El arte del cacareo
“Nunca llegarás a nada, chica, no sabes cacarear”. Eso me soltó una amable compañera de colegio allá por los años setenta. ¿De qué te sirve hacer las cosas bien, ser trabajadora, responsable e inteligente si nadie se entera? Allá en mi tierra tenemos un dicho: después de poner un huevo hay que cacarearlo, es fundamental, porque ¿qué es la vida sino un gallinero? Águeda se llamaba esta gran filósofa de apenas quince años. Era mexicana, y una verdadera pionera en el arte del cacareo. Le iba fenomenal, los profesores la adoraban, nosotros, sus compañeros, la admirábamos y queríamos ser como ella, y eso que entonces no se cacareaba tanto. De hecho, lo educado era todo lo contrario. No hacer alarde, no trompetear los méritos. El buen paño en el arca cerrada se vende, nos decían, o echaban mano del Evangelio para recordarnos que el que se ensalza será humillado y el que se humille será ensalzado. Este tipo de enseñanzas imprimen carácter, maldita sea, y yo nunca he conseguido sacudírmelas del todo. Es más, me sigue sorprendiendo muchísimo que alguien cacaree. Colosal tontería por mi parte, porque lo que se lleva es precisamente eso. Desde Twitter (que no olvidemos quiere decir “piador”) hasta toda esa gente que se dedica a pavonearse en internet haciendo las bobadas más inverosímiles, pasando por los infinitos y cansinos quiquiriquís de los políticos, el mundo entero parece haberse vuelto aviar. Por eso, porque me doy cuenta de que soy una desfasada, un dinosaurio ―o mejor dicho un pterodáctilo―, he aquí uno de mis buenos propósitos de este año: por fin voy a aprender a cacarear. Una vez tomada mi determinación, lo primero que he hecho es una prospección sociológica. ¿Qué tipo de ave, gallina o gallináceo quiero ser? Por lo que se ve las opciones son muchas. Están por ejemplo las aves del paraíso y los pavos reales y unirse a su bandada requiere solo simples tres requisitos. Tal vez en otras épocas de mi vida podía haberme sido un ave de este plumaje pero ya no porque los requisitos son ser guapo, joven y saber desplegar artísticamente la cola. A menos que quiera sumarme a la bandada de viejas glorias que, al ir cumpliendo años, optan por repintarse las plumas, plantarse una cresta de colores y siguen por ahí meneando la cola, este plan no es para mí. ¿Qué tal ave tuitera? ―me dije a continuación. Hoy en día no estar en Twitter (como es mi caso) es casi un suicidio mediático, uno no existe si no forma parte de la bandada del pajarito azul. Lamentablemente tampoco puedo unirme a ella. Me dan vahídos de solo pensar que tendré que estar piando a todas horas sobre esto, aquello y lo de más allá. Observo también que se lleva mucho y cosecha infinitos likes el modelo mamá (o papá) gallina, que consiste en colgar en Instagram fotos y más fotos demostrando que uno es un superpapá o una supermamá pero soy demasiado vieja para promocionarme de este modo y mira que lo siento. Por fortuna hay muchas otras aves piantes, de modo que solo es cuestión de seguir buscando, me digo. Están por ejemplo los pájaros de la política, de los que uno puede aprender mucho porque son grandes maestros en cacarear sus logros. Algunos, y no pongo nombres porque seguro que ustedes saben a quiénes me refiero, dominan incluso el arte de cacarear huevos ajenos para que parezcan que son suyos. Existen además, tanto en el mundo de la política como el de la empresa, pájaros cucos que se las arreglan para que otros empollen sus huevos y luego, cuando nacen los polluelos, cacarean que son suyos. Muy interesante el caso de los cucos, pero me temo que no soy de su pluma, así que continuaré con mi búsqueda. Veo por ahí aves interesantes, como cóndores o águilas, tan majestuosas ellas, pero creo que las descartaré también. Volar alto da subidón pero hace un frío glacial allá arriba. Por razones que no hace falta explicar no me planteo de momento unirme al coro de buitres, cuervos y demás carroñeras. Tampoco me atrae demasiado el modelo cotorra, loro o guacamayo: una cosa es que quiera aprender a cacarear y otra que me dé por el cotorreo. La lista empieza a agotarse. Por suerte aún me quedan los jilgueros, los periquitos y los canarios flauta con sus bellos trinos, pero no soy ave doméstica y detesto las jaulas, de modo que descartados también. Ahora sí que el círculo comienza a estrecharse y yo sin encontrar ave de mi plumaje. Espulgabuey ¿quizá? Un ave muy interesante, siempre anda cerca de los poderosos haciéndoles favores y quien a buen árbol se arrima, ya se sabe lo que le pasa. Pero tampoco va con mi carácter. Total, para resumir y no aburrirles con mis lamentables trinos, después de repasar el mundo aviar tratando de aprender la lección de mi amiga Águeda, me he dado cuenta de que solo me identifico con un tipo de ave : un dodo. Sí, con esa especie patosa y extinta que nunca aprendió ni aprenderá el utilísimo arte del cacareo.
He leído tu libro de la peregrina y me ha gustado mucho. Un saludo
No me creo que te identifiques con el dodo.
Eran bastante tontos y como no podían volar los mataban a palos y la cosa acabó muy mal.
…yo te veo mas espabilada y con mas bello plumaje que un dodo.
Muchas gracias por hacerme ver que no soy la única reliquia que piensa así. Yo espero pacientemente que el mundo recupere la cordura. Y, por raro que parezca, hay vida más allá de Twitter, Face & Co. Un saludo, Carmen, y muchas gracias por sus artículos, me alegran siempre el día.
Muchas gracias Camelia por tus comentarios, me da mucha alegría saber que te gustan mis artículos
Un abrazo muy fuerte
¡Qué alegría Susana saber que has leído “La leyenda de la Peregrina” y te ha gustado!
Un beso muy grande y muchas gracias por estar siempre ahí