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La escritora publica Efecto posadas (Espasa), un libro que reúne sus mejores columnas

Carmen Posadas (Montevideo, 1953) es autora de 12 novelas, más de 15 libros infantiles, dos biografías y varios ensayos, relatos y guiones de cine y televisión. En 1998 ganó el Premio Planeta con Pequeñas infamias y sus obras, recibidas con éxito de crítica y público, han sido traducidas a 31 idiomas. Sin embargo, nada de eso ha sido tan gratificante para ella como el hecho de saber que a su padre le encantó su primera novela. “Mi padre era un gran lector, de esos que aprenden ruso para poder leer a Tolstói. Cada vez que sacaba un libro se lo mandaba, pero siempre recibía silencio por su parte. Con ‘Cinco moscas azules’ me dije que aquel era el último libro que le enviaba si seguía sin decirme nada. De repente, estando un día en casa, recibí un fax muy largo de mi padre. Era una especie de crítica literaria de la novela, en la que decía lo mucho que le había gustado. Me ha podido escribir críticas el ‘New York Times’, pero nada me ha hecho tanta ilusión como aquello”, comenta la escritora uruguaya, que acaba de publicar Efecto Posadas (Espasa), un libro que reúne las mejores columnas publicadas por ella en prensa durante los últimos años.

Varios artículos de su libro están centrados en las pasiones humanas. ¿Considera que el amor lo vuelve a uno tan lelo que no sabe calibrar a la persona que tiene enfrente?
Sí. Ortega y Gasset decía que el enamoramiento es un estado de imbecilidad transitoria, y estoy absolutamente de acuerdo. Cuando miras atrás y ves la de tonterías que has hecho, siempre piensas ‘¿Cómo no me di cuenta de que fulano era un imbécil o de que aquí hice el ridículo?’. Pero bueno, el amor es así.

¿Alguna vez, por razones económicas o presiones sociales, ha intentado mantener con vida un amor que evidentemente estaba acabado?
Por ese tipo de razones no, pero sí por motivos románticos. Pensaba ‘¿Cómo va a acabar esta historia que es tan bonita? Vamos a seguir un poco más’. Aunque ya te dabas cuenta tú de que aquello era como hacerle el boca a boca a un cadáver.

También habla de la sobredosis, uso y abuso del verbo ‘amar’. ¿A usted le sobran dedos de la mano para contar la gente que quiere?
Sí. Además, me parece sorprendente el hecho de que la gente le diga ‘Te quiero mucho’ a todo el mundo. Se lo dicen al frutero y hasta al perro del vecino. Es una cosa obsesiva ya. El amor es un sentimiento mucho más profundo que, además, tarda en arraigar. Yo puedo tenerle cariño o aprecio a muchas personas, pero querer es ya otra cosa.

Otra palabra que considera manoseada es ‘perdón’. ¿Le cuesta pedirlo?
No, nada. El caso de ‘perdón’ es muy curioso. Los ingleses están pidiendo perdón todo el rato, pero aquí en España cuesta muchísimo que alguien se disculpe y pida perdón. Aunque ahora la gente se ha pasado al otro extremo del péndulo. De no pedir perdón nunca ha pasado a exigirlo. Escucho a la gente decir ‘Que fulano se disculpe con su novio’. ¿Y a ti qué te importa lo que hace fulano de tal con su novio? Es algo ridículo.

De ‘censura’ opina que es una palabra trasnochada. ¿Qué cosas le parecen hoy censurables?
Francamente, estaría con aquel eslogan de Mayo del 68 que decía ‘Prohibido prohibir’. Ahora todo el mundo se erige en censor y juez de los demás, sobre todo en las redes. Ves a gente que es aparentemente muy liberal y de izquierdas pero que, de pronto, se convierte en Savonarola. Eso de que los extremos se tocan es absolutamente verdad.

Ha dicho: “Es una pena que, en la adaptación a las nuevas actitudes entre hombres y mujeres, hayamos perdido la galantería”. ¿Quién mató al piropo?
Me temo que las mujeres, aunque sea algo políticamente incorrecto. Nunca me he tomado como una ofensa el que un hombre me abra la puerta, pero conozco a muchas mujeres que piensan que eso es paternalismo o que es machista. Claro que antes existían los piropos groseros, y a todas nos ha pasado lo de caminar cerca de una obra y que de pronto te digan cualquier burrada, pero eso no quiere decir que tengas también que eliminar los piropos agradables.

Asegura que no es feminista al uso. ¿Eso qué significa?
Siempre digo que soy posfeminista. No me siento identificada con este feminismo furibundo que ahora está de moda. En el caso del feminismo, es muy distinto lo que pasa en el primer y el tercer mundo. Hay sitios donde las mujeres viven todavía en la Edad Media y hay muchas batallas que librar. En el primer mundo se ha instalado una especie de victimismo feminista que a mí no me gusta nada porque, en el fondo, es una coartada perfecta para los mediocres. Hablo de las de ‘Yo no he llegado a nada en la vida porque los hombres son malos y me han estado serruchando el piso. De lo contrario, yo sería presidenta de gobierno’.

¿Por qué considera que lo ha hecho todo al revés en la vida?
Normalmente, la gente primero estudia, luego trabaja y ya después se casa. Yo me empecé casando [con el financiero Rafael Ruiz de Cueto]. Con veintipocos años tenía ya dos niñas en el colegio, y ahí fue cuando me planteé qué iba a ser de mi  vida. Como no había ido a la universidad, mis posibilidades laborales estaban algo mermadas. Lo máximo a lo que podía aspirar entonces, y te hablo de los años setenta, era a ser secretaria internacional, porque sí es verdad que hablaba varios idiomas. Pero aquello no era mi vocación. Entonces vi el anuncio de unos cursos impartidos por un profesor de escritura creativa, y me apunté. Siempre fui una gran lectora, por mi padre, y enseguida me dieron ya un premio.

¿Sigue pensando que fomentar el deseo y el merecimiento es la mejor forma de educar?
Sí que lo pienso. Esta especie de sobreprotección de los padres hacia sus hijos impide a los niños desarrollar la imaginación. Soy muy partidaria del aburrimiento, porque un niño que se aburre es un niño que crea. Si tú le estás teledirigiendo el ocio todo el rato, se vuelve un niño sin imaginación ninguna. Sobre el merecimiento, antes era más fácil. Mi hija pasó mucho tiempo haciendo buena letra hasta que le regalamos la bici que quería. Ahora tú le regalas la bici sin que haga ningún mérito, por lo que cogerá la bici y al cabo de un rato se olvidará de ella, ya que no es ese objeto de deseo con el que estuvo soñando meses o años. Todo tiene el valor que tú le quieras dar. Si tú no se lo das, las cosas pierden todo el sentido. Además, veo que ahora los niños hablan fatal a sus padres. No sé como pueden tolerar eso. La educación empieza a los cero años. Si no, cuando te vienes a dar cuenta tienes ya en casa un delincuente juvenil.

¿Tampoco se desvive por complacer a sus nietos?
Lo que digo es que no soy una abuela demasiado consentidora. Aunque es verdad que a mis nietos les doy más caprichos que a mis hijas. Tuve una suegra que me los malcriaba de forma horrible. Se pasaba el día regalándoles chuches y haciendo distinciones entre unos y otros. No quiero colaborar en esa causa, así que no soy muy consentidora.

¿Cómo diría que influye en su vida la sombra de su amor con Mariano Rubio [que fue gobernador del Banco de España entre 1984 y 1992]?
Por desgracia, la gente que se queda viuda y que tenía un matrimonio muy feliz se pasa el día comparándolo, lo cual es muy injusto. Además, los muertos son imbatibles y siempre los adorna uno con una gran cantidad de virtudes. Igual era un señor estupendo, pero tú siempre lo mitificas un poco. Hay que tener cuidado con eso.

Tras casarse con él comenzó a aparecer en las revistas del corazón. ¿Por qué lo pasó tan mal con esto?
Porque es algo que no va nada con mi forma de ser. Todo mi afán de protagonismo está en los libros. Quiero que mis libros tengan éxito, pero no quiero salir a la calle y que me persigan los paparazzi, como ocurría en aquella época. Ahí empecé a sufrir un insomnio horrendo que ya nunca se me ha quitado. En realidad, es relativamente fácil salirse del famoseo. A esas personas que dicen ‘Dios mío, me persiguen los fotógrafos y no puedo vivir’ les pasa eso porque ellas mismas lo fomentan. Si tú no das tres cuartos al pregonero… Lo que hice cuando me quedé viuda fue no dar noticias. Si no tienes un novio que sea veinte años más joven, te tiñes el pelo de verde o sales en Twitter diciendo estupideces, buscan a otro payaso.

¿Le angustió también el hecho de tener que ir a visitar a su marido a la cárcel [Rubio pasó dos semanas en Alcalá Meco por fraude fiscal]?
Sí. Aquello fue también muy duro. Cuando tú sabes la realidad y, de repente, ves que te están acusando hasta de la muerte de Manolete, te sientes muy impotente. En los juicios mediáticos, tú eres culpable hasta que se demuestre lo contrario, que es justo lo que no ocurre en la Justicia, donde se tiene que demostrar que tú eres culpable. Fue duro, pero siempre supe que el tiempo pone las cosas en su sitio, como así ha sido.

¿Alguna vez ha sufrido estrecheces económicas?
No. Lo que es cierto es que mi familia, que había sido riquísima, no era ya tan rica cuando yo nací. Siempre tenía la sensación de ser una especie de nueva pobre. Algunas amigas mías tenían cosas más caras que yo, que me tenía que comprar las cosas en otros sitios pero luego debía disimular. Aquello era bastante divertido, porque tenías que hacer pasar por carísimas cosas que en realidad eran baratas, aunque también era toda una trabajera.

¿Se considera autocrítica o es de esas que cuando se miran al espejo no encuentran nada que pulir?
Qué va, soy implacable conmigo misma. Un día de estos me voy a tener que perdonar. Es una cosa horrenda. Siempre estoy pensando ‘Esto lo he hecho mal’, ‘Tenía que haberle dicho a fulano tal cosa’ o ‘Tenía que haber hecho tal cosa con mis hijos’. Y eso también me pasa con los sueños. Siempre sueño con momentos donde pienso que no dije una cosa o no hice tal otra. Pero bueno, haciendo un análisis de la situación en frío, pienso que tampoco lo he hecho tan mal.

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