La vida de Carmen Posadas está por escribir. Rica en experiencias personales y sociales, bien podría ser el contenido de su mejor novela si se atreviera a escribirla. No lo hará, o sí, quién sabe, si un día desempolvara sus diarios de infancia, los recuerdos que guarda en algún rincón de su memoria, la prensa en la que se daba una imagen distorsionada de su personalidad, así hasta llegar a día de hoy, convertida en una escritora de éxito, en una mujer madura que ha sabido hacer frente a la adversidad, sin dejar que el rencor y la venganza aniden en su corazón.
Madre y abuela feliz, a Carmen la vida le sonríe después de años en los que ha tenido la oportunidad de conocer a todo tipo de personajes y personajillos. Para hablar de todo ello, nos recibe en su casa, donde se acumulan los libros y las fotos familiares.
Hay una frase que la define: soy una espía de la vida. ¿Es así cómo se siente?
Todo eso viene de un trauma infantil, ya que yo era la menor de mis dos hermanas, que eran monísimas, que cantaban canciones del momento y contaban chistes, mientras que yo ni cantaba ni me reía mucho. Entonces, me iba a mi cuarto a escribir un largo diario lacrimógeno que es el comienzo de mi vocación de escritora.
¿Tanto influye la infancia en nuestra vida?
En la mía sí, porque yo era muy observadora, ya que como a mí nadie me daba bola, tenía que fijarme en las cosas pequeñas, en aquello que nadie más prestaba atención.
Un estilo que utiliza en ‘La maestra de títeres’, su último libro.
Es un retrato de la España de la posguerra, en blanco y negro, una época en la que todo estaba prohibido y todo era pecado y en la que las apariencias jugaban un papel muy importante.
Hasta que muere Franco y llega la Transición.
La primera parte llega hasta los años sesenta y principios de los setenta, que es cuando en España empezamos a descubrir el amor, la libertad, el sexo, incluso la política, y todo eso ocurre en muy poco tiempo.
¿Por qué los nuevos líderes critican lo que tanto costó alcanzar?
No sé la razón, ya que lo único que están consiguiendo es que hagamos el camino a la inversa. Estamos viviendo una época muy restrictiva: un ejemplo es la censura que ahora se practica a través de las redes sociales.
¿Hay interés en volver a una etapa ya superada?
No lo sé. Yo, que escribo en el XL Semanal, me he vuelto todo lo políticamente incorrecta que puedas imaginar, razón por la cuál me critican muchísimo y eso me llama la atención, ya que fuimos las mujeres de mi generación y la tuya las que hicimos posible que la mujer fuera libre. Hace poco escribí sobre esa especie de obsesión por dar de mamar a los niños hasta los dos años y medio.
¿Es mucho tiempo?
Es algo que sólo pueden hacer los ricos, porque la señora que trabaja en una tienda o en una fábrica no puede hacerlo. Pues bien, por escribir de eso me llamaron de todo, insultos bestiales como que mis hijas seguramente eran anormales porque sólo les había dado de mamar tres meses.
¿Quién marca hoy esos estereotipos?
Grupos ultra, supongo: es la razón por la que muchas mujeres hoy no se atreven a levantar la voz, de manera que, aunque por otros cauces, llegan a hacer lo mismo que hacían los censores del franquismo.
La protagonista de su libro, Beatriz Canalda, bien podría ser Isabel Preysler. ¿Lo es?
No, no, yo quería recrear un prototipo de mujer que consigue vender su imagen, su vida, que sale en todas las revistas, a quien sigue la gente como si fuera una novela por entregas. Un personaje muy representativo de lo que son los valores de esta sociedad.
Tan de moda como las influencers.
Ésas son la quinta esencia, porque están todo el día con el móvil sacándose fotos, pero no se me ocurrió recurrir a este estereotipo de mujer, quizá porque las conozco menos.
La de los 80 sí la conoce bien.
Porque cuando yo vine a Madrid, era una ciudad en la que nunca se dormía. Si salías a las 4 de la madrugada sabías dónde encontrar gente con la que divertirte. No así en Londres, donde también viví y donde la vida era muy divertida, pero a las 12 de la noche estabas en casa, mientras que en Madrid no se dormía.
¿Es lo que la hizo tan especial?
Sí, porque había muchos Madrid. Así, por ejemplo, la gente que iba a La Boite, no iba a Cerebro, todo dependía de a qué círculo pertenecieras, ibas a un sitio o a otro. A mí me gustaba moverme en todos, hasta el punto de que tenía un armario con diferentes tipos de ropa, que conservo, pero renovado. Por ejemplo, yo tengo un armario modelo escritora.
¿Qué contiene?
Es donde guardo la ropa más informal: vaqueros, camisas, blazers o una chaqueta de cuero.
¿Y algo más?
El modelo para matar, que es el que más me gusta de todos.
¿Cómo es?
Me fascina la ropa con brillos: a veces ni siquiera me la llego a poner pero me priva.
Debería escribir un tratado de moda.
También tengo modelo comme il faut: trajes de chaqueta, pañuelo de Hermés…
¿Con cuál se siente más cómoda?
Con los que brillan o con vestidos como el que llevo ahora; también me siento bien con vaqueros.
¿Ordenada?
Lo justo, lo que no soy es de comprar ropa cara, es una cuestión de educación y me lo podría permitir perfectamente pero me parece inmoral gastar un dineral en un bolso o en un vestido.
¿Su color favorito?
Va por épocas. Hubo años en que sólo me vestía de colores grises, topo, porque era lo que se llevaba, en cambio ahora, a la vejez viruela, me pongo de rojo, turquesa, verde y de lo que haga falta.
¿Cómo ha cambiado en estos años?
En los 70 era extremadamente tímida, tartamudeaba cuando me hablaban, era horrible pero, como les ocurre a muchos tímidos, evolucioné de una forma muy llamativa cuando estaba estudiando en Inglaterra, hasta el punto de que cuando vine a España vestía con unas minifaldas de escándalo y pantaloncitos cortos, hasta que me hice más convencional. Ahora creo que estoy volviendo a otros tiempos y me parece que eso es peligrosísimo.
¿Por qué?
A la minifalda no, pero sí a ponerme cosas que no me hubiera atrevido años atrás.
¿Por ejemplo?
Ropa más llamativa.
¿Recuerda lo que escribía en aquellos diarios de su infancia?
No lo conservo porque al mudarme tanto, lo he perdido. Escribía sobre lo diferente que yo me sentía respecto a la gente que estaba a mi alrededor.
¿Qué ocurrió para pasar de escribir cuentos a volcarse en la novela?
Yo en la vida todo lo he hecho al revés: normalmente la gente estudia, luego trabaja y después se casa; yo empecé casándome, y con 23 años ya tenía dos niñas en el colegio. Me agobiaba pensar en lo que iba a hacer a partir de ese momento, como había dejado la Universidad no tenía demasiadas oportunidades y empecé a mirar las ofertas de trabajo en los periódicos, hasta que un día vi un anuncio que decía: Hágase rico plantando champiñones.
Y vio la oportunidad de su vida.
Pedí que me enviaran todo el pack a casa, me costó una fortuna, me lo enviaron en una caja enorme con tan mala suerte que en vez de tener dedo verde, tengo dedo negro y se me estropearon todos los champiñones. Y vuelta a empezar.
¿Con los champiñones?
No, con un anuncio que ponía: soy profesor de escritura creativa. Te estoy hablando del año 80 y fue así como empecé a escribir para niños. Nunca le conté a nadie que quería ser escritora y menos a mi padre, hasta que aparecí con el libro impreso por el que me dieron el Premio del Ministerio de Cultura al mejor libro del año 84.
El salto a la fama lo da con ‘Yuppies, jet set, la movida y otras especies’.
Ese libro lo escribí viviendo en Inglaterra. Juan Antonio Vallejo Nágera me pidió uno divertido, en la línea de ‘Cómo casarse con un millonario’, con tan mala suerte que cuando estaba escribiendo el libro conocí a Mariano y cuando se publicó me convertí en la mayor arribista del país.
Era el Gobernador del Banco de España.
Me llevaba 22 años y yo sudamericana, imagínate.
¿Cómo vivió esa época?
No me reconocía en la imagen que se daba de mí en los medios. Recuerdo las cosas tremendas que escribió Jimmy Giménez-Arnau, conociéndome como me conocía. La verdad es que no estaba preparada para tanta mentira.
¿Sufrió?
Mucho, de esa época me viene el insomnio horrible que tengo porque, al ser tan tímida, verme en el ojo público de esa manera tan brutal me hizo sufrir mucho.
¿Le preparó para lo que le vino después?
Fueron episodios muy dolorosos los que me tocó vivir.
¿Se arrepiente de algo?
Antes decía que no me arrepentía de nada, pero ahora creo que decir eso era una gran soberbia por mi parte. Es indudable que hay cosas que me hubiera gustado hacer mejor, actuar de otra manera, pero lo cierto es que no estaba preparada.
Reaccionó dignamente durante el juicio y las visitas a la cárcel para ver a su marido.
Crecí y maduré de un día para otro. Recuerdo, por ejemplo, cuando tuve que ir a declarar a la Comisión Rubio al Congreso de los Diputados, que está a la vuelta de mi casa. Tuve que hacer ese paseíllo rodeada de una nube de fotógrafos y cámaras de televisión. Hice lo que los toreros: bajar la cabeza y seguir adelante. Fue como decir: aquí estoy yo. Y a partir de ese momento me preparé para aceptar lo que me echaran.
¿La literatura le ayudó a pasar página?
En ese sentido sí, porque la gente pensaba que yo publicaba por estar casada con Mariano, sin tener en cuenta los premios que me habían dado.
¿Ha tenido la tentación de ajustar cuentas?
La verdadera venganza no es la que todo el mundo puede interpretar, sino otras que yo he disimulado muchísimo para que no se noten y, en ese sentido, la literatura ha sido muy terapéutica.
¿Alguien le ha pedido perdón?
No, pero tampoco guardo rencor a la gente que me falló, porque si algo aprendí fue a que es importante saber lo que se puede esperar de cada persona.
En su caminar qué ha encontrado, ¿más gente buena o mala?
En realidad, como espero poco, me llevo sorpresas muy agradables.
¿En algún momento pensó en irse del país?
No, creo que los españoles no os dais cuenta del país tan maravilloso que tenéis. Si yo tuviera que vivir como vivo en España en cualquier otro país europeo, tendría que tener el triple de dinero. La calidad de vida que tenemos en España no la hay en ningún otro lugar, además de la comida y de todo.
¿Quién es Carmen Posadas?
Nació en Montevideo, Uruguay, el 13 de agosto de 1953. Hija de diplomático y de una restaurador, vivió en Uruguay hasta los 12 años, después se trasladaron a vivir a Argentina, España, Inglaterra y Rusia.
Trayectoria: Comenzó su carrera literaria escribiendo cuentos infantiles. Su primera novela, ‘Escena improbable’, la escribió con Lucrecia King Hedinger. Ha escrito guiones para cine y televisión, ensayos satíricos como ‘Yuppies, jet set, la movida y otras especies’. Un año después publica ‘El Síndrome de Rebeca’. Ha escrito ‘La Bella Otero’, ‘Juego de Niños’, ‘Hoy caviar, mañana sardinas’, ‘La cinta roja’, ‘Testigo invisible’, entre otros títulos. El más reciente, ‘La Maestra de Títeres’, de la editorial Espasa. Es consejera de la Universidad Europea de Madrid, donde se ha creado la Cátedra Carmen Posadas. Ha recibido numerosos galardones, entre otros El Planeta por ‘Pequeñas infamias’.
Familia: Se casó con Rafael Ruiz de Cueto y tuvo dos hijas, Sofía y Gimena. En segundas nupcias se casó con Mariano Rubio, Gobernador del Banco de España, fallecido en 1999.