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Elogio del hombre (o de la mujer) pantufla

Ahora que estamos en verano, tiempo de amores tórridos, pasiones desbocadas y aquello de “si tú me dices ven lo dejo todo”, me gustaría hacer un elogio de los amores serenos. Esos que se parece más a un buen vino que a un chute de heroína, más a un paseo por la playa que un despimporrarse cabeza abajo en la montaña rusa o en el Dragón Khan. Una amiga mía, a la que varias veces he mencionado en estas Pequeñas Infamias, tiene una forma más gráfica aún de describir a estos dos tipos de amores tan diferentes diciendo que los de pasiones desbocadas se parecen a unos sensacionales zapatos de Jimmy Choo mientras que los amores serenos son pantuflas. Dicho así es obvio que todo el mundo prefiere los primeros a las confortables pero muy poco glamurosas chancletas de andar por casa pero “Ahí mismo está la trampa”–dice mi amiga Ana– “porque, vamos a ver. ¿Esto de tener pareja de qué va exactamente? ¿De que los demás lo vean a uno como un ganador, una persona superguay capaz de andar todo el día subida a esos sensacionales pero muy incómodos zancos como si nada? ¿O en llegar a la meta disfrutando de cada paso y también del paisaje? La vida es demasiado larga y cuesta arriba. Hay obstáculos, riscos, cañadas, vados, charcos. ¿Te imaginas recorrer todo eso con unos stilettos de veinte centímetros de martirio? Son cosas que aprendes con el tiempo; suele decirse siempre que mejor sola que mal acompañada, pero yo tengo me propia versión: Mejor cómoda que mal acompañada”. Le contesté que veía muy difícil que su teoría tuviera muchos seguidores. Argüí que desde la publicidad de Hollywood, pasando por los libros de autoayuda y hasta los consejos maternos incluso propugnan lo contrario, y que el príncipe azul de ningún modo podía ser una pantufla, pero ella se rió de mí. “Claro que no puede serlo” –respondió– “y ahí está la trampa. Lo que nadie te dice es que los príncipes azules destiñen cuando se lavan en casa. O lo que es lo mismo, que lo que queda sensacional cara a la galería luego no hay quien lo soporte en el día a día. Es antropología, y de la más elemental. Los machos alfa y las mujeres fatales son los más atractivos, los más deseados pero, precisamente por eso, creen que sus genes son los mejores, y tienen una desagradable tendencia a querer diseminarlos por ahí lo más posible. Tal vez no conozcas un dato muy revelador. Hay estudios que indican que las mujeres, según en qué momento del ciclo menstrual se encuentren, se sienten atraídas por dos tipos de hombres muy diferentes. En el momento fértil, por el guapo, divertido y calavera. En el momento no fértil por todo lo contrario; prefieren un hombre que las mime, las cuide y las adore a ellas, no el narciso de turno ese al que hay que estar haciendo la ola todo el día. Ya ves, nosotras somos intuitivas y sabemos lo que nos conviene. Lo que pasa es que luego vienen las hormonas que, unidas a presiones externas como el qué dirán, hacen que una pierda el oremus por alguien que de sobra sabe no le conviene”.
Desde que Ana me contó todo esto, ando yo muy interesada en su teoría de los amores pantufla. Y tengo que decir que, aunque no estoy de acuerdo en todo lo que dice, sí puedo ver, por personas que conozco, que los amores que se eligen para complacer a la galería como si fueran un trofeo tienen su precio y no precisamente barato. Porque una cosa es cazar al medalla de oro y otra muy distinta aguantar sus mañas, o sus egoísmos. O sus cuernos. Y no vayan a creer que barro para mi casa del feminismo; lo mismo exactamente ocurre con las mujeres de este tipo, no hay quien las soporte. “Mejor cómoda que mal acompañada” –dice mi amiga. Y yo diría, además, que conviene hacer un cálculo. ¿Cuánto le importa a usted el qué dirán y cuánto está dispuesto a pagar por él? Si es vital en su vida, adelante, cálcese un zapato imposible. Pero si no, recuerde que, sin llegar a un fea pantufla, hay por ahí bailarinas, náuticos, mocasines, deportivas, y hasta alpargatas o espardeñas muy estilosas que harán menos escarpadas y más llevaderas eso que los cursis llaman las duras sendas de la vida.

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