¡Fiesta!
El Queen Sofía Spanish Institute, una entidad que, desde su sede en Nueva York, vela desde hace años por tender puentes entre nuestra cultura y la de los Estados Unidos, publicó no hace mucho un interesante artículo sobre las palabras de origen hispano de uso común en aquel país. El estudio hacía hincapié sobre todo en términos que introdujeron los españoles tras el descubrimiento de América. Vocablos como patio, ranch, hurricane, tornado, barbecue, stampede o alligator, que no es otra cosa que la deformación de “el lagarto”. Leer este artículo me ha hecho reflexionar sobre por qué ciertas palabras foráneas hacen fortuna en otras lenguas, y he aquí mi teoría a la violeta al respecto. Me da la impresión de que este tipo de términos dicen mucho de la idiosincrasia del país al que originariamente pertenecen. Por ejemplo, las palabras francesas que se han universalizado están relacionadas sobre todo con la gastronomía (chef, croissant, soufflée, baguette). O tienen que ver con el estilo de vida (joie de vivre, chic, connaisseur, perfum, boutique). O sino con la diplomacia, y por tanto también con la ironía, o a veces con la hipocresía (tartufo, laissez faire, élite, naif, nuance). Las expresiones italianas que se usan en otros idiomas retratan la forma de ser de su gente, pero también sus contradicciones. Por eso las hay que hablan de su lado más artístico, sofisticado y hedonista (dolce vita, sfumato, adagio, arabesco, ma non troppo) y por supuesto hay varios términos relacionados con la buena mesa. Pero otros en cambio remiten a aspectos menos artísticos, digamos (capo, mafia, fiasco, bancarrota…). En cuanto al inglés, es más difícil hacer este ejercicio lingüístico porque, al ser un idioma que se ha convertido en lengua franca, estamos colonizados por él, sobre todo en lo que a neologismos se refiere. Aun así, si echamos la vista al pasado vemos que las expresiones que el inglés ha convertido en universales tienen que ver con los deportes (de fútbol en adelante la lista es interminable) con la vida “outdoors”, como dirían ellos (picnic, sandwich, trekking, jogging), y luego están los términos de carácter político o económico (líder, mitín, cash, dumping, rating, boicot). Y llegamos de nuevo a nuestro idioma. Las palabras que he enumerado más arriba están relacionadas con la vida rural y con fenómenos atmosféricos de regiones de los Estados Unidos en las que, durante un tiempo, se habló tanto español como inglés. Por eso, no nos describen de modo tan explícito como otros términos que figuran en los diccionarios ingleses desde hace siglos. Hablo de expresiones como pecadillo, desperado, bravado o quixotic (quijotesco) que se usan en inglés desde el xvi. Luego están pícaro, gusto o sherry (en uso desde el siglo xviii) y, un siglo más tarde, aparece guerrilla (que tiene, su origen en la invasión napoleónica de la Península en 1808). Por fin, es interesante apuntar que en Francia a soñar quimeras se le llama “construir castillos en España”, mientras que en Alemania se usa la expresión Stolz wie ein Spanier, “ser orgulloso como un español”. En fechas más recientes, y sobre todo a través de la influencia de la comunidad hispana en los Estados Unidos, también hemos contribuido al acervo general con: siesta, latino, plaza, burro, macho, cafetería o tapas.
¿Qué perfil tienen las palabras castellanas que se han hecho universales? ¿Qué revelan de nuestra idiosincrasia, de nuestros defectos y virtudes? Cada uno puede sacar sus conclusiones, pero les diré cuál es mi impresión. Pienso que, al igual que ocurre con las palabras italianas que se han convertido en universales, también las españolas retratan aspectos antagónicos y contradictorios de nuestra forma de ser. Por eso, varias de ellas hablan claramente de épica, de honor, de pundonor, de quijotismo. Otras en cambio −empezando por pícaro y acabando por siesta− describen aspectos menos gloriosos pero igualmente ciertos de nuestra forma de ser pero sin olvidar tampoco una tercera tanda de palabras positivas que remiten a nuestro amor por la vida, por la diversión, por los placeres. Y, entre estas últimas, hay una que figura en los diccionarios de lengua inglesa desde hace más de trescientos años y ahora se ha universalizado tanto que se entiende en todos los idiomas. Hablo de la palabra ¡Fiesta! Así pienso yo que somos. Con nuestras luces y también con nuestras sombras pero, sobre todo, con eso que los franceses llaman joie de vivre que a los italianos hace exclamar bravissimo! y a los ingleses olé! (sí, sí, tal expresión, con acento y todo, figura igualmente en su diccionario).
¿Chovinismo por mi parte? Nunca me gustó demasiado ese galicismo. Llamémosle amor por lo nuestro que es, creo yo, una bonita expresión es de uso común casi todas las lenguas pero que prodigamos poco y nada aquí en España. Una lástima, porque razones nos sobran para hacerlo.