Cuando uno elige perdonar
Leo estos días en la prensa que Elin Nordegren, esposa de Tiger Woods, ha decidido darle una segunda oportunidad a su marido y perdonar sus infidelidades. Y eso que “infidelidades” es casi un eufemismo cuando se habla de este célebre golfista que, según se ha sabido urbi et orbe, tenía casi más amantes que ceros en su abultada cuenta bancaria. Sabido es también que su vida sentimental se destapó cuando tuvo un accidente automovilístico huyendo de su mujer que acababa de descubrir la tostada y estaba, como es lógico, furiosa. Desde entonces su vida se ha convertido en un infierno. Ella puso inmediatamente en marcha los trámites de un divorcio que se anunciaba como uno de los más caros de la historia mientras él se veía obligado a apartarse del golf por falta de concentración. Por si fuera poco, le cancelaron todos sus contratos millonarios y por fin no tuvo más remedio que ingresar en una clínica para someterse a una cura de adicción al sexo.
Debo decir que hasta hoy no me había llamado demasiado la atención el caso de este matrimonio. Al fin y al cabo todo se desarrollaba según el guión habitual: infidelidad- separación-divorcio. Es lo que la gente suele hacer en estos tiempos: no hay misericordia para la traición (al menos para la que se produce de cintura para abajo): el adúltero a los infiernos, y a otra cosa mariposa. Y esta forma de proceder no solo es la que la sociedad aplaude sino que incluso la exige, de modo que si alguien no se divorcia tras una infidelidad, primero queda como un imbécil y después pasa a ser sospechoso. En efecto, si uno perdona a su cónyuge, las almas caritativas inmediatamente empiezan a especular. Si es una mujer suelen decir: “Claro, aguanta por dinero” o bien “No quiere perder estatus, por eso traga”. Si es un hombre, aún peor, porque ahí la acusación es de calzonazos y, por supuesto, de cornudo. Ni por un momento se les pasa por sus bienpensantes cabezas que alguien libremente elija perdonar. Que lo haga, por ejemplo, porque no desea romper su familia o, simplemente, porque está enamorado o enamorada de esa persona y, después de hablar con ella y de sentar nuevas reglas, prefiera darle una segunda oportunidad. Que quede muy claro que no estoy diciendo nada en contra de aquellos que prefieran romper con alguien que les ha sido infiel, cada uno es muy libre de hacer lo que quiera. Pero precisamente porque todos somos libres, no entiendo la censura y la estigmatización social de quien decide continuar la relación. Tanto y tan rápido han cambiado las costumbres y la moral, que, como pasa en otros muchos ámbitos, nos hemos ido al extremo contrario del péndulo. Ya no estamos en los tiempos en los que las mujeres teníamos que aguantar con una sonrisa que nos pusieran los cuernos porque no había divorcio. Aquí cada cual es muy dueño de romper o no su matrimonio, por eso no comprendo la “sospecha” cuando alguien decide no hacerlo. Primero porque, al menos en mi opinión, las traiciones de cintura para abajo son bastante más perdonables que otras menos aparatosas pero mucho más profundas. Como, por ejemplo, la sistemática falta de respeto, la desautorización o el ninguneo, o el maltrato psicológico. Y segundo, porque es más valiente perdonar que no hacerlo, más inteligente sopesar los pros y los contras de una relación y elegir qué conviene más. No desde el punto de vista crematístico sino, simplemente, emocional. Por eso me alegro mucho de que un personaje público como Elin Nordegren diga que apuesta por dar una segunda oportunidad. De ella desde luego no podrán decir que lo hace por dinero, porque iba a ganar un pastón con su divorcio. Tampoco creo que digan que es por falta de otras posibilidades sentimentales, porque es monísima. Y menos aún que lo hace por falta de carácter, porque bien lo ha demostrado en estos meses en que su vida se ha convertido en un vodevil. Lo hace por amor, porque es libre y porque le da la gana ¿es acaso menos mujer por ello? Y hablando del sexo contrario ¿No será más hombre el que perdona que el que no?