El momento Hanussen
Nuevas elecciones, bloqueo institucional, indecisión política, incertidumbre económica, millones de personas consumiendo su vida en la cola del paro… No soy muy amiga de los paralelismos históricos, la mayoría de las veces simplificaciones que disfrazan intereses partidistas, pero, mientras leo El mentalista de Hitler, la nueva novela de mi hermano Gervasio, no puedo evitar fijarme en algunos parecidos razonables entre la Alemania de 1932 y la deriva de los acontecimientos en este 2016. Es evidente que España no sufre las consecuencias de una derrota militar justificada por los reaccionarios como una puñalada en la espalda, ni de una paz injusta que obliga a pagar indemnizaciones billonarias, que no ha pasado por una mega inflación que obligaba a la gente a ir a comprar el pan con una carretilla de billetes sin valor. Tampoco existe la figura mesiánica de un cabo austríaco histérico que azuza los peores instintos de una población necesitada de esperanza, ni los nazis y los comunistas se matan por las calles. Sin embargo, lo que es común a ambas situaciones es la poca voluntad de diálogo de los políticos, de buscar los puntos comunes para intentar sacar al país de la situación en la que se encuentra. En julio de 1932, Hitler, aupado por las clases medias empobrecidas, pero también por una parte del proletariado, consigue su mejor resultado en unas elecciones con plenas garantías democráticas: el 37 por ciento. Es decir, un 63 por ciento seguía en su contra. A pesar de contar solo con 230 de los 608 diputados de la cámara, Hitler se entrevista con el presidente Hindenburg y pide el poder absoluto. El viejo mariscal, incómodo porque un cabo le dé órdenes, lo manda a paseo tras una entrevista de doce minutos. Después de eso, nadie parece dispuesto a hablar con nadie: las derechas se odian tanto entre sí como a los partidos de izquierdas; Moscú prohíbe que los comunistas se sienten siquiera con los socialistas. El bloqueo lleva a una repetición de elecciones que tienen lugar en noviembre de ese mismo año y en las que los nazis sufren un tremendo castigo: pierden dos millones de votos y 34 diputados. Dentro del partido empieza a discutirse la figura de Hitler, surgen voces que piden su sustitución por una cara más amable y dialogante. El Führer incluso amenaza con suicidarse. Sin embargo, los otros partidos no consiguen ponerse de acuerdo y en ese momento surge el increíble protagonista de la novela de mi hermano. Erik Jan Hanussen era el mentalista del momento, una auténtica estrella en el enloquecido Berlín de los años treinta; no solo llenaba noche tras noche los teatros sino que era el propietario de dos periódicos de gran tirada. En uno de ellos vaticina que, a pesar de la situación en la que se encuentra, Hitler llegará al poder en pocos meses. Todos ríen ante el truco publicitario del mentalista. Todos menos el protagonista de la profecía. Hitler se reúne con Hanussen quien, en ese momento determinante en el que muchos empiezan a creer que el cabo austriaco está amortizado, que solo será un fenómeno fugaz, le ayuda a recuperar la confianza en sí mismo. De una forma casi milagrosa, Hitler consigue lo que se propone en menos de un mes: el ex canciller Von Papen, rabioso por haber perdido el puesto, intriga a diestro y siniestro y logra persuadir al presidente Hindenburg para que le ofrezca el poder al líder nazi, prometiéndole que conseguirá controlarlo. Desgraciadamente, olvidó que una vez que se saca al diablo de la caja resulta imposible volver a meterlo dentro.
Tiene muchos paralelismos. Un saludo.