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La incultura del mal. Por Miguel Galindo Sánchez

No hace mucho, en un artículo de fondo, la escritora Carmen Posadas se preguntaba cómo era posible que en esta sociedad del bienestar, en este primer mundo que todo lo tiene y nada le falta, haya gente – joven, sobre todo – tan insatisfecha, tan destructiva y tan violenta. Así, en su magnífica columna, ponía sobre el tapete la gran paradoja de un supuesto mundo feliz (¿?) en el que tanto tenemos y tan poco valoramos.

Y recuerda esto que ya Schopenhauer trató el asunto del mal en el ser humano, la única criatura de la creación capaz de hacer daño por el solo hecho de hacer daño, postulando que el hombre tiende al mal por dos razones primordiales: por instinto de supervivencia y por aburrimiento. Y que era en este segundo caso cuando el mal resulta más degenerado y decadente, porque no es fruto de la necesidad ni del instinto, si no fruto de la experimentación, de la especulación, de hacer el mal por el mal en sí mismo. Sin ningún motivo, sin ninguna causa, sin ninguna justificación. Solo por tedio. Nada más que por una ya corrompida diversión.

El abuso, la insidia, el robo, la mentira, la envidia, el odio, han convivido con las personas desde que éstas pusieron su pié sobre la tierra. Han sido patrimonio de dudosa legitimidad, pero que, junto con la astucia, pudo incluso haber servido de arma efectiva para la subsistencia. Es más que posible. Sin embargo, una vez logradas unas mínimas, básicas y elementales cotas de civilización, esa misma herramienta se convierte en la más bárbara y depravada arma de autodestrucción en manos de la humanidad, al no saber racionalizarla a través de la cultura bien entendida como tal.

El robo por placer, no por necesidad, el obtener sexo a través de la violencia, la quema de mendigos, las palizas y abusos grabados en móviles, la extensión de la droga, las carreras suicidas de motos y coches, el degradante fenómeno del botellón, los mal/llamados deportes de alto riesgo, el ruido-música alienante, la obsesión por aturdirse con la tele, el móvil o el MP3, la adicción malsana a los reality basura, el mantener la cuatro neuronas de mierda activas y ocupadas en lo más absurdo, inútil y dañino de la existencia… Todo esto son la señales inequívocas del ocio mal entendido y peor empleado. Esta es la más palpable y pavorosa razón del mal por el aburrimiento. Es como si la sociedad se hubiese convertido en una yonqui de sensaciones fuertes, brutales, funestas, desprovistas de valores, y, lo que es peor, de sentimientos.

Y yo pienso que Schopenhauer y Carmen Posadas tienen razón ambos dos. Que una vez que lo tenemos todo, nos llega el horroroso vacío del aburrimiento que solo sabemos saciar con lo más atávico de nuestra naturaleza: el mal. Pero también creo que eso es porque ese vacío no hemos sabido, no hemos querido, llenarlo de conocimiento, de cultura, de sabiduría, del auténtico sentido de la vida. Porque nos viene grande ocupar nuestro cerebro en leer, que es la mejor vacuna y medicina contra todo lo necio y lo nocivo, en pensar, en meditar, en ser personas…Por ejemplo y a mal comparar, ¿Cuánto hace que no ha visto a uno solo de esos parásitos coger un libro?.. Bueno, pues son millones los voluntariamente no vacunados contra la cerebroesclerósis, que hoy son tarados mentales. Y si solo saben hacer el mal por el mal en sí mismo, es porque el mal es su estado natural. El resultado es lo que estamos viendo y padeciendo: la llegada de los encefalogramas planos, el final de una civilización. Nada más que eso…

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