Carmen Posadas y Ana Rodríguez: la belleza no tiene edad
Son dos profesionales de éxito, guapas, estilosas… y también abuelas que se atreven a romper tabúes. Han pasado la prueba de los 50 pletóricas y lo celebramos con la firma Kérastase, que cumple medio siglo.
Carmen Posadas y Ana Rodríguez tienen mucho en común: nacieron en Sudamérica, en Uruguay y en Guatemala, respectivamente, vivieron una infancia y adolescencia de país en país, siguiendo los requerimientos profesionales de sus padres. Ambas han superado aquella etapa de ser “la mujer de…” y viven inmersas en una ajetreada vida profesional.
Carmen, a sus 61 años, es madre de dos hijas y abuela de tres nietos (y dos más en camino); recientemente ha reeditado El síndrome de Rebeca, un libro que escribió hace tres décadas. “El título alude a la película de Hitchcock y es una especie de guía para conjurar fantasmas amorosos”, aclara. Con él bajo el brazo, recorre España participando en conferencias, charlas y encuentros literarios.
Ana Rodríguez, exesposa del político José Bono, tiene 56 años, cuatro hijos, tres nietos, siete tiendas Tous y su propia línea de cosméticos, Oceanyx, para pieles atópicas y sensibles, como la suya. Entre todas esas tareas, se pasa la vida de acá para allá en el coche, donde no le falta un neceser, unos zapatos de tacón y algo de ropa de fondo de armario.
Reunidas en el salón de Moncho Moreno Make-up & Hair, reivindican su derecho a cumplir años y se rebelan contra la tiranía de la eterna juventud en un tiempo en que no se hace la más mínima concesión a algo tan natural e inevitable como envejecer.
Carmen Posadas.
Vivimos en una tiranía absurda, en un culto excesivo a la juventud tud. El empeño obsesivo por no envejecer es, además, una batalla perdida que lo único que consigue es generarnos una gran frustración. Nos lleva a sentirnos infelices, porque nunca estamos a la altura de las expectativas. Por eso hay tantas mujeres grotescas con piercings en el ombligo, en un afán ridículo de querer aparentar 20 años cuando tienen 60.
Ana Rodríguez.
Yo creo, sin embargo, que tenemos que exigirnos estar bien y vernos bien. No es algo relacionado con los demás, sino con cómo te ves tú y te sientes. Puede que la juventud esté sobrevalorada, pero también se ha producido un cambio. Ya no se percibe a las mujeres de más edad como señoras mayores. Ahí tienes los casos, por ejemplo, de Kylie Minogue o Madonna, que tiene 56 años y seguidores muy jóvenes.
Carmen. Si miro fotos de mi madre, veo que en aquella época las chicas de 20 años se ponían collares de perlas y un jersey con cuello caja y querían aparentar 40 años. Son valores que priman en la sociedad en cada momento y es muy difícil abstraerse de ellos. Entonces se llevaba ser una persona madura y adulta, y ahora vivimos todo lo contrario: una especie de juventud absurda, que hace que personas con 60 años sigan comportándose como adolescentes. Me parece patético.
Ana. La belleza no es una cuestión de edad. En cierta medida, es algo que nunca muere. No todo es tener la piel tersa, hay otras cosas; se va adquiriendo una sabiduría a base de experiencia, y esa vida se refl eja en el rostro. Últimamente he estado leyendo la biografía de Sofía Loren, que está estupenda a sus 80 años, y te das cuenta de que lo que tienen las mujeres como ella es todo lo que llevan dentro, esa acumulación de vivencias que afl oran. Y eso no se compra en ninguna parte. Es lo maravilloso de la madurez, que no necesitas tener un cuerpo ni un rostro 10.
Carmen. Desde luego, cada edad tiene su belleza. Sofía Loren no representa mi ideal. Me gusta más Jane Fonda, que aunque, por supuesto, se hace sus retoques, tiene un aspecto acorde a su edad y no va con escotazos hasta el ombligo…
Ana. Lo importante es aprender a vivir de manera coherente. Hay que cuidarse y procurar estar bien no solo físicamente, también mentalmente. Ves cada cosa que dices: “¡Qué pena!”.
Carmen. Habría que erradicar ese concepto de envejecer como un defecto, como algo ofensivo. Es, simplemente, un proceso natural y, además, la otra opción, que es morirse, es mucho peor.
Ana. A mí envejecer no me preocupa, porque prefi ero eso a quedarme por el camino, pero reconozco que me gustaría hacerlo con la sufi ciente dignidad y sin caer en tonterías.
Carmen. Yo me dejaré el pelo blanco y trataré de seguir delgada porque todo sienta mejor, pero tampoco creo que me haga un lifting de esos que te quedas con la cara planchada.
Ana. Yo estoy a favor de la cirugía, pero con limitaciones. Lo que no puedes pretender es que te quiten 20 años de golpe del rostro mientras el resto de tu cuerpo delata tu edad…
Carmen. También estoy muy por hacerle todas las trampas que se pueda al paso del tiempo, pero siempre con criterio: cohay cosas que se pueden mejorar o eliminar y otras que no. Cuando tenía 16 años vivía muy acomplejada, porque tenía una nariz horrenda y de las cosas que le estoy más agradecida a mis padres es de que me operaran, porque no solo cambió mi aspecto, sino también mi carácter, la seguridad en mí misma.
Ana. Una de las ventajas de la madurez es que hay ciertas cosas que ya no te importan tanto, como estar necesariamente perfecta. Y, por el contrario, cobran relevancia otras, como esa tranquilidad que vas adquiriendo, esa forma de ver las cosas con un poco de perspectiva… Además, ya no tienes la necesidad de “quemar” la vida. Yo ahora elijo también mi espacio para leer, para pasear, para estar con mis nietos, para comer con mis hijos… Pero sin prohibiciones ni límites, porque también me gusta trasnochar y salir a cenar con mis amigas.
Carmen. A partir de los 50, yo lo he notado, se adquiere una serenidad que se trasluce en el aspecto. A los 30 no se posee, porque tienes que ser la profesional perfecta, la esposa ideal, la madre abnegada, la amante deseada… ¡Nos ponemos tantas exigencias a esa edad!
Ana. A cambio, el cuerpo reclama más atenciones: hay que cuidar más la piel, la alimentación… Yo hago yoga, que me encanta, porque trabaja mucho físicamente y, además, me da una gran tranquilidad mental. Y también salgo a correr con mi hija pequeña. Me gusta que vayamos juntas porque si no, probablemente yo no lo haría. ¡Me da muchísima pereza!
Carmen. ¡Ay, la pereza! Pero es verdad que hay que cuidarse más. Para empezar, hago una horrible tablita de gimnasia todas las mañanas, a la que le estoy muy agradecida, porque es corta y muy precisa para lo que yo quiero mantener: un poco de abdominales, y brazos y piernas tonifi cados. Y también es muy útil para conservar la agilidad y una cierta estética en los movimientos, porque a veces hay señoras que están muy bien, pero que se mueven como ancianas.
Ana. Nuestra gran baza es que nos conocemos mejor, sabes lo que te sienta bien y cómo sacarle partido a tus puntos fuertes.
Carmen. En mi caso, sigo teniendo la talla 38, la misma que cuando era adolescente. Sin embargo, el riesgo está en que, aunque podrías ponerte cualquier cosa, las piernas, la figura han cambiado y hay muchas cosas que no son de tu edad.
Ana. Yo tengo con mis hijas una estupenda dinámica de compartir y darnos consejos. Hay mucha complicidad. Ellas me dicen: “Mamá eso te queda bien o eso no te lo pongas, que no tienes 30 años”. A cambio, he tratado de transmitirles la importancia de seguir buenos hábitos de alimentación y cuidarse la piel, porque las pecosas tenemos grandes problemas.
Carmen. Mi hija Sofía se dedica a la medicina estética y es la que me ayuda a no equivocarme. No hace mucho le comenté que quería cambiarme los dientes y ella me dijo que no se me ocurriera, que tenerlos refulgentes no me quedaría bien. Nos reímos, pero tenía razón.
Ana. No creo que haya que perder la espontaneidad ni dejar de experimentar. Yo sigo siendo atrevida, dentro de un orden. He hecho alguna locura, como cortarme el pelo cortito o teñírmelo de rojo. ¡Me arrepentí, claro, y aguanté tres días!
Carmen. Yo, con mi pelo, experimentos ninguno. Lo tengo horrible, siempre lo he detestado. Y eso que ha mejorado, porque hubo una época en la que tuve una anemia fuerte que me lo debilitó mucho y me veía obligada a llevar coleta.
Ana. Yo tengo la suerte de tener un pelo estupendo, pero muy seco, así que necesito tratarlo mucho con aceites, cremas, cuidar el color…
Carmen. Las morenas tenemos un handicap. A medida que van cumpliendo años, a las rubias les van cubriendo las canas con unas mechitas y les quedan bien, pero cuando eres morena, o te queda rojo muñeca o demasiado rubio…
Ana. Eso es cierto, pero hay que ser muy atrevida, muy guapa y tener mucha personalidad para llevar el pelo canoso. Aunque hay mujeres que lo hacen y están maravillosas.
Carmen. Yo lo haré, seguro. Lo único que no sé es en qué momento, porque no hay ningún atajo fácil para hacer la transición. Está muy bien decir aquello de que la belleza está en el interior, pero es falso. Lamentablemente, todo el mundo sabe que la estética es importantísima y tu aspecto exterior es tu tarjeta de visita, tanto que mucha gente ni siquiera se toma la molestia de saber cómo eres interiormente.
Ana. Y las mujeres a esta edad somos muchas cosas, tenemos esa capacidad femenina. Yo soy madre, profesional, empresaria… Mis nietos me llaman “abu” y no me siento mayor por eso.
Carmen. Aborrezco cuando la gente dice: “La edad no está en el carné, sino en el espíritu”. Pues se da la circunstancia de que tienes los años que pone, cuanto antes lo asumas, mejor. Yo no miento. Prefi ero que digan que estoy fenomenal para mis años, que quitármelos y que digan que estoy hecha un cromo.
Ana. Una cosa es lo que pone tu DNI y otra cómo te sientas. Mi madre tiene 80 años y está feliz. La actitud es muy importante.
Carmen. Es fundamental, por eso la felicidad es el mejor elixir de belleza, porque entras en una especie de círculo virtuoso: te sientes bien, te ves mejor, tu autoestima aumenta… Lo contrario es el círculo vicioso: te sientes mal, te ves horrible…
Ana. Por eso se dice que el amor rejuvenece. Creo que hay que vivir enamorado siempre que se pueda. El amor a los 50 es diferente, ni mejor ni peor, más tranquilo. Es una inyección de vida.
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