“La labor de las mujeres espías ha sido más desconocida, quizá porque eran mejores”
‘Licencia para espiar’ es la nueva propuesta de Carmen Posadas, el fascinante y desconocido relato de las mujeres que, a lo largo de la historia, se han dedicado a las labores de espionaje. La primera de ellas fue Rahab, una joven prostituta de Jericó que ayudó a los espías israelitas de Yahvé.
“La realidad no es el teatro que vemos, sino la tramoya que está detrás y nosotros actuamos en el silencio”. Así resume Carmen Posadas (Montevideo, 1953) la labor de los espías en las primeras páginas de Licencia para espiar, un recorrido por la historia, desde el Antiguo Testamento a la actualidad, presentando a mujeres en la sombra que, a través del espionaje y utilizando los más ingeniosos ardides, influyeron en acontecimientos decisivos.
Posadas quería que el libro “fuera una historia del arte del espionaje desde los albores hasta el presente”, pero consciente de que era una “labor inabarcable”, decidió acotarlo y hablar solo de mujeres que, “han tenido mucha actividad a lo largo de los siglos, pero su labor ha sido más desconocida, quizá porque eran mejores espías”, no en vano “el hecho de ser una buena espía implica que nadie se entere”.
La autora recoge, entre otras, las historias de la bíblica Rahab, cuya intervención fue decisiva para conquistar la Tierra Prometida, o de la Balteira, la juglaresa gallega que se vio envuelta en mil y una intrigas durante el reinado de Alfonso X. De su mano, conoceremos a las singulares y temibles envenenadoras de la India, y tendremos un punto de vista insólito sobre el asesinato de Julio César. Por las páginas de Licencia para espiar desfilan también reinas como Catalina de Médicis y su “escuadrón volante”, aventureras como la inevitable Mata-Hari, y también princesas que pusieron su talento al servicio de Hitler, o españolas que se vieron envueltas en algunos de los complots más importantes del siglo XX, como Caridad Mercader.
Cuando el padre de Carmen Posadas, diplomático de profesión, fue destinado a Moscú, la propia autora tuvo la oportunidad de convivir con practicantes de este antiquísimo oficio. En aquellos años 70, en plena era soviética, “los rusos tenían la obsesión de espiar a todo el mundo, incluso fomentaban que la gente espiara a sus propios vecinos, la delación estaba muy bien vista y, por supuesto, todas las embajadas estaban llenas de micrófonos”. En la embajada de Uruguay, desde el jardinero a las sirvientas eran espías, explica, “y ni siquiera se tomaban la molestia de disimular”.
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