Elemental, querido Freud… o tal vez no tan elemental
Ando leyendo estos días una fascinante y muy gruesa biografía de Freud escrita por Peter Gay que me ha permitido hacer no pocos descubrimientos sobre la naturaleza humana. Lo más curioso del caso es que basta conocer ciertos detalles de la vida más privada de este personaje fundamental del siglo XX para comprender cómo y por qué elaboró sus teorías. Sus estudios sobre el incesto, el complejo de Edipo o su punto de vista sobre la homosexualidad, por ejemplo, tienen su raíz en circunstancias perfectamente reconocibles de su vida. Hoy quiero hablarles de una, quizá no la más importante, pero que me ha llamado la atención porque corresponde a una mezquindad humana bastante habitual y, a la vez, difícil de entender para quien la sufre. En mi cósmica ignorancia desconocía que el verdadero inventor del psicoanálisis no fue Freud sino otro colega suyo de nombre Breuer que, junto a su paciente, Bertha Pappenheim, mundialmente famosa ahora bajo el seudónimo de Anna O, pergeñaron un método de curación a través de la palabra, que ella llamaba muy gráficamente “limpieza de chimeneas”, y que es el germen de lo que conocemos como psicoanálisis. Sin embargo, lo que más me interesó de este dato no fue tanto el hecho de que descubrimiento tan renombrado no fuera de Freud, sino su reacción al respecto. Por lo visto, una vez que Freud abrazara dicho método de curación, comenzó a distanciarse de Breuer. Primero se convirtió, según sus propias palabras, en el explorador que tuvo la valentía de asumir el reciente descubrimiento y llevarlo hasta sus últimas consecuencias y luego introdujo en él matices eróticos que se alejaban de su mentor (léase Breuer), que era bastante puritano. Sin embargo, el alejamiento no se debió solo a razones profesionales. Por lo visto, Freud le debía dinero a Breuer y eso le hizo desarrollar –dicho más tarde y también en sus propias palabras, puesto que Freud siempre fue muy crítico consigo mismo– “el resentimiento de un deudor orgulloso contra un benefactor de más edad”.
Siempre me ha llamado la atención esta curiosa forma de proceder. Un refrán español advierte: “Haz un favor y perderás un amigo”, pero el resentimiento hacia alguien con quien uno está en deuda tiene otros matices más duros y, a la vez, más inexplicables. ¿Se han dado cuenta, por ejemplo, de cómo cuando alguien le juega a uno una mala pasada con frecuencia suma a ésta una segunda patada en la boca? El caso clásico es la traición de un amigo o el abandono de una pareja. De pronto el agraviador comienza a comportarse como si él fuera el agraviado. A veces lo hace lanzando un montón de reproches sin sentido, otras hablando con los amigos e inventando cuitas, o en ocasiones –las más dolorosas– involucra en el proceso de lapidación a hijos y menores de edad. Supongo que Freud tendrá un nombre para esta sorprendente reacción humana pero yo aún no he llegado, en la lectura de su biografía, hasta el capítulo en que la enuncia. No sé por tanto cuál será su explicación a tal forma de proceder, pero se me ocurre una de cosecha propia. Creo que cuando alguien está en falta o deuda –ya sea pecuniaria o afectiva con alguien– necesita crear frente a sí mismo una coartada. A nadie le gusta sentirse como un traidor o un miserable. Por tanto, cuando se convierte en uno, necesita magnificar (o directamente inventar) viejos agravios que justifiquen su conducta y, al final, acaba por creerse su propia mentira. Posiblemente lo que digo no sirva para ayudar a quien en este momento esté siendo víctima de situación tan dolorosa como injusta, pero ojalá sirva para al menos entender –que no comprender– por qué se produce.