Cuando el amor es chantajista
Tengo una amiga que está viviendo una curiosa situación. Desde hace años, mantiene una relación con un hombre que ya en tres ocasiones ha dejado a su mujer por irse con ella pero, al cabo de un tiempo, vuelve con su ex. Un jeta, dirán ustedes, un tipo que pretende mantener dos amores sin renunciar a ninguno. En apariencia sí, pero las cosas a veces no son tan simples. Lo que le pasa al amigo de mi amiga es que no se atreve a dejar a su mujer. Pero no porque esté enamorado de ella, ni por problemas económicos, ni siquiera por sus hijos; no se atreve por temor a que ella sufra.
Cada vez que se va de casa, su esposa lo llama mil veces por teléfono, llora, amenaza con “hacer una locura”, suplica, implora. Hace alusión a su dolor, a lo mucho que lo ama y utiliza el arma más infalible que una mujer tiene contra un hombre: hacerlo sentirse culpable. Porque la culpa, para quien sabe usarla con pericia, es una soga perfecta, la que mejor ata una relación que está rota por otras partes. Extraño mecanismo el de la culpa. Por un lado, vivimos en una sociedad en la que el egoísmo y la irresponsabilidad parecen la tónica general, pero aún así, perviven en nosotros viejos postulados morales y a nadie le gusta sentirse como un canalla. Yo pienso que está muy bien ser una persona sensible al dolor ajeno etcétera, pero a veces acaba uno siendo víctima de la tiranía de los débiles, esos que por la culpa, la lástima y el lagrimeo, le acaban ganando a uno la partida.
Existen muchas personas que ejercen este tipo de tiranía. Personas que, con razón y sin ella, hacen que uno se sienta fatal. Gente que sabe exactamente qué fibra tocar para conseguir de nosotros lo que se ha propuesto. Y no digo yo que sus circunstancias personales no sean desgraciadas, pues a menudo lo son. Se trata con frecuencia de personas que no han tenido suerte, que no cuentan con muchos amigos, que están solas y que nos hacen ver que sin nuestra ayuda su vida sería terrible. En definitiva, son personas que nos hacen sentir responsables de sus desgracias.
Es posible que en contadas ocasiones así sea, pero también en muchas, como en el caso de mi amiga y su novio, de lo que se trata es de un muy eficaz chantaje sentimental o emocional para conseguir lo que ellos se proponen: que otros estén siempre ahí para protegerlos de todos los males. La pregunta es si el chantaje tiene base o no. Si la tiranía sentimental tiene razón de ser o si incluso esa persona no estaría mejor sin nuestra reticente ayuda. En el plano emocional existe además otro tipo de tirano similar e igualmente implacable e indesmayable. No sé si usted lo habrá sufrido alguna vez: puede tratarse de ex novios, eternos pretendientes, amigos, parientes, o antiguos compañeros de colegio o de trabajo. Personas que para nosotros no tienen el menor interés y por las que no sentimos particular afecto, es más, nos aburren a morir, pero ellas, en cambio, se sienten con derecho a exigir nuestro tiempo, nuestra atención y no poca dedicación porque “como yo te quiero tantísimo y desde hace tantos años, qué menos que tú me des un poco de tu tiempo ¿no?”.
Se trata de los que podríamos llamar okupas sentimentales, esos que se invitan ellos solos a nuestras vidas y no hay manera de que desalojen. Ya ven: he ahí otro tipo de tiranía del amor de lo más inesperada. No se trata de esa de la que hablan las novelas en las que una persona enamorada se vuelve esclava de otra que no la ama. No, en esta ocasión se trata de la tiranía de quien uno no ama, pero como él o ella sí, como nos quiere tanto, tanto… Sé perfectamente que en estos tiempos en los que todos tenemos déficit de amor y cariño este discurso suena extraño pero, precisamente porque el amor es un bien escaso, creo que es importante poder darlo a quien uno crea conveniente. Se habla mucho de la tiranía de los fuertes, y es lógico que así sea pues a lo largo de la historia los fuertes han impuesto su ley, pero existe además la tiranía y el chantaje de los débiles, de El líbrenos también Dios, porque puede ser igualmente despótico (y mucho más sutil).