¿Congelar o no congelar?
He preferido dejar que pasaran un par de meses antes de escribir sobre lo que ahora llaman vitrificación, para ganar una cierta perspectiva sobre un asunto que tiene indudables aristas tanto éticas como sociales. Como ustedes saben, dos gigantes del mundo 2.0 como Facebook y Apple han dado a conocer su intención de facilitar a las empleadas de sus empresas la posibilidad de congelar sus óvulos para retrasar la maternidad. La idea, según han explicado ellos, es “atraer y promocionar el talento femenino”. Para ello piensan sufragar hasta 20.000 dólares del coste médico de la operación, que se estima en unos 10.000 dólares para la extracción y 500 para la conservación anual de los óvulos. Al conocerse la noticia de inmediato saltaron voces airadas para denunciar que se trataba de una inaceptable coacción hacia las mujeres para que no fueran madres en sus años más fértiles, y también, de modo de obligarlas a elegir entre carrera y familia cuando lo que deberían hacer dichas empresas es facilitar la conciliación. Otras voces favorables argumentaban en cambio que nos encontramos ante una prometedora oportunidad para aquellas mujeres que prefieren situarse bien en sus empresas antes de ser madres, puesto que las estadísticas juega en su contra. En efecto, por mucho que la corrección política prefiera no verlas, las cifras son tan elocuentes como desoladoras. En España hay más universitarios que universitarias; las mujeres al comienzo de su carrera profesional son más capaces, innovadoras y trabajadoras que sus compañeros del sexo opuesto. Sin embargo, cuando el reloj biológico comienza a hacer tic-tac, cuando piensan que van a perder el tren de la maternidad, no hay puesto de campanillas ni éxito profesional que valga, y más del sesenta por ciento de las mujeres prefieren resignarse con un cargo de menor responsabilidad a que la actividad laboral interfiera en su vida personal. Sin embargo, hay que precisar que la expresión “vida personal” se presta a equívoco. Los tiempos han cambiado y los que pensaban que, como decía Byron, “el amor es para el hombre una parte de su vida pero es para la mujer su vida entera”, deberían añadir ahora una pequeña corrección semántica a frase tan sonora. No, no es del amor hombre-mujer del que somos incapaces de prescindir nosotras, sino del amor madre-hijo. Así lo atestigua el hecho que, ahora que se han roto viejos tabúes, cada vez son más las mujeres de todo estrato económico y social que, al no encontrar pareja cuando se acera el fin de su etapa fértil, optan por ser madres solteras. Y no pasa nada. Por eso, yo creo que es positiva cualquier iniciativa encaminada a acallar ese amenazante tic-tac biológico que condiciona nuestra vida tanto profesional como personal. Dicho esto, conviene conocer los riesgos, también el coste, no solo crematístico sino también ético. La vitrificación de óvulos no es barata. En España oscila entre 2.500 y 3.000 euros, si bien el precio incluye la conservación durante dos años. Tampoco es infalible. Es decir, no garantiza al cien por cien la fertilización, puesto que implica las mismas opciones de conseguirla que una fecundación in vitro. Otro factor a tener en cuenta es que la extracción de óvulos solo se recomienda en mujeres menores de 37 años. Los reparos mayores sin embargo son de orden ético. Por ejemplo, qué se hace con los óvulos que sobran tras la fecundación. Para los médicos la solución es sencilla. La madre es quien decide. Puede destruirlos, cederlos para investigación o donarlos a otras parejas que los necesiten. Sin embargo, la pregunta siempre estará ahí. ¿No es inquietante saber que en alguna parte hay una hija o un hijo nuestro a quien jamás conoceremos? Y luego está el reparo mayor a la vitrificación, el que casi ninguna mujer contempla, encandilada por la maravillosa idea de ser madre. La ciencia permite que luego esos óvulos se implanten en mujeres muy mayores. ¿Pero puede un deseo tan natural como este excusar la maternidad más allá de una edad razonable? ¿Una que condene a ese hijo, que posiblemente tampoco tendrá padre, a quedar huérfano antes de su mayoría de edad? No querría yo verme en tal dilema.