La irresistible ascensión
En China andan preocupados. El brillo de su todopoderoso nuevo líder Xi Jinping se ve amenazado por una alargada sombra, la que proyecta Peng Liyuan, su esposa, que por lo visto es la cantante más famosa del país, dueña de una bellísima voz que pone la carne de gallina. Y es que aunque el gran timonel Mao dijo que “la mujer sostiene la mitad del cielo” una cosa son las bonitas metáforas y otra lo que conviene a efectos prácticos. En realidad, lo que está ocurriendo en China con su principal mandatario no es muy distinto de lo que pasa en Occidente. A mediados del siglo pasado, el archicarismático presidente Kennedy, haciendo de la necesidad virtud, en una ocasión llegó a presentarse como “el hombre que acompaña a la señora Kennedy” y las cosas no han cambiado mucho desde entonces. En la mayoría de las casas reinantes, por ejemplo, las consortes de los príncipes herederos figuran muy por delante de sus maridos en popularidad y aceptación general. Los más optimistas piensan que es un dato alentador para la causa femenina. Opinan que el hecho de que Michelle Obama intervenga en la gala de los Oscar, y que su nuevo flequillo (horroroso para mi gusto) sea trending Tepic mundial, es, por ejemplo, un síntoma de que la presencia femenina es más reconocida que antes. A mí, en cambio, me parece exactamente lo contrario. Es curioso (y desalentador) observar que todas estas mujeres –ya sean esposas de mandatarios o de príncipes herederos– nada más llegar a su nueva situación en la vida, tal vez por instinto o porque así lo sugieren sus asesores de imagen, aprenden una paradójica lección. Si quieren brillar y ser admiradas, si aspiran a dejar huella y pasar a la Historia, deben abrazar una máxima francesa tan irónica como infalible: “Sois belle et tais toi”, sé bella y estate calladita. Y funciona. Que se lo digan, si no, a las que han intentado saltarse tan “sabia” norma. Durante la presidencia del Bill Clinton, la ahora tan admirada Hillary Clinton se propuso sacar adelante una reforma sanitaria. “Los americanos tienen dos por el precio de uno”, llegó a decir, haciendo alusión a que era una profesional tanto o más exitosa que su marido. Su reforma, por supuesto, jamás salió adelante y ella, que es todo menos tonta, adoptó de inmediato los patrones femeninos más clásicos: volcarse en causas benéficas, fotografiarse con niños desfavorecidos o plantando petunias en el jardín de la Casa Blanca: sé mona y estate calladita. Lamentablemente, esta es una lección que también han aprendido las mujeres destacadas en otros ámbitos. Actrices de cine o mujeres en puestos relevantes que, lejos de subrayar su lado profesional, prefieren fotografiarse en la cocina preparando un risotto para los amigos o haciendo pompas de jabón con su hijos mientras los bañan. Por supuesto todo eso está muy bien y nadie les pide que renuncien a sus aficiones y mucho menos a su instinto maternal, pero a veces se echa en falta la actitud de las mujeres de antes. La de Simone Veil, que demostró que una mujer podía ser intelectual sin perder un ápice de feminidad, la de Jane Fonda que supo utilizar su popularidad para apoyar las causas políticas que creía justas. Ahora, en cambio, hasta ella se ha dejado vencer por el síndrome mujer florero, y está estupenda, qué duda cabe, pero yo la prefería pisando algunos callos más que paseando por las alfombras rojas. Pienso que no estaría mal que unas y otras, todas las mujeres nos diéramos cuenta de que, en un mundo tan dominado por la imagen como el nuestro, los mensajes subliminales son más importantes que los textuales. Recordar que aún quedan muchas batallas por ganar en la causa femenina y que con esta actitud consciente o inconsciente de potenciar los papeles femeninos más ancestrales no estamos haciéndonos ningún favor. Y es que, a pesar de que los hombres han hecho, en mi opinión, un esfuerzo considerable por cambiar su comportamiento hacia nosotras, existe aún en la sociedad un machismo residual que no puede borrarse de la noche a la mañana. Uno que no hace más que multiplicarse cuando nosotras optamos por subir a los altares a esas congéneres que, voluntariamente o no, han optado por el “sé guapa y cierra el pico”.