La Biblia
Tenía que ocurrir. Después de condenar a la hoguera de “libros indecentes” obras tan sexistas, pornógrafas y homófobas como Harry Potter, La casa de la pradera o Matar a un ruiseñor, ha llegado la hora de añadir la Biblia a la purgante pira. En Utah, varias escuelas elementales y medias han decidido prohibir su lectura tras la denuncia del padre de un alumno que alegó que el libro contenía pasajes inaceptables de incestos, violaciones y prostitución. Por lo que se ve, este caballero acaba de caerse de un guindo. A pesar de que se estima que en cada hogar de los Estados Unidos hay al menos un ejemplar de la Biblia, él nunca antes se había reparado en su contenido. En efecto, es así. El Libro por excelencia está lleno de pasajes inadecuados. No solo los que menciona el denunciante, también de atroces injusticias, leyes disparatas y castigos bíblicos en el más riguroso sentido de la palabra. La controversia sobre conveniencia o no de su lectura es muy vieja. Hasta el siglo xv no solo estaba prohibida la interpretación privada de la Biblia sino que aquellos que se atrevieron a traducirla del latín acababan en la hoguera. El más conspicuo defensor de la libre interpretación de la Biblia fue Lutero. Tras la Reforma protestante auspiciada por él, el Concilio de Trento [1545-1563) fijó la postura de la Iglesia de Roma al respecto y lo hizo en estos términos: “Para controlar los espíritus desenfrenados, nadie basándose en su propio juicio podrá –en asuntos de fe y moral referentes a la edificación de la doctrina cristiana– presumir de interpretarlas contrariamente al sentido que la Santa Madre Iglesia, a quien pertenece el derecho de juzgar su sentido de interpretación verdadero”. Se estimó entonces que, si se ponía el libro sagrado en manos de laicos, surgirían “distorsiones grotescas que llevarían a los creyentes a la deriva y probablemente al tormento eterno”. Por uno de esos curiosos ritornelos que tanto gustan a la Historia, resulta que los censores de Utah acaban de llegar a la misma conclusión que los redactores del Concilio de Trento aunque por razones bien distintas. Los primeros trataban de evitar que los fieles hicieran su interpretación de la doctrina cristiana, mientras que los segundos pretenden evitar a los jóvenes el shock de enterarse–por ejemplo–de que la humanidad es hija del incesto (¿cómo sino iban a procrear Caín y Abel si, según el Génesis, no había más mujer que una al Este del Edén?). En fin. No quiero meterme en berenjenales teológicos. Al fin y al cabo, el Antiguo Testamento son una serie de textos escritos por y para un pueblo de pastores milenios atrás. Pero aun así, desde niños usted, yo y todos los miembros de nuestra cultura hemos convivido con esta y otras historias bíblicas igualmente incorrectas y no parece que nos hayan traumatizado. De hecho es ahora, cuando a los de Utah les ha dado por prohibirlas cuando en las redes se ha empezado a prestar una atención inusitada a la Biblia. Me imagino a los niños de Utah haciendo algo que ni sus padres ni sus abuelos ni sus bisabuelos ni sus choznos hicieron jamás. Acceder furtivamente ese ejemplar de Biblia que, como toda familia norteamericana, tienen en sus casas y husmear. Por desgracia para ellos–y por suerte para sus padres– el Libro de Libros es tan apasionante como prolijo y para encontrarlas partes sabrosas hay que tragarse páginas y páginas de considerable tedio. Dicho todo esto, y aun a riesgo de quedar fatal y arruinar mi discurso anterior, debo hacer una confesión personal y decir que estoy en parte de acuerdo con los savonarolas de Utah– o más atinadamente –con los redactores del Concilio de Trento. Leer la Biblia por cuenta de cada uno es riesgoso. Lo dice alguien que casi pierde para siempre la fe después de adentrarse con diecinueve primaveras y sin guía ni brújula en las páginas del Pentateuco. A pesar de sus muchas arbitrariedades, atravesé sin mayor problema el Génesis pero naufragué en Éxodo. Fue cuando leí ese pasaje en el que Yavé ordena a Moisés que vaya a ver al Faraón y le exija que deje salir a su pueblo de Egipto. Y luego, a renglón seguido, añade que Él endurecerá el corazón del Faraón para que no les deje marchar así poder asolar Egipto con diez brutales plagas que de fe de su poderío. Años tardé en entender que ese Yavé no tenía nada en común con el Dios que buscaba amar. Otros, menos perseverantes que yo, no llegan a entenderlo nunca.
La lectura de la Biblia, la palabra de Dios, el Verbo, que se encarnó en Jesus, constituye, junto con la oración, el mejor medio para conocer el Espíritu divino. Mientras el Coran, no admite traducciones del árabe (un pueblo semita como el judio), la Biblia, originaria del arameo o hebreo, se tradujo al griego, y posteriormente al latín, y de esta lengua, ha sido traducida a la mayoría de los idiomas del mundo. En este trasiego, perdió la fuerza de la lengua original, y algún que otro defecto en la traducción. Para interpretarla correctamente, debemos tener en cuenta el momento histórico en que se escribió cada Libro, y el simbolismo que emplea. Al principio, sIempre es bueno contar con una ayuda que nos sirva de guía, ya puede ser católica, protestante, evangelista. Luego, antes de leer, pedir al Espíritu del Señor, que no cometamos errores de interpretación en su lectura. “No temas”, es la frase que más se repite en la Bibilia, 365 veces como los días que tiene el año. Que Dios les bendiga. Saludos,
Sobre la Biblia, añadiría 2 Timoteo 3:16-17; “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. (hombre y mujer, se entiende)
Los que somos cristianos, como su nombre indica, no deberíamos actuar más que por las lecturas del Nuevo Testamento. El Antiguo es el libro de los judíos. Un saludo
El Tanaj (o Biblia hebrea), lo componen 24 libros sagrados canónicos en el judaísmo. Se divide en tres grandes partes: la Torah (Pentateuco), los Neviim (Profetas) y los Ketuvim (Escritos). El Pentateuco o la “Torá” (en hebreo) es el conjunto de los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
Mateo 5, 17-19 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley”. Mateo 22:36-40: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. Hechos 16:31-33 “Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos”.
Que Dios les bendiga. Saludos,
San Agustín, decía que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo, y que el Antiguo se hace patente en el Nuevo. En Isaías 7:14: He aquí que la virgen (almah) ha concebido y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. Y en Isaías 53, hace referencia a Jesucristo, el siervo de Dios humillado y torturado, “… despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (versículo 3). Su humillación se consuma en su amargo padecimiento y muerte: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. […] El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (versículos 4-5). Se podrían señalar más citas, esto sólo un ejemplo. Jesus resucitó, venciendo a la muerte y al mundo. La base de la Fe. Gracias y saludos,
Admirada Carmen, coincido con tu reflexión sobre los desconocidos contenidos de la Biblia. Tanto es así que, en ocasiones observo, con sorpresa, como algunos novios en su boda, escogen como lectura los párrafos sobre Ruth (bisabuela del Rey David), ignorando -espero- que, mas allá de la lealtad que ésta declara a su suegra Noemi, la historia entraña una sumisión de la mujer (viuda) para “cazar” como esposo al pariente mas próximo del fallecido.
Y ya puesto a comentar, querida Carmen, me refiero aquí a su artículo en ABC titulado Los extremos se tocan, de este 14 de julio pasado. (Alli no hay espacio para comentar o no lo veo).
En efecto acertar con el leguante “politicamenmte correcto”, que ahora fundamentalmente consiste en acertar con lo que se espera del impuesto lenguaje inclusvo, resulta muy complicado. Tanto que según el entorno un mismo vocablo puede tener diferentes interpretaciones y alguna de ellas politicamente incorrectas.
Para muestra me permito recomendar, y solo por este tema, la reciente película que protagoniza Leo Harlem, Como Dios manda: la sonrisa aparecerá en mas de una ocasión precisamente ante los equívocos del lenguaje inclusivo artificial.
El Libro de Rut, es uno de los libros bíblicos del Tanaj hebreo y del Antiguo Testamento. Se trata de una narración histórica cuya finalidad es esbozar una parábola moral. Rut, era un mujer moabita (extranjera para los judios), viuda y sin hijos. Por su bondad y piedad para con su suegra judia, fue aceptada y bendecida por Dios. Ocupa un lugar importante en la historia israelita, ya que llegó a ser antecesora de David y por consiguiente de Jesús. Rut se puso a trabajar en el campo de Booz, un primo de su esposo. Como ningún familiar estaba dispuesto a casarse con ella, ese deber le correspondió a Booz. De este matrimonio nació un hijo, Obed, que más tarde sería abuelo del rey David. De esta manera, esta mujer ingresa por sus propias virtudes en la religión judía. Se intenta demostrar que David descendió de una mujer cuya fe –no su raza- fue lo que la salvó. El judaísmo debe conservar su unidad y pureza doctrinaria, pero queda latente la aproximación del Evangelio que vendrá con Jesus. A partir de aquí, será también misión esencial del pueblo judío, la difusión de la Verdad entre las demás naciones.