El pasado 26 de septiembre comenzó Ja! Bilbao. Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. Será el décimo: cumplimos una década y estamos muy contentos de poder celebrarla; también de que continúe la peculiaridad de ser el único festival europeo en la temática de literatura con humor. Ese humor que preside el espíritu del festival y el programa de actos ha impregnado también su desarrollo. En nueve años de pasadas ediciones ha habido divertidas anécdotas. En 2010, el primer año, el campechano Tom Sharpe, que en paz descanse, hizo gala de su sentido del humor y de la vitalicia afición al agua de fuego. Ya de entrada, entre las fotos que nos mandó para el vídeo de presentación había una en la que estaba cavando su propia fosa en el jardín de su casa en la Costa Brava. A la hora de darle el premio, los ‘whiskies’ que había sumado desde el mediodía lo enmudecieron. Intentó entrevistarlo Jorge Herralde, su editor. Sharpe se limitó a contestar con guturales monosílabos las elaboradas preguntas de Herralde quien, colmada la paciencia, dio por terminada la sesión a los diez minutos. Le dimos el premio, que entonces lo representaba una escultura de hierro, original de Jesús Morua, que pesaba 20 kilos (años después, cuando se la di a Robert Crumb, la sopesó con incredulidad). Sharpe estaba en silla de ruedas y levantó el trofeo sobre su cabeza. Yo estaba detrás de él al quite, por si le fallaba el brazo, para evitar que se descalabrara. Ese mismo año, en la inauguración del festival, estuvo Michel Houellebecq. Se lo presenté al alcalde Iñaki Azkuna, que le dijo zumbón: «¡Hombre!, Voltaire». Houellebecq lo miró con estupor. Acto seguido, Azkuna le habló en francés, le dijo que era una broma y que apreciaba sus libros. Houellebecq esbozó una mueca que en él equivalía a una sonrisa. Por la tarde, durante la entrevista que le hizo César Coca en el Palacio Euskalduna, Houellebecq, fiel a su fama de ‘enfant terrible’, se puso a fumar. César le dijo con su amable flema que no permitían fumar allí, pero ni caso: uno detrás de otro. Hubo que desconectar los detectores de humo de la sala para que no saltaran los chorros de agua contra incendios (no habría sido mala publicidad) y la Ertzaintza estuvo a punto de parar el acto.
Dónde está el dinero
El año siguiente, Francisco Ibáñez estuvo tres horas seguidas (no se levantó ni para mear) firmando ejemplares de su obra a una inmensa cola de lectores. Resultaba curioso que algunos niños le dejaban sus propios dibujos, que Ibáñez miraba y comentaba con cariño. Dejó de firmar cuando llegó el coche para llevarlo al aeropuerto con el tiempo justo. En 2012 recibió el Premio BBK Ja! Bilbao Ismaíl Kadaré. El excelente escritor, que vivió la hermética dictadura de Albania, es poco simpático en el trato; a Carmen Posadas, su entrevistadora, no se lo puso fácil. El día que le dimos el premio, por la noche, ya tarde, me llamó Manuel Florentín, su editor de Alianza, que lo acompañaba. Con su lógica albanesa, Ismaíl preguntaba que dónde estaban los 20.000 euros del premio. Se quedó más o menos convencido de que se le haría una transferencia tras cumplir los trámites fiscales.
En la entrevista que le hizo Fernando Marías a Paco Roca, que acababa de publicar un nuevo libro sobre las andanzas de su ‘alter ego’, el hombre en pijama, quedó gracioso que ambos salieran al escenario, cada uno por su lado, con sendos pijamas de rayas y que se dieran la mano muy ceremoniosos al encontrarse en el centro. En las diez secuencias de humor favoritas escogidas por Pedro Olea, que comentaba conmigo (en las de Isabel Coixet el diálogo con ella, que me daba caña, fue un buen sainete), falló el sonido en la proyección. Se reintentó un par de veces, pero nada. Parecía que habíamos transformado el acto en secuencias de ‘western’, puesto que estábamos haciendo el indio. Mientras resolvían el problema improvisé una entrevista a Pedro sobre sus películas; quedó bien. Ya arreglado el problema, volvimos a las proyecciones. También cambió sobre la marcha la entrevista que su amigo Serrat hizo a Forges con motivo de los 50 años de profesión del añorado humorista gráfico. Serrat titubeaba un poco y no se veía muy cómodo en el papel de entrevistador. Forges, con su enorme generosidad y rapidez mental, se dio cuenta enseguida e invirtió los papeles: Serrat pasó de entrevistador a entrevistado y al público, que abarrotaba la Sala BBK, le encantó el giro. Cuando el premio a John Cleese, la ‘txapela’ que le lanzaron en el ‘aurresku’ de honor se la calzó hasta las orejas y así permaneció todo el acto.
Humor y muerte
Vuelvo a 2010. No fue buena idea poner a firmar juntos a Martin Amis y a Michel Houellebecq; hay que dejar que cada estrella brille en su propio firmamento. Por la noche, en el bar del hotel, Amis, que había estado charlando con Tom Sharpe, se despidió para irse a su habitación. En un macarrónico inglés y ayudado por mi compañera de equipo Carolina Ontivero, le dije a Martin que le agradecía mucho que hubiese venido a nuestro bisoño festival y que, ya no como director del mismo sino como lector, quería añadir que sus libros me gustaban mucho más que los de Houellebecq. Amis sonrió y dijo que se quedaba a tomar otro vinito.
Y esta última anécdota no es humorística, pero la incluyo porque da idea de la talla humana de Luis Goytisolo. Lo entrevistó Ignacio Echevarría sobre el humor en su valiosa obra. No supe hasta la noche, cuando me lo contó Ignacio, que a Goytisolo le habían dado la noticia durante la comida de que su hermana acababa de morir. Hablé con Luis acto seguido para preguntarle que cómo no me había dicho nada, que habríamos suspendido el acto. Con su voz suave, Luis me dijo que no, que para qué fastidiar la tarde si el asunto ya no tenía remedio. Y que había estado muy a gusto con nosotros y le había servido para no pensar en la muerte. Ahora, al recordarlo, pienso que el humor no sirve para vencer a la muerte, nada lo consigue; pero al menos mientras reímos, nos olvidamos de ella.
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