Reino Unido.
– Monarquía y espionaje, por lo que cuenta parece que han ido unidos en la historia.
– Cuento los casos de tres reinas casi coetáneas: Catalina de Medici, Isabel de Inglaterra y María Estuardo. Las dos primeras manejaron muy bien sus cartas. La tercera no tanto y acabó ejecutada.
– Rescata del olvido a varias espías españolas. ¿Por qué son tan desconocidas?
– Normalmente, los españoles no solemos reivindicar nuestra historia. Piensa, por ejemplo, en la conquista de América. Si los estadounidenses tuvieran personajes como Hernán Cortés se habrían hartado a hacer películas. Por eso las espías españolas casi no se conocen. La primera que aparece en el libro es la Balteira, que para Alfonso X el Sabio fue fundamental para mantenerse en el trono frente al ataque de los árabes.
Ya en el siglo XX, destaca Caridad Mercader, madre de Ramón Mercader. Llegó a programar a su hijo y entrenarlo para cometer uno de los asesinatos más famosos del siglo, acabar con la vida de Trotsky.
– En su libro combina ficción con ensayo. Es otro giro en su trayectoria literaria. ¿Lo hace por no encasillarse?
– En el anterior libro (La leyenda de la Peregrina) ya lo hacía, pero sin el engarce con lo ensayístico. En esta ocasión, antes de contar cada relato quería contar la historia del espionaje, cómo iba evolucionando desde la Biblia hasta hoy. Cada libro lo escribo desde una perspectiva. Con el anterior a estos dos, La maestra de títeres, me costó mucho encajar los distintos puntos de vista del relato. Sin embargo, se vendió menos. Yo creo que porque muchos quisieron ver en el libro una biografía de Isabel Preysler y no era verdad. Eso perjudicó el libro.
– Al igual que a Isabel Preysler a usted se le mezclaba con la denominada beatiful people. ¿Cómo consiguió librarse de esa etiqueta?
– Cuando te ponen una etiqueta es muy difícil quitártela. Salirse del famoseo es más fácil de lo que parece. Consiste en no dar cuartos al pregonero. Cuando ves esas famosas diciendo que el seguimiento de la prensa es horrible y que son muy desdichadas, pues no hay más que pensar que ellas mismas alimentan ese tipo de fama.
– Realmente, ¿qué era la beatiful people?
– Fue algo creado, algo inventado por los medios y la gente. Una etiqueta con la que nos marcaron a gente que no teníamos nada que ver. A mí me metían en un saco de mujeres con las que no tenía nada que ver. Mi marido, Mariano Rubio, decía que no entendía lo de beatiful porque los hombres del grupo eran todos muy feos.
– En ese momento de su vida, tan cercana al poder, ¿se sintió espiada en algún momento?
– En aquella época lo que se llevaban eran los dosieres. Amenazaban con sacarlos y era todo falso. El truco es que siempre había una cosa que era real y, claro, jugaban con que si eso se publicaba la gente pensaría que si había algo real por qué no iba a ser todo lo demás. Te sentías muy indefenso porque aunque demandaras, si se publicaba en prensa, cuando la Justicia te daba la razón diez años después ya nadie se acordaba.
– Volviendo al libro. La conclusión con respecto a la actualidad es que hoy estamos todos expuestos a ser espiados.
– La verdad es que hubo unos años en los que el espionaje se relajó. Tras la caída del muro de Berlín en Occidente se dio por supuesto que ya no había que estar alerta. El resultado fue el 11-S. Un atentado así se perpetró sin que la CIA pudiera enterarse. Y de ahí hemos saltado a un momento donde te espía el teléfono, Alexa, el reloj… estamos perfectamente controlados. Pero luego eso se combina con lo de toda la vida y que nos sorprendería mucho. Los taxistas, las peluqueras… colaboran mucho con los servicios de inteligencia.
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