Extrañas compensaciones
¿Tiene usted que hacer hoy una llamada telefónica de vital importancia? ¿Una relacionada con su trabajo, quizá? ¿Solicitar un favor muy delicado, llamar al hombre o mujer de sus sueños por primera vez? Si es así, sus posibilidades de éxito probablemente serán mayores si cuenta con un teléfono FuChat. Mi amigo Juanjo Borrego, que es una fuente inagotable de noticias curiosas, me informa que se ha inventado el teléfono emocional. Por lo visto, el artilugio está dotado de unos sensores que captan el estado de ánimo del usuario así como su temperatura corporal. Con estos datos, y midiendo el tono y el más mínimo tremolar de la voz, el teléfono psicólogo va y saca sus conclusiones. Luego, mediante emoticones como los que se usan para los sms, 🙂 o :-/, da su veredicto alertándonos de la clase de predisposición que tenemos a la hora de hablar. Y aún va más allá el aparatejo, puesto que incluye una función por la que cuando uno está 🙁 las llamadas se desvían automáticamente a un contestador. Después de leer todas estas maravillas en internet, debo confesar que por un momento contemplé la idea de hacerme con un FuChat (menudo adelanto este de saber cuándo se está en la mejor forma mental para relacionarse con el prójimo) pero luego me lo he pensado mejor. Como les he comentado más de vez, yo soy la persona socialmente más gauche que se puedan imaginar. Si no me “programo” previamente puedo llegar a entrar en un sitio público y no saludar ni hablar con nadie. Y no por hacerme la interesante, sino por una timidez extrema que, como también les he contado alguna vez, ya considero incurable. Sospecho, por tanto, que el perspicacísimo FuChat lo único que podría hacer en mi caso sería corroborar que nunca estoy en buena predisposición para hablar con alguien, y la constatación electrónica de mis limitaciones no sé realmente qué efecto tendría en mi subdesarrollada autoestima. Dicho esto, debo añadir que, paradójicamente, le debo mucho a mis limitaciones, a mi baja autoestima, y también a mi estúpida timidez. Si yo hubiera sido una niña brillante como mis hermanas, por ejemplo, o ingeniosa y con el atractivo arrebatador de algunas de mis amigas, nunca habría hecho nada digno de mención. Tengo muy claro que han sido mis carencias y no mis posibles virtudes las que me han convertido en lo que soy. Me han servido de acicate, de estímulo, de “tú puedes”. Como en esta vida todo es una sutil maraña de extrañas contradicciones, también le debo mucho a mis enemigos. No se imaginan la cantidad de metas, retos y logros que me he propuesto (y alcanzado) solo por darles a ellos en las narices. Sí, la vida está llena de estas paradojas, hasta el punto de que muchas veces las carencias son las que incentivan las grandes metas al igual que los instintos menos recomendables son los que propician obras sublimes mientras que, como todos sabemos, de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno. Así, no deja de ser chocante que, mientras que los mejores principios (liberté, fraternité, egalité, etcétera) han inspirado más de una sangrienta revolución, la soberbia ha levantado las Pirámides y pintado la Capilla Sixtina. Sí, puede parecer una boutade pero es cierto. Porque ¿qué motivó realmente a los faraones y a Julio II a propiciar la creación de tanta belleza? ¿Fueron tal vez su bondad innata, su amor a Dios y a las bellas cosas? No es necesario ser historiador para saber que fueron tanto el orgullo de los faraones que deseaban ser inmortales como la megalomanía y la envidia de Julio II (llamado, por cierto, el Terrible) que pretendía superar a su antecesor, el papa Borgia. En efecto, en este extraño mundo está todo tan bien compensado que muchas veces somos deudores de nuestros defectos y víctimas de nuestras virtudes. Por eso, no creo que me vaya a comprar un FuChat. No me ha ido tan mal sacándole partido a mis defectos y ya soy demasiado vieja como para cambiar de estrategia.