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El efecto Ben Franklin

Un lector y ahora amigo me sugiere un tema que me parece interesante. Después de leer mi artículo sobre el efecto Karamazov, Antonio Fuertes me descubrió el para mí desconocido efecto Benjamín Franklin, que es su opuesto. Como quizá recuerden, hace unos meses les comentaba la extraña conducta humana  por la cual una persona, después recibir un favor de alguien  en vez de mostrarse agradecida  empieza a detestar a quien le ha ayudado. El refranero, que es sabio, resume esa actitud en la frase “Haz un favor y perderás un amigo”, y seguro que alguna vez habrán sufrido tan incomprensible conducta. Esta se debe a un mecanismo mental por el que uno acaba  sintiendo animadversión hacia quien conoce sus debilidades. Si el favor ha consistido en un préstamo y esa persona no puede (o no quiere) devolver el dinero recibido puede ocurrir que también empiece a inventarse todo tipo de  agravios que justifiquen su conducta. En eso consiste el efecto Karamazov. Ahora, y gracias a Antonio, acabo de enterarme de que  hay otro efecto igualmente paradójico pero  más generoso, uno que está tipificado en Psicología desde la década de los setenta. Fue el escritor norteamericano David McRaney quien en su libro You are not so smart [Usted no es tan listo]  primero acuñó el término. Lo llamó el efecto Ben Franklin porque, según se cuenta, este científico, inventor y Padre Fundador de los Estados Unidos, tenía lo que ahora llamamos un hater, un tipo que lo detestaba y le jugaba toda clase de malas pasadas. Lo que hizo entonces Franklin fue, de alguna manera, emular su celebérrimo invento del pararrayos y reconducir y por tanto anular la mala energía de su antagonista. Y lo hizo de una forma muy original: pidiéndole un favor. Escribió una amable carta en la que le decía que, como estaba al tanto de que era dueño de  determinado libro raro y muy singular, le rogaba se lo prestase un par de días para una consulta importante. El caballero en cuestión se sintió tan halagado que no solo le prestó el libro,  sino que a partir de ese día cambió  la opinión que  tenía  de Franklin y se convirtieron en grandes amigos. Según los psicólogos,  este fenómeno responde a  lo que llaman disonancia cognitiva, es decir una desarmonía entre dos pensamientos, que entran en conflicto. Un ejemplo clásico de disonancia cognitiva es el que experimenta una persona que acaba de perder el autobús y está furiosa consigo misma. ] Pero de inmediato cambia de registro convenciéndose de que es lo mejor que le podía pasar porque así hace ejercicio y se pone en forma. En las relaciones humanas, cuando uno, como el antagonista  de Franklin, muda de actitud con respecto a alguien que detesta y lo hace por esnobismo o porque se siente halagado, de inmediato se ve en la necesidad de justificarse pensando que, después de todo, esa persona no era tan mala como creía. Al contrario, era estupenda y por eso -y no por otra razón– la ha ayudado. Y ayudar a alguien crea a su vez un vínculo. Porque hace que uno se sienta generoso, necesario, importante.  A  todo el mundo le gusta pensar que es bueno, incluso –o tal vez debería decir sobre todo– a los que no lo son.

Siempre me han fascinado esas paradojas y contradicciones de nuestra forma de ser. También comprobar que los malos sentimientos –el odio, la envidia, el resentimiento– pueden convertirse en sus opuestos, es decir en amor (o al menos respeto) admiración o comprensión. Claro que la receta de pedir ayuda a alguien para convertirlo en amigo funciona mejor cuando el que pide el favor es alguien de predicamento como Benjamín Franklin. Pero  el truco está al alcance de cualquiera, siempre que se use con inteligencia. Y eso implica saber lo que cada uno  está dispuesto a dar, y no equivocarse. Hay gente a la que uno puede llamar a las cuatro de la mañana porque está triste y necesita una mano amiga, pero posiblemente ese buen samaritano en cambio jamás se avenga  a prestarnos cien euros o dará la cara por nosotros. Cada persona tiene su medida de generosidad y es  inútil  pedirle peras al olmo. A mí, por ejemplo, que nadie me llame a las cuatro de la mañana, a menos que haya una emergencia nuclear. Lo siento mucho, pero a partir de las doce yo  y mi generosidad  nos  convertimos en calabaza. (A las once, incluso).

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4 Respuestas

  1. Edesio Doreste dice:

    El funcionamiento inconsciente de nuestra mente, produce tal incomprensión. Estando despiertos, todo tipo de pensamientos, mayormente negativos, visitan nuestra mente. Se recoge lo que se siembra decía San Pablo. Piensa mal, y no te vendrá nada bueno. El poder de la imaginación, es innegable. El vivir el aquí y ahora, resulta beneficioso. Controlar actos inconscientes, como respirar, con plena conciencia, nos descubre el alma. Cualquier pensamiento que venga, déjalo entrar. Si se trata de un recuerdo o una ensoñacion, deséchalo. Observa y controla el aquí y ahora, lo que ven tus ojos en este momento, siente el aire, capta el ruido, los olores. Trabaja ahora en el presente y conseguirás hacer realidad lo que te ilusiona. Llénate de amor, empezando por ti mismo, y se desparrama en lo que te rodea. Piensa en positivo, y te vendrán cosas buenas. Planta una buena semilla en el fondo de tu corazón. La palabra de Dios, es la mejor autoayuda. Prueba y verás. Gracias Jesus, en Ti confío. Que Dios les bendiga.

  2. Raúl dice:

    Aprovecho que aún es temprano para saludarla, amparándome, además, en que si Dios no existe, todo me está permitido.

  3. Edesio Doreste dice:

    La existencia de Dios, no se puede demostrar científicamente, como tampoco su inexistencia. El conocimiento humano es relativo, ni las matemáticas son completamente exactas. La verdad absoluta está velada. Sólo una aproximación a ella, se obtiene por la Fe. Nadie ha visto a Dios, cierto, pero su presencia se palpa. Un simple ejemplo: El colibrí, un pájaro pequeñito que aletea sus alas de forma parecida a las aspas de un helicóptero, para mantenerse estático en el aire, puede moverse en esa posición lateralmente. Con el actual desarrollo tecnológico de la industria aeronáutica, un helicóptero todavía no puede conseguir ese mismo movimiento. Estaremos todos de acuerdo, que la “facultad” del colibrí no fue creada al libre albedrío de la naturaleza. Tiene que existir algo que escapa al conocimiento humana, que la convierte en una realidad palpable. Saludos,

  4. susana dice:

    Siempre será mejor hacer amigos que perderlos.

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