Cosas que se me ocurren con la calor
Siempre pienso que el verano es le tiempo perfecto para filosofar sobre temas banales. No tanto como lucubrar sobre la inmortalidad del cangrejo pero casi, casi. Y mi reflexión de esta semana viene dada por una observación en concreto o, mejor dicho dos. Primero pensé en llamar a este artículo “Nuevas y tontas tiranías” porque algo de eso hay de eso, pero luego se me ocurrió que el fenómeno que voy a comentarles descubre algo curioso y a la vez inquietante sobre nosotros los mortales. Se dice siempre que el ser humano es cada vez más indisciplinado y díscolo. Que el acatamiento de las normas y el sometimiento a la autoridad brillan por su ausencia en la sociedad actual y que la palabra “obediencia” es, no solo una antigualla, sino algo a evitar a toda costa. Sin embargo, hay dos situaciones de la vida moderna en la que todos obedecemos como corderitos. Una es cuando suena un móvil, la otra cuando hay un fotógrafo por medio. Seguro que lo han observado ustedes: Da igual la situación en la que una persona se halle, ya sea íntima como un encuentro amoroso, o peligrosa como conduciendo un vehículo o, simplemente ridícula como cortándose las uñas de los pies o haciendo pipí pero, en cuanto suena un móvil, todo el mundo se precipita a contestar interrumpiendo lo que sea. La otra situación en la que uno obedece como un soldado es ante las órdenes de un fotógrafo. “Súbete a aquella roca haces el pino luego me miras y sonríes que queda superchulo” dice alguien detrás de una cámara y va uno y le hace caso. Pero la tiranía no es solo con el fotografiado, también se manifiesta con todos los que están alrededor del inmortalizador de marras “¡Espérese! ¿no ve que estoy sacando una foto?” dice el “artista” mientras interrumpe el tráfico rodado, por ejemplo o se planta delante de un paisaje o cuadro en un museo molestando a todo blas pero sin que nadie se queje. Sobre estas dos formas de obediencia inapelable elucubraba yo el otro día cuando cayó en mis manos un interesante artículo sobre un tal Stanley Miligram. En él se hablaba de un experimento realizado hace ya años en la universidad de Yale y que logró que el mundo de la psicología se llevara un susto considerable. Consistía en pedirle a una serie de voluntarios que administraran un grupo de personas corrientes eléctricas que iban desde los 15 a los 450 voltios. Las descargas eran falsas y las “víctimas” solo fingían retorcerse de dolor, pero nada menos que el 65% de los voluntarios obedecieron las órdenes de los científicos a pesar de ver el sufrimiento que causaban. Más curiosamente aún: Algunos de ellos fingían apretar el botón, sin hacerlo. En otras palabras, temían causar sufrimiento pero no se atrevían a desobedecer abiertamente. La teoría de Milgram es que el ser humano tiene una clara predisposición a obedecer y, según en qué circunstancias, lo hace sin cuestionar la orden que recibe. Hay que decir que el experimento se llevó a cabo en 1963 y Miligram fue despedido fulminantemente. Estaba demasiado cerca aún le Holocausto como para experimentar con estas cosas puesto que abría la puerta a la inquietante posibilidad de que aquella terrible masacre fuera ejecutada por un sinfín de personas normales que solo se limitaban a “obedecer”. A partir de ese momento el experimento de Miligram -que también es autor de la famosa teoría de los seis grados esa que explica que entre usted y Barak Obama o cualquier otro individuo del planeta, solo hay seis personas- cayó en el olvido. Y es que el ser humano tiene una tendencia considerable a olvidar o “archivar” todo lo que no le gusta o le parece demasiado perturbador. Por eso no seré yo quien altere su ocio veraniego preguntándome si las dos curiosas tiranías que antes señalaba, no serán una manifestación “light” del fenómeno estudiado por Milgram. No, claro que no. Hace demasiado calor como para comerse el coco. Además, voy a tener que acabar este artículo aquí mismo, dos o tres líneas antes de lo habitual. No es exactamente por pereza debida a las altas temperaturas, es que me está sonando el móvil.
Síííííí Quien es?