Carmen Posadas se adentra sin cargar las tintas en uno de los grandes cataclismos del siglo XX
Carmen Posadas es autora de una vasta obra narrativa. Ha tocado géneros variados, en especial la novela de corte policiaco y la histórica. Por suerte, no ha tenido a bien confundir ni mezclar los dos géneros, por lo que podemos gozar, por remitirnos a su producción más reciente, de obras como «Invitación a un asesinato», donde recrea con cierto guiño posmoderno la literatura policiaca de aliento británico; en especial, Agatha Christie.
Ahora, en «El testigo invisible», es capaz de sumergirnos, sin añadidos tomados del «thriller», en uno de los periodos más convulsos de la Historia: los últimos días del zar, el asesinato de Rasputín, el estallido de la Revolución, el arresto de la familia imperial y su posterior asesinato en Ekaterimburgo.
Posadas es autora que se aviene bien con los géneros, sabe de sus limitaciones –también de sus virtudes– y respeta las reglas de cada uno de ellos, alejando de sí el aspecto mostrenco de muchas producciones de hoy.
Esta novela ha debido de ser un reto para ella. Hay cierta disposición a entablar un interrogante a través de toda una centuria, y para ello se ha valido de un acontecimiento que tuvo lugar a principios del pasado siglo y determinó su devenir. El que su protagonista viva hasta 1994 debe entenderse casi como una metáfora de aquel que ha tenido la gracia de poder asistir a las consecuencias dilatadas en el tiempo de un cataclismo histórico.
Carmen Posadas gusta de las maneras de la novela tradicional inglesa. No es un secreto, y esa disposición le lleva a frecuentar ciertas virtudes inherentes a ella. Así, una obligada cortesía con sus lectores –no abusa de sus sentimientos y, desde luego –una cosa se infiere de la otra–, cierta complicidad con ellos si desde el principio estos aceptan lo que se les ofrece.
Con ello la autora consigue ciertos objetivos y beneficios. Uno de los mayores, el aire de honradez literaria que la mantiene equidistante de esa introducción de elementos de borrachera emocional que todo autor conoce y que muchos se atreven a frecuentar. Temas como los que trata aquí servirían para producir dramas salidos de madre y mala, muy mala literatura. Ella, por el contrario, ha mantenido un tono casi neutro, levemente crepuscular –al fin y al cabo, son las evocaciones de un hombre a punto de morir–, en historias tremendas, horribles.
Es una buena novela histórica en un panorama devastado por el abuso
En el capítulo donde Yakov Yurovski, el oficial carcelero de la Casa del Propósito Especial, lugar donde está cautiva la familia imperial rusa, asesina a todos los miembros de la misma, el horror está en aquello que se cuenta casi a la manera de un atestado, no en un cargar las tintas que a nada hubiera conducido, pues si se trataba de retratar la brutalidad de una carnicería, nada mejor que la mirada casi neutra, a fuerza de distante, de quien rememora, ya muy viejo, la carnicería.
Este episodio es, desde luego, el más desgarrador del libro y el que justifica, por sí solo, la novela, tanto respecto al clímax como en lo que posee de ejercicio literario de primer orden. Una buena novela histórica en un panorama devastado por el abuso.
fuente: abc.es