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Carmen Posadas regresa a la Rusia en que se casó

Buscando información en Internet sobre OTMA (Olga, Tatiana, María y Anastasia, las cuatro hijas de Nicolás II, el último zar), Carmen Posadas (Montevideo, Uruguay, 1953) aterrizó en las memorias de Yurovski, el verdugo de la familia imperial rusa. En ellas descubrió a Leonid Sednev, pinche de cocina de 15 años que había llegado con los zares desde San Petersburgo a Ekaterinburgo y que fue el único que salió con vida de aquella casa de propósito especial en la que en la madrugada del 18 de julio de 1918 fueron asesinados los zares, sus cinco hijos y las otras cuatro personas de su séquito que los acompañaban.

Posadas albergaba la idea de escribir sobre Rusia, sobre los últimos días de los Romanov y sobre la Revolución desde hacía tiempo. Su padre, diplomático, había estado varios años destinado en Moscú, la familia había vivido allí y ella misma se había casado en la entonces capital soviética con su primer marido, Rafael Ruiz del Cueto, en 1972. La idea de escribir desde la perspectiva de un criado le resultaba tentadora. Así que, aunque no es mucho lo que se sabía de Sednev, le inventó un pasado de deshollinador y, a través de sus ojos, sus oídos y sus silencios de chico del servicio, se lanzó a contar la vida intra muros de la familia imperial.

El resultado son las 460 páginas de “El testigo invisible” (ed. Planeta), su libro número 29 entre novelas, infantiles y no ficción. Para hablar de él, de las revoluciones, de los años de la “beautiful people”, de la prensa del corazón…, la escritora nos recibe en su piso del centro de Madrid. El mismo en el que vivió con su segundo marido, Mariano Rubio, el exgobernador del Banco de España que se vio envuelto en el caso Ibercorp. En cierta ocasión Posadas dijo que el Palacio de Buckingham olía a coles, y uno entra a su casa con la pituitaria alerta, a ver a qué huele, pero lo que más llama la atención entra por los oídos. El silencio, un silencio tenue, que no es de cementerio ni de claustro, pero que ni siquiera los móviles osan perturbar.

Señora Posadas, insiste mucho en esta novela en esa idea de los sarcasmos de la Historia, en cómo a veces las cosas vuelven entre irónicas y trágicas. ¿Cree que queda hoy algo de aquellos años, de aquella Revolución Rusa?
Bueno, marcó el siglo XX, el mundo bipolar del pasado siglo, que es el siglo que yo he conocido, viene de ahí. Por eso yo he puesto como frase central del libro que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Todos actuaron con buenas intenciones: Lenin, Stalin… Todo el mundo venía con buenas intenciones y aquello fue una catástrofe.

Usted se casó en el Moscú soviético. Dicen que incluso depositó su ramo de novia en la tumba de Lenin…
¡Ah, sí…! Mi madre casi me mata por eso, je, je, je…

¿Cómo fue eso?
Pues resulta que cuando nosotros llegamos a vivir a Rusia, hacíamos visitas turísticas. En la Plaza Roja siempre había una cola de siete kilómetros delante del mausoleo de Lenin y bueno, a mí me causaba curiosidad, pero tampoco tenía tanto interés por Lenin. Cuando me casé me fui a hacer fotos vestida de novia a la Plaza Roja. Los soviéticos trataron de sustituir la religión por el culto a la personalidad, por eso muchas novias rusas dejaban su ramo de novia a Lenin. Así que ese día yo estaba allí, con mi ramo de novia, y le dije a mi marido: “Esta es la mía. Me van a dejar pasar…”. Y, efectivamente, me colaron y allí dejé el ramo. Mi madre casi me asesina luego, je, je, je…

¿Qué opinión le merece Lenin?
Tenía mejor opinión de Lenin antes de escribir este libro, je, je, je… Siempre pensé que el malo de la película era Stalin, sin embargo, Lenin también es un personaje bastante malvado en el sentido de que él se da cuenta en seguida de que todos los buenos sentimientos de la Revolución no le van a llevar a ninguna parte y empieza a hacer trampas, por así decirlo. Traiciona a los bolcheviques, traiciona a los mencheviques…, una cantidad de cosas muy poco heroicas. La gente tiende a pensar que él era el poli bueno y Stalin, el poli malo, pero el poli bueno tampoco era tan bueno, je, je, je.

“Era un espectáculo fascinante y aterrador”, escribe sobre el estallido de la Revolución en las calles de San Petersburgo. ¿Las revoluciones dan miedo?
Las revoluciones son las dos cosas: fascinantes y aterradoras. Son un momento de euforia en que la gente quiere cambiar el mundo. Y eso desata las mejores y las peores pasiones. Entre los revolucionarios había gente maravillosa, optimista, que quería cambiar el mundo, y oportunistas, ladrones, aprovechados…

¿Se podría repetir, ve condiciones hoy parecidas para un estallido similar?
Bueno, el 15-M fue un fenómeno que tuvo algunos parecidos, quizá más con la Revolución Francesa que con la Rusa. De todas maneras, yo creo que un estallido como aquel es muy difícil que ocurra. Las diferencias sociales en la Rusia de entonces no tienen absolutamente nada que ver con las actuales.

¿Una de las cosas más llamativas en el libro es el trato que los carceleros dan a la familia imperial. Dicho de una forma pedante, pareciera que el motor de la Historia no fuera tanto la lucha de clases como el resentimiento de clase…
Sí, hay cierto revanchismo. Pero, bueno, la lucha de clases, muchas veces, es un poco revanchista; si no, no sería lucha. También es cierto que el zar había sido un monarca absolutista bastante cruel. No era un hombre muy inteligente, no se dio cuenta de lo que se le venía encima ni siquiera cuando la Revolución estaba triunfando en San Petersburgo. Su respuesta fue: “Que manden a los cosacos y que masacren a todos”, que es como se arreglaban las cosas en ese momento.

¿Seguimos corriendo ese riesgo, el de tener unos gobernantes ciegos?
Ese peligro existe siempre.

¿Los tenemos hoy, unos gobernantes ciegos, o, si no ciegos, sordos?
Un poco de eso hay, sí es verdad. Y los pueblos que no recuerdan su Historia están condenados a repetirla. Harían muy bien en revisar las revoluciones francesa y rusa, les daría alguna pauta.

¿No cree, entonces, que estemos vacunados contra esos excesos?
No, la gente tiene la memoria muy corta y los gobernantes muchas veces están en una torre de marfil. Deberían tener, sí, un oído más fino.

Otra sentencia que repite en el libro es la expresión inglesa stiff upper lip, algo así como apretar el labio superior…
Sí, los ingleses son muy de mantener el tipo cuando pasa algo terrible. Y yo soy muy partidaria de la estética en las actuaciones humanas. La gente puede pensar que es algo ornamental, que da igual, pero yo creo que imprime carácter. Y eso es algo que da la educación.

¿Usted lo aprendió pronto?
Sí, yo soy muy inglesa en cuanto a forma de ser. Durante dos años y medio fui al colegio en Inglaterra y luego viví cuatro años allí después de separarme de mi primer marido. Me gusta mucho esa actitud de los ingleses en cuanto a la estética.

Sí, en España tendremos muchas virtudes, pero quizá esa…
No, y muchas veces es que ni se aprecia. La actitud ante la adversidad, por ejemplo: yo no soy nada de desmelenarme y llorar, todo esto que ves en la tele, unos que pierden los pedales [sic] y se ponen como patéticos… Eso es lo más antiyo que pueda existir. Hay que venir de casa llorado.

Uno de los personajes de su novela dice que el único paraíso posible es el paraíso perdido. ¿Lo comparte?
Sí, hay una frase rusa que dice que se puede volver al lugar del crimen, pero nunca se puede volver al lugar en que uno ha sido feliz. Siempre desilusiona.

¿Cuál es su paraíso perdido?
Durante muchísimo tiempo fue mi casa en Uruguay. Yo vivía en lo que llaman allí una quinta, que es una casa muy grande. Mi bisabuelo se había dedicado a la botánica e hizo un jardín botánico en casa con árboles espectaculares, flores rarísimas… Hoy la casa sigue existiendo, la han dejado ahí como un fantasma, pero han construido una enorme ciudad, que se llama Parque Posadas. No sé cuánta gente, como Moratalaz entero, vive en lo que antes era mi casa, mis árboles, mis flores… Cada vez que voy allí por un lado siento nostalgia y por otro me entra el instinto asesino…

Ya… Y los años que transcurrieron entre 1988 y 1999, ¿tuvieron algo de paraíso perdido?
Ah, sí, fue una época muy feliz. Es verdad que luego nos pasaron cosas tremendas…

¿No fueron aquellos años de matrimonio con Mariano Rubio tiempo más bien de apretar el labio superior?
Sí, por supuesto que sí… Pero fueron unos años muy felices. Nos pasaron cosas tremendas y mi marido se murió de eso, pero, bueno, yo tuve un matrimonio muy feliz y que me quiten lo bailado.

¿Se sintieron traicionados?
Sobre todo lo que sientes es una gran impotencia. Para la Justicia eres inocente hasta que se demuestre lo contrario, pero en los juicios públicos eres culpable hasta que se demuestre que eres inocente.

Escribió un libro titulado Manual del perfecto arribista. ¿Conoció a muchos?
Juan Antonio Vallejo Nájera me preguntó si se me ocurría un libro divertido para la editorial Temas de Hoy. Yo entonces vivía en Londres y venía de vez en cuando a España, pero veía las cosas desde fuera. Eran los años 80 y todo el mundo quería tener un coche más grande, salir en el ¡Hola! y cosas por el estilo. Así que propuse el manual del perfecto arribista. Empecé a escribir el libro y conocí a Mariano. Cuando se publicó aún no estábamos casados pero ya salíamos y tal. Y entre que era sudaca, que Mariano tenía 22 años más que yo y que había escrito un libro que se llamaba Manual del perfecto arribista, me convertí en la mayor arribista de este país, je, je, je… Me costó quitarme esa etiqueta, pero creo que ya lo conseguí.

¿Pero alrededor vio a alguno?
Ah, sí, sí, sí… Ahora yo creo que los arribistas están pensando cómo llegar a fin de mes, pero en aquella época estaban todos pensando cómo tener un coche más grande, cómo salir con una rubia despampanante y cosas de esas…

¿Somos un país al que fascina el oro?
Yo creo que España ha sido un país tradicionalmente austero. La forma de ser de los españoles es bastante austera. De repente, nos convertimos todos en ricos, pero fue un pequeño espejismo que ya se acabó.

¿Usted necesita escribir para vivir; en el sentido material, necesita publicar libros para vivir?
Pues, mire, no me atrevo a decirlo, porque todo el mundo está desesperado, pero yo tengo mucha suerte, porque sí.

Igual es que lo hace bien…
No sé, yo creo que al final la suerte desempeña un papel muy importante. No necesariamente la persona de más talento o la más inteligente o la mejor persona es la que alcanza las metas. Muchas veces triunfa gente muy mediocre, así que no voy a decir que es mi enorme talento, voy a decir que es mi suerte, je, je, je…

Telva publicó una conversación muy divertida entre Boris Izaguirre y usted sobre la elegancia y las claves para triunfar en sociedad y aludían a las personas termómetro, esas que en función de si van a saludarte o te ignoran en una fiesta permiten saber cómo está tu cotización…
Ah, sí…

¿Cómo está hoy su cotización?
Está bastante bien, debo decir, je, je, je. Esto del termómetro sube y baja muy fácilmente, pero en este momento, sí, está bien. Además, se me considera por lo que yo quiero ser. Durante mucho tiempo era porque salía en las revistas del corazón, porque estaba casada con Mariano…, por razones que ni me interesaban ni me gustaban. Ahora la cotización es por lo que yo hago.

¿Cómo vivía con eso, le frustraba o le daba igual?
Lo que hice fue utilizarlo como acicate. Me hice un cartelito con una frase de la película My fair lady: “Espera y verás”. Y con esa frase grabada detrás, empecé a escribir mis novelas y gané el Planeta…

¿Cómo se entra y cómo se consigue salir de ese mundo del famoseo?
Se puede entrar por distintos caminos. Hay gente que lo busca y gente, como en mi caso, que no, pero, como me casé con un señor muy notorio, automáticamente estuve en el foco. Lo que pasa es que para seguir ahí hay que fomentarlo. Esas personas que dicen: ¡Oh, Dios mío, me persiguen los fotógrafos, no me dejan vivir, qué horror…!”, eso es todo mentira. Salirse es relativamente sencillo: consiste nada más que en no dar cuartos al pregonero. Si tú no te pintas el pelo de azul, no tienes un novio stripper, no vas contando tus miserias en la tele o en las revistas, tarde o temprano te dejan tranquilo, porque hay muchos candidatos, je, je, je.

Soledad es, como dice uno de los personajes de su novela, un sinónimo un poco más feo de libertad?
Absolutamente. Claro que sí. Yo soy una persona muy solitaria, lo necesito.

¿Y lo ha entendido la gente a su alrededor?
No, no, no.

¿Tampoco sus parejas, sus hijas?
No, mis parejas y mis hijas sí, porque ya me conocen. Como pareja, además, normalmente siempre eliges a alguien que, más o menos, entienda esto, porque es que, si no, es inmancable, como dicen en Uruguay. Lo que es muy difícil es hacérselo entender al resto de la gente. Si tú dices: “A mí me gusta mucho la soledad”, automáticamente eres una tía rara.

¿Se puede disfrutar de esa soledad en compañía?
Ah, claro, esa soledad elegida es agradable porque sabes que cuando dejes de estar sola vas a estar con fulanito de tal.

Seguramente cierto abogado madrileño comprendería esa reflexión…
Eeeeeh, supongo que sí, je, je, je, supongo que sí [Posadas sale desde hace unos años con Bernardo Cremades, jurista especializado en casos de arbitraje] .

¿Nunca ha tenido la tentación de una vida bohemia?
Sí, muchas veces. Pero para contestar esta pregunta tengo que hacer un poco de psicoanálisis barato. La familia de mi padre y la familia de mi madre eran como Montescos y Capuletos, se detestaban, se odiaban. De repente, se casaron mis padres, pero las familias se seguían odiando. Y entonces había que elegir si ser de papá o ser de mamá. La familia de papá era una familia anglófila, stiff upper lip, gente realista, con los pies en el suelo, el colmo del sentido común. La familia Mañé era absolutamente desparramada: uno se había arruinado en la ruleta y había dejado a su familia en la miseria; otra se había fugado a París con un bailarín de claqué… Todos artistas, pintores, escritores… y todos desparramados. Había que elegir entre ser de mamá o de papá y yo elegí ser de papá.

¿Por qué?
Porque yo adoraba a mi padre. Son elecciones que uno hace cuando tiene 4 años y que se quedan de por vida. Yo sé perfectamente que toda mi vena creativa es Mañé, pero no quiero ser desparramada.

¿Ha tenido que ajustar cuentas con su madre?
Huy, mi madre es un personaje que si yo escribiera la novela de su vida ganaba el Nobel… En ese sentido es muy rusa, excesiva en todo, en lo bueno y en lo malo. Es un personaje de Dostoievski mi madre.

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