Gota a gota se hace un océano
Quizá hayan oído hablar de la existencia de cuatro o cinco inmensas islas que flotan en nuestros océanos. O quizá no sepan nada de ellas a pesar de que una tiene casi tres veces la superficie de la Península ibérica. No pueden verse desde el aire porque no son del todo compactas y están semisumergidas, pero se hacen cada vez más grandes y amenazadoras puesto que se forman en los giros de corrientes. No tienen nombre, no hay vida en ellas sino muerte, y todos preferimos obviar su presencia. Hablo del fantasmagórico archipiélago de detritus plásticos que en ciertos lugares llega a alcanzar las quinientas ochenta mil piezas por kilómetro cuadrado. He aquí más cifras. En 2004 un estudio realizado por Algalita, un instituto de investigación marina con sede en los Estados Unidos, descubrió que las muestras de mar que analizaron contenían seis veces más plástico que plancton. Seiscientas especies de fauna marina se ven directamente afectadas por dicha contaminación, doscientos mil mamíferos y más de un millón de aves. Eso por no mencionar los peces. Se ha descubierto, por ejemplo, que partículas de plástico ya están presentes en los organismos más diminutos que forman la base de la cadena trófica marina. Teniendo en cuenta que nueve millones de toneladas de basuras llegan a nuestros mares cada año, se calcula que en 2050 habrá en ellos más plástico que peces. Podría ahora hablarles de Donald Trump y su —más que previsible, dado el personaje— negativa a ratificar los acuerdos firmados entre Obama y el G7 en pos de la protección del medio ambiente, pero no ando yo con ganas de pelear contra molinos de viento esta mañana. Prefiero ceñirme el yelmo de Mambrino y buscar por ahí otros locos hidalgos que estén dispuestos a embarcarse en la idealista y formidable gesta de acabar con el monstruo gigante que todos alimentamos cada vez que bebemos una botellita de agua o compramos un producto retractilado. “Es mucho lo que cada uno puede lograr con solo proponérselo”, me dice Jerónimo Molero, de la Asociación Ambiente Europeo, una organización sin fines de lucro dedicada a la protección del medio ambiente, cuyo objetivo es no solo proteger nuestros océanos sino también fomentar la conciencia social y potenciar la capacidad de los ciudadanos para contribuir a su solución. La AAE propugna medidas ambiciosas como crear grupos de opinión que publiquen en medios o contacten con los políticos pidiendo que se involucren en esta iniciativa. Pero también otras muy sencillas como que la gente se comprometa a acciones de limpieza en las costas o, simplemente, que recuerde que se puede ir al supermercado con un carrito de la compra y evitar así el consumo de bolsas de plástico. De hecho, una de las medidas más eficaces contra su proliferación ha sido que los supermercados cobren unos céntimos por las bolsas. “Es asombroso lo disuasorios que pueden ser 10 o 20 céntimos”, apunta Jerónimo. “La gente se lo piensa dos veces antes de pedirlas”. Otra medida similar y de igual impacto positivo sería volver a los envases reutilizables. Aquellos viejos cascos de nuestra infancia que había que devolver al comprar una nueva cerveza o un refresco. Como todos los temas relacionados con el medio ambiente, uno piensa que la solución ha de venir de arriba, de las instituciones, de las autoridades, del gobierno. Y es verdad, pero como ellos se han puesto de perfil y no hacen nada, llega el momento en que nosotros, la gente corriente, nos ocupemos de sus negligencias. El primer escollo es el más difícil, combatir la falsa idea de que lo que es de todos —la naturaleza, el campo, el mar— no es de nadie. Pero en eso tenemos mucho que aprender de los niños. Ellos tienen una conciencia medioambiental que nosotros nunca tuvimos. Por eso se me ocurre que sería buen momento para que, en estas vacaciones que ya se acercan, los niños se rebelen y nos saquen los colores cada vez que tiramos un plástico al mar. Ellos saben, porque así se lo hemos enseñado los mayores con nuestra fea costumbre de no practicar lo que predicamos, dos cosas. Que la solución está en manos de todos y que gota a gota —y nunca mejor dicho— se hace un océano.