El Planeta fútbol y el mundo político

Dios pille confesados a los no futboleros. Ya está aquí el mayor espectáculo del mundo inundando cada minuto de nuestra existencia. Un Australia- Japón que, en condiciones normales, sería solo tema de conversación entre los dueños de restaurantes de sushi y algún despistado turista de las antípodas pasa a ocupar cientos de páginas de periódicos y horas de televisión. Más vale que busquemos el lado positivo, que lo veamos como una ruptura en la monotonía habitual. Es inútil que intentemos escapar.

Si adelanta usted sus vacaciones y se desplaza al punto más alejado del globo, siempre habrá una televisión encendida o un simpático lugareño que le cuente con todo lujo de detalles ese caño que hizo Zidane, ese autopase de Figo o la chilena imparable de Fernando Torres. Estados Unidos, el último bastión que paradójicamente se resiste a esta gran ola globalizadora también está a punto de caer. Solo es cuestión de que su selección tumbe a alguna selección de rancio pedigrí para que ellos también se conviertan a esta religión mundial.

Sin embargo, quizá el fútbol debería interesarnos a todos. No tanto por el juego en si como por sus probables implicaciones políticas. Ya sé que siempre se dice que nunca hay que mezclar la política y el deporte pero, guste o no, parece que están intrínsecamente ligados.
¿Ejemplos?: aunque no fácilmente demostrables, a mi me parece que hay bastantes. Tomemos el caso de mi país, Uruguay, que con solo tres millones de habitantes ha sido dos veces campeón mundial. Pues bien, según algunos sesudos analistas, aquel gol de Ghigia contra Brasil a falta de solo diez minutos en la final de 1950 fue el comienzo de la decadencia de la Suiza de Sudamérica. El ambiente de euforia llevó a la falsa creencia de que Uruguay era importante en el mundo, empezamos a comportarnos como si fuéramos ricos y… ya saben ustedes como acaban esas cosas.

Tampoco falta gente que ve el origen de la Guerra de las Malvinas en el triunfo de Argentina en el de por si muy politizado mundial del 78.
Si jugamos a la política- ficción con el presente campeonato, no es difícil imaginar como se pondría la cosa si, por esos caprichos de la redonda pelotita, el ganador de la contienda fuera Irán: millones de personas en las calles de Teherán celebrando la victoria como una gran gesta de la revolución islámica y Ahmadineyad, ebrio de orgullo patriótico, prometiendo una gigantesca central nuclear en honor a los héroes, se ponga occidente como se ponga. También nos podría dar serios quebraderos de cabeza la victoria de un país ya inexistente como Serbia Montenegro y la previsible reacción de los aun muy poderososo ultranacionalistas serbios ante el actual proceso de secesión.
Claro que no hace falta irse tan lejos. Después de la visita a la concentración de la selección de Zapatero y la invocación de Luis Aragonés a la proverbial buena suerte del Presidente, ¿qué creen ustedes que pasaría si el Mundial lo ganara España?

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