Carmen Posadas recibe a ABRIL en su casa para charlar sobre su trayectoria
Si Carmen Posadas (Montevideo, 1953) mira a su propia vida con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, tan sabio, hay una canción en la que siempre piensa porque, de algún modo, la define: Como un gorrión, de Joan Manuel Serrat. La letra, que, sentada en una amplia y muy decorada sala de su casa madrileña, cercana al Congreso de los Diputados, tararea con soltura y sin desafinar, dice así: “Le gusta andar por las ramas, ir de balcón en balcón sin que nadie le eche mano, como un gorrión”.
Bien sabe la escritora, autora de quince libros infantiles, doce novelas, dos biografías, varios guiones de cine y televisión y ganadora del premio Planeta en 1998, que “volando bajito también se puede llegar lejos”. Más lejos, incluso, que cuando frecuentas las alturas, “porque allá arriba disparan”.
Obviamente, ya no es la misma persona que empezó a escribir hace cuarenta o cincuenta años; el cambio, también el literario, no sólo el vital, es bueno e inevitable. Pero sí procura seguir cultivando la curiosidad, que nunca ha perdido, y mantener ese “cierto candor”, que cree que es necesario, vital en este oficio.
Luego, además, todo lo mucho vivido, las circunstancias que han rodeado su biografía, abordada a veces desde el periodismo más burdo, ese que bordea la ficción, han hecho que haya ganado en experiencia. Aunque es consciente de que con cada nuevo libro pasa reválida, como si fuera el primero. También con el último, Licencia para espiar (Espasa).
P. Asegura que con su último libro no pretendía contribuir a “alargar la agotadora lista de novelas de mujeres para mujeres y sobre mujeres”.
R. Sí, es muy cansado eso.
P. ¿A qué se debe esa aclaración?
R. El mundo está hecho de hombres y mujeres y no me voy a dedicar a eso que hacen las feministas ahora, decir que nosotros somos mucho más inteligentes, más sensibles, más no sé qué. Primero, porque no lo creo y, segundo, porque ya hay demasiados libros en esa línea.
P. ¿Antes de ponerse a escribir se plantea si el tema va a molestar?
R. No. Yo, además, como soy mujer, puedo meterme con las mujeres, cosa que los hombres no pueden (ríe), y lo hago sin parar, porque esta elevación a los altares me parece absurda. Además, al final, si te suben a un pedestal, lo más probable es que te caigas y te des un golpe. No me interesa contribuir a esa farsa.
P. Ganó el Planeta después de, y la cito, hacerle “un My Fair Lady a un gran manitú de las letras” que la ninguneaba. Se puso a escribir y, un año después, tenía una novela con la que logró el galardón. ¿Sigue teniendo que aplicar ese método?
R. Si alguien te ningunea, hay dos opciones: o te vienes abajo y dices pobrecita yo, no llegaré a nada porque el mundo es cruel y los hombres son muy malos, o utilizas esa fuerza y haces que te ayude a alcanzar un objetivo. Eso es lo que yo he hecho en la vida. Imagino que a usted también le habrá pasado, pero en mi época notaba mucho una cosa que yo llamaba el piropo terrorista.
P. ¿Y qué es el piropo terrorista?
R. Es algo que yo he sufrido mucho, pero es universal. Le pongo un ejemplo: Montserrat Roig va a ver a Josep Pla y y le dice: “Ay, maestro, yo quiero ser escritora y traigo estos cuentos, si fuera tan amable de echarles un vistazo…”. Él fumaba y no decía nada, hasta que en un momento dado se vuelve y le dice: “Señorita, con esas piernas tan bonitas que tiene, ¿por qué quiere ser escritora?”. Ese es el piropo terrorista, en el que están alabando una parte de tu físico para restarte credibilidad.
P. ¿Los reciben también hombres?
R. Supongo que no… Hombre, no sé, ahora que los hombres se están cosificando también, pues es posible…
P. ¿Cree que se están cosificando?
R. Yo creo que bastante. No hay más que ver esos programas horripilantes como La isla de los famosos.
P. Usted usa con frecuencia la expresión inversión cultural.
R. Tradicionalmente, la cultura siempre iba de arriba abajo: alguien con entidad tenía una opinión que iba permeando para abajo y las personas menos preparadas acababan asumiendo lo que había dicho este señor. Ahora es exactamente al revés: la cultura va de abajo arriba y es más importante lo que dice un influencer que lo que dice un premio Nobel. Vivimos en ese mundo.
P. ¿Y qué podemos hacer para revertir esa tendencia?
R. Soy bastante pesimista. Pienso que acabará produciéndose un hartazgo. Pero, hasta que eso ocurra, se produce otro fenómeno inquietante. Umberto Eco decía que ahora el tonto del pueblo tiene un altavoz potentísimo con internet y lo que prevalece es su opinión. Eso también es bastante grave. Tarde o temprano tendrá un factor de corrección, pero a corto plazo no lo veo.
P. Teniendo en cuenta su interés por la historia, ¿qué le sugiere el momento que estamos viviendo?
R. Los que somos hijos de mediados del siglo XX hemos vivido una especie de espejismo de paz y de progreso que no es la norma, sino la excepción. La historia del mundo ha sido convulsa desde sus orígenes y el periodo de paz más largo en el mundo occidental ha sido después de la Segunda Guerra Mundial y hasta más o menos la caída de las Torres. Los que nacimos en esos años pensamos que el mundo era así, que no era un disparate, que no era kafkiano, como es ahora. Había una sensación de que, si trabajabas, podías salir adelante, había culto al esfuerzo, había montones de cosas que ni siquiera quiero mencionar porque sueno tan vieja diciéndolas… Palabras que hoy ya no tienen ningún significado, como esfuerzo, honor… Todos esos parámetros han desaparecido. Pero el mundo siempre ha sido el otro, hemos vivido un espejismo. Lo normal es lo que estamos viviendo ahora, que es una época de perplejidad en la que se producen guerras, pandemias, injusticias. Es lo que siempre ha sido el mundo.
P. Con una novedad, y es que ahora hay un cuestionamiento de la verdad. Antes confiábamos más en las palabras, en el vocabulario.
R. He estado releyendo hace poco 1984, de Orwell, y es absolutamente deslumbrante, porque hay cantidad de cosas que se están cumpliendo más allá del Gran Hermano, que es el tópico. Orwell está retratando la sociedad estalinista, es una sátira clara de cómo es el mundo en la Unión Soviética en ese momento, y eso está pasando ahora curiosamente en un mundo libre. La manipulación del lenguaje en el mundo soviético es comprensible, porque había alguien interesado en eso, pero es que ahora se está produciendo el mismo fenómeno sin que exista el estalinista de turno, somos nosotros mismos los que estamos imponiendo esa manipulación del lenguaje.
P. ¿Y cree que los escritores tenemos una responsabilidad ahí?
R. Sí, pero me pregunto si somos la voz que clama en el desierto, porque otro fenómeno que se está produciendo ahora es el sesgo de confirmación. La gente sólo lee a quienes son de su cuerda para que les ratifiquen en lo que ya piensan de antemano. Nadie quiere mirar a su alrededor y tener la mente abierta e intentar aprender algo de alguien que no piense igual. Yo seguiré siendo la voz que clama en el desierto, pero me pregunto a cuántos oídos llego (ríe).
P. Siempre ha sostenido que la condena social, de la opinión pública, es un mecanismo fundamental, un gran logro de la civilización. ¿Puede la literatura también servir para denunciar? ¿Qué piensa del rol social de la escritura?
R. Sí, yo creo que la literatura es muy poderosa, y lo ha demostrado a lo largo de la historia en muchas ocasiones. Pero no sé si ahora es tan notable eso. Cuando Alejandro Dumas se inventa el personaje de Richelieu, consigue que todos tengamos la idea de cómo era según su retrato, que no tenía nada que ver con la realidad. La literatura es tan poderosa que es capaz de reinventar la realidad. Yo no veo que ahora ninguna novela tenga esa capacidad.
P. ¿Es partidaria de separar ficción y realidad?
R. Como escritora, es completamente aceptable que puedas hacer lo que te dé la gana, sólo faltaba (ríe). Como lectora, me irrita bastante que se difumine tanto la separación entre ficción y realidad. Le pongo un ejemplo: The Crown. Estás ficcionalizando cómo son personas vivas y te estás inventando lo que te da la gana. Eso me parece peligroso y muy injusto con quienquiera que le toque esa china. Y, como la literatura es tan poderosa, eso es lo que va a quedar, no la realidad, nadie se va a tomar la molestia de saber cómo era Camilla Parker Bowles.
P. Creo que abandonó la escritura de una novela porque tuvo miedo de que la gente pensara que era una autobiografía encubierta. ¿La retomará algún día?
R. No creo que la retome nunca, porque, normalmente, cuando uno hace una autobiografía, todo lo que se puede contar no tiene importancia y lo importante no se puede contar. Incluso los que hacen una autobiografía para vengarse mienten. Yo eso no lo voy a hacer nunca, porque hay cosas que no se deben contar. Yo no soy partidaria de la verdad como un bien absoluto. Creo que la verdad no se debe contar siempre.
P. ¿Qué piensa de la autoficción?
R. Hay escritores que se dedican a la autoficción a los que admiro muchísimo, como Emmanuel Carrère, pero ya me tiene agotada, al principio me interesaba mucho, ahora me parece un ombliguismo llevado a la enésima potencia y me carga.
P. ¿Y usted elegiría a alguien para escribir su biografía?
R. No, porque una vez escribieron una biografía mía y me daba tanta vergüenza que no la pude leer.
P. Pero para ser escritora hay que vencer un poco ese pudor, ¿no? Estás expuesta.
R. Sí, yo, cuando empecé a escribir, decía: ¿qué pensará papá?
P. ¿Se planteaba eso?
R. Todo el tiempo, todo el tiempo, porque, además, yo adoraba a mi padre y soy escritora gracias a él. Entonces, fui a un taller literario y el profesor me dijo: “Como no pongas en tus textos una historia morbosa nunca vas a ser escritora”. Fui a mi casa y escribí un libro en el que había todos los pecados y todas las cosas más truculentas y más horrendas, y eso fue bastante liberador. Y, después, encontré otro truco buenísimo para quitarme esa sensación de qué pensará papá. En el fondo, escribir es como hacer un estriptis, te estás desnudando y lo estás haciendo con un sombrero muy ridículo en la cabeza, entre ridículo y bochornoso. Descubrí que si ponía mis peores sentimientos y fallos más horrendos en un personaje muy diferente a mí, podía desnudarme con toda impunidad. Y a partir de ese momento me volví muy impúdica.
P. Con 16 o 17 años leyó La metamorfosis de Kafka y le cambió la vida. ¿Por eso quiso ser escritora?
R. No, ya quería serlo. Como nunca fui a la universidad, siempre me sentí muy insegura. Nunca me atreví a pensar que yo podía llegar a ser una escritora, me parecía algo que estaba fuera de mis capacidades. Empecé escribiendo para niños creyendo que era más fácil, y es mentira, escribir para niños es muy difícil.
P. Por cierto, ¿ha vivido muchos momentos kafkianos en su vida?
R. Cuando yo me casé con Mariano, estas revistas que existían, Tiempo, Tribuna, empezaron a sacar mi vida por capítulos y dijeron que había abandonado a mis hijas en un asilo de ancianos. Cuando lo leí, dije: voy a poner una denuncia, porque es tan kafkiano, tan ridículo… Bueno, pues puse la querella y la perdí.
P. ¿Y por qué la perdió?
R. Porque no entraron a juzgar si era verdad o era mentira, sólo si yo tenía derecho a la intimidad. Como era un personaje público, no tenía y de mí se podía decir cualquier cosa.
P. Ahora vivimos circunstancias parecidas, pero en las redes, con linchamientos y señalamientos.
R. Lo más grave de eso es que ya no nos escandaliza. Antes había cosas que la gente no hacía por no ser censurada socialmente. Pero ahora no sólo no eres censurado, sino que eres aplaudido.
P. ¿Cree que nos autocensuramos?
R. No le quepa la menor duda. Y es la peor forma de censura que existe.
P. Hace poco escribía sobre cómo las pasiones tristes sirven a los políticos extremistas para fines electorales. ¿También en España?
R. Uno de los efectos de la globalización es que estos efectos son generales. En nuestra generación, las pasiones que movían el mundo eran el entusiasmo, el optimismo… Ahora, en cambio, han descubierto la eficacia de las pasiones tristes, que la tiene, eh, hay quien saca un rédito al victimismo fantástico.
P. Una última curiosidad. Además de en Moscú, usted vivió en Buenos Aires. ¿Ha visto Argentina 1985?
R. Sí, es buenísima, me encantó. Toda esa época, además, la viví bastante de cerca. Mi padre estaba de embajador ahí. Para que vea cómo se vivían las primeras desapariciones en Argentina, me acuerdo haber ido a Punta del Este y que empezaran a llegar cadáveres a la costa que parecían chinos. “Qué cosa más extraña, la cantidad de cadáveres de chinos que están llegando al Uruguay, ¿pero de dónde vienen?”. Nos enteramos al cabo de mucho tiempo de que eran los de los vuelos de la muerte, que los cadáveres se hinchaban. Cuando estás viviendo un fenómeno tan monstruoso como ese no te das cuenta, tardas mucho tiempo en saber la verdad.
P. De ahí la utilidad de la ficción.
R. Claro, sí, sí, sí.
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