El reto es ser fiel a los hechos reales
El testigo invisible es la nueva obra de Carmen Posadas, una novela que mezcla entra fantasía y realidad. La escritora uruguaya sitúa al lector en la Revolución Bolchevique de 1917, y le introduce en la noche en la que asesinaron a la familia imperial Romanov. El único superviviente de ese crimen es Leonid Sednev, un niño de quince años que trabaja limpiando los rescoldos de las estufas de las habitaciones de palacio. Las conductos de las estufas son su mejor escondite. En ellos puede contemplar la vida de palacio, oir conversaciones, presenciar escenas; en definitiva, ser un testigo en la oscuridad, siempre invisible. Posadas retrata la dinastía imperial desde la intrahistoria.
¿En qué momento decidió escribir sobre la Revolución Rusa?
Fue una idea de mi hermano Gervasio. Tenía otra novela en la cabeza pero él me sugirió el hacer algo sobre las hijas de los zares porque la historia es bastante desconocida. Empecé a investigar, y encontré una gran cantidad de información que no había sido publicada. Fue un reto porque es una historia de la que todo el mundo ha oído hablar, pero que no conoce cuál es la realidad.
No quería escribir una novela más sobre falsas Anastasias o sobre el zarevich resucitado porque ha habido multitud de novelas de este tipo. Quería contar la historia real porque siempre me había asombrado el por qué se inventaban mentiras, cuando la historia auténtica es tan potente.
¿Qué significa “Testigo invisible”?
Se llama así porque el punto de vista que he tomado es el de la única persona que sale viva de la casa de Ekaterimburgo. Leonid es deshollinador imperial, pero cuando su cuerpo no se cabe por los conductos y se hace mayor, se convierte en pinche de cocina. En la misma mañana del asesinato, el verdugo le dice que se vaya porque es un niño de quince años y le da pena. Él estuvo con la familia Romanov hasta muy pocas horas antes de la muerte, y como venía también de San Petersburgo, los conoció en su época de esplendor. Leonid empezó siendo un deshonillador. En los palacios rusos hay unas estufas enormes y contrataban a niños para que se metieran en los conductos y los limpiaran. Este niño siempre había estado escondido en estas estufas mirando fascinado lo que pasaba en el mundo de los zares.
¿Su figura fue la que le enamoró en ese momento?
Sí, es un personaje real que después de la revolución escribió unas memorias, que lamentablemente se han perdido. Hay dos versiones sobre la muerte de Leonid, o bien murió en las purgas de Stalin o se fue a Sudamérica. Yo tomo la segunda posibilidad, y lo llevo a Uruguay porque hay una parte en el norte, un pueblo que está todo hecho de rusos, que llegaron después de la revolución, y que siguen manteniendo el idioma, costumbres. Incluso las casas de madera están pintadas y parece que estás en la estepa siberiana.
¿Cuánto tiempo ha tardado en escribir su última novela? ¿Cuánto tiempo dedicaba al día? ¿Y en la documentación?
Lo primero que hago es leer mucho. Cuando tengo una cierta base, empiezo a escribir aunque sigo leyendo. Una vez que me meto en la historia sigo escribiendo. En documentación seis meses, y luego en la escritura y documentación un año y medio.
¿Por qué decidió centrarse en la dinastía Romanov?
Mis padres vivieron en Rusia cuatro años, me casé por primera vez en Rusia. No me quedé a vivir, pero mis hermanos sí. Todo lo que tenga que ver con ese país está muy presente en mi casa.
¿Le hubiera gustado vivir la Revolución Bolchevique?
(Risas). Hombre no lo sé. Vivir una Revolución Bolchevique tampoco es que sea una juerga. Fue un momento muy interesante y lo que me ha gustado es meter en esa época a través de la gran cantidad de documentos que hay, porque todo el mundo llevaba diarios en esa época. Por ello, se puede reconstruir muy bien, minuto a minuto, todo lo que pasó.
¿Qué supone el papel de las duquesas en esta historia?
Además que eran todas guapísimas (risas, te sorprende mucho el destino tan trágico que tuvieron estas niñas. Siempre piensas si a lo mejor alguna de ellas se hubiera casado, porque al fin y al cabo la mayoría de ellas tenía 23 años. Olga, la mayor de todas, había rechazado a todos los novios porque quería seguir siendo rusa toda la vida; y ese fue su trágico destino. Se podía haber casado con Eduardo VIII y haber sido reina de Inglaterra, o con el rey de Rumanía. Pero ella dijo que quería ser siempre rusa, y ese destino se cumplió de la manera más trágica.
¿Cómo son posibles esas apasionadas corrientes amorosas que vive Leonid?
Mientras vivía en la época de esplendor, este niño tenía una fascinación por las grandes duquesas, aunque nunca cruzó palabra con ellas. Cada uno estaba en su lugar, pero cuando ya son prisioneros, todas esas barreras se rompen y, entonces, tienen una relación muy cercana. Estas niñas estaban educadas de una manera muy estricta, muy poco consentida. Ellas tenían que hacerse la cama todos los días, ducharse con agua fría. No eran las típicas niñas caprichosas, sino que eran unas niñas muy sencillas. Cuando llegó el momento en que se cayeron todas las barreras sociales, es muy posible que se enamoraran. Pero es un enamoramiento bastante platónico.
¿Mezclar la novela histórica con la ficción ha sido un reto?
El reto es ser fiel a los hechos reales. La tentación de inventar y contar las cosas como tú quieres es muy grande; eso es algo muy deshonesto. En mi novela he inventado lo mínimo, los diálogos, porque no estaba ahí, pero incluso están tomados de los diarios.
¿Qué cree que ha sido lo más difícil de hacer en esta novela?
Hay tanta información, y tan apasionante y pasaban cosas tan extraordinarias que tampoco quería hacer un libro de 1200 páginas; y aún así ya me salió bastante gordito, pero podía haber sido el doble.
¿Ya ha pensado qué va a hacer con su próximo trabajo?
No, es como cuando acabas de tener un bebé, y te preguntan ¿para cuándo la parejita? Y tú dices, no, por favor, que me quiero recuperar de este parto.
¿Qué ha supuesto en tu carrera ganar el Premio Planeta (1998) por Pequeñas infamias? ¿Has notado algún cambio desde entonces?
Sí, ha habido un cambio muy grande. Antes mis obras se traducían a tres o cuatro idiomas, ahora a 23, al chino, al coreano… Idiomas en los que ni siquiera soy capaz de leer mi nombre en la tapa; eso me hace mucha gracia.
Con tu hermano Gervasio estás haciendo unos talleres de escritura. ¿Crees que con éstos se puede formar una nueva generación de escritores? ¿Qué cualidades o ingredientes tiene que tener un escritor?
Para escribir hay que tener un pequeño talento; o se tiene o no se tiene. Pero el oficio se puede aprender, y eso es lo que nosotros intentamos enseñar en estos cursos. Estoy muy contenta porque llevamos dos años y hemos tenido más de 2.000 alumnos. Ahora también estamos haciendo un curso universitario. Es muy gratificante porque ya tenemos nuestros primeros escritores publicando novelas. Es algo muy bonito.
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