El rábano por las hojas
Decía Ortega y Gasset que una de las cosas que más congoja le causaba era ver cómo los españoles (y por extensión el resto de personas, añado yo) tienen “la inveterada costumbre de tomar el rábano por las hojas”. Según él, “apenas hay cosa, circunstancia o hecho que sea justamente valorado: la gente tiende a dar una grotesca importancia a lo insignificante y, en cambio, los hechos verdaderamente representativos y esenciales apenas son notados”. Eso escribió hacia 1922, y da la impresión de que ahora, en un mundo tan trepidante y lleno de acontecimientos como el nuestro, se ha vuelto ya la única forma de percibir la realidad. No porque nos hayamos vuelto más frívolos, bobos o poco reflexivos –que también– sino porque, literalmente, no da tiempo a más. De cualquier hecho que pueda tener lugar, ya sea escandaloso, trágico o luctuoso cada cual saca una única precipitada lectura. Lo curioso es que este fenómeno de “rabanismo” sirve a personas de una u otra inclinación política para arrimar el ascua a su particular sardina y explicar lo ocurrido a conveniencia. Pongamos un ejemplo de hace un par de semanas. El de Toya Graham ¿la recuerdan? Es esa madre de Baltimore que consiguió convertirse en trending topic mundial porque sacó a su hijo adolescente, literalmente a cachetadas, de una manifestación contra la violencia policial. De inmediato, los que denuncian la injustificable escalada de muertes de detenidos a manos de la policía vieron en la señora Graham a una madre que intenta proteger a un hijo porque no se siente amparada por el sistema. Otros, en cambio, prefieren verla como una nueva Rosa Parks, es decir, la mujer que, negándose a ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco, marcó el principio de la lucha contra la segregación racial. Existen además otras lecturas menos políticas, más sociológicas, digamos, como la de los que aplauden sus expeditivos métodos educativos diciendo que un soplamocos a tiempo evita a los padres y también a los hijos muchos disgustos en el futuro. En el extremo opuesto están, por supuesto, los que se horrorizan y consideran que el chico debería denunciar a su madre inmediatamente por maltrato. Y por fin, sabiendo que Toya Graham se confiesa madre soltera de cinco hijos, están los que piensan que su situación familiar anómala es producto de las paternalistas y, según ellos, nefastas políticas del estado de bienestar creadas por los demócratas para subsidiar a personas como ella. ¿Quién tiene razón? Cada uno está convencido de que su punto de vista es el único posible.
Por eso, me ha parecido interesante oír en la radio hace unos días que, en un instituto de Madrid, los profesores han propuesto a los alumnos hacer debates en los que se los invita a defender un punto de vista concreto sobre cualquier tema de actualidad, y empezaron por elegir este. Lo más significativo de la propuesta, sin embargo, no es que se invitara a los jóvenes a debatir quién tenía razón y quién no, sino que la propuesta consistía en repartirse los roles de modo que cada alumno tuviera que defender, no la propuesta con la que se sentía más identificado, sino la contraria. En el caso del bofetón de Baltimore, por tanto, les tocaría adoptar la postura de los que están a favor de que los padres apliquen un correctivo corporal de vez en cuando. O la de los intransigentes que sostienen que hay demasiadas madres solteras viviendo de los subsidios. Siento no haberme quedado con el nombre del instituto que propone este ejercicio, pero le doy mi enhorabuena. Tener que defender una tesis que no es la propia, sino la contraria, una que les parece reprobable, o incluso impresentable, no solo sirve para ampliar las aptitudes dialécticas, expositivas y polemistas de los alumnos sino que les ayuda a comprender que hay varios modos de ver una realidad, incluso de ver una tragedia o una injusticia. Y, por extensión, les hace comprender también que por muchas hojas que tenga el rábano, lo sustancial casi nunca está a la vista sino al alcance solo de aquellos que eligen no quedarse en la superficie.