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La maldición del ´Casi´

A medida que se acerca Navidad, con su sobredosis de consumo, me pongo a temblar. Pero no solo por lo caro que resulta este período de compras obligatorias y por el pastoncio que gastaremos aún a pesar de la crisis, sino porque tengo la mala suerte de ser víctima de un tonto síndrome al que podríamos llamar la maldición del casi. Las personas indecisas como yo tenemos un serio problema a la hora de comprar. Rara vez nos ocurre lo que a otros compradores más seguros de sí mismos que ven una cosa en un tienda e inmediatamente sienten ese coup de foudre o flechazo por el que saben sin lugar a dudas que tal prenda o tal mueble o tal lo que sea es perfecto para ellos. Y, en efecto, aciertan, y al llegar a casa no tienen siquiera la necesidad de volver a probarse el trajecito de marras o los estiletos de veinte centímetros para saber que les darán mucho uso. Nosotras, en cambio, la víctimas del “casi”, somos una calamidad. Pero será mejor que explique en qué consiste tan absurdo síndrome, porque si no ustedes no van a entender nada. Cuando yo me pruebo un vestido (o compro un mantel o elijo tela para unas cortinas) rara vez siento ese salvador flechazo del que antes hablaba; compro más bien con un criterio hipercrítico, y eso es un desastre. Lo que quiero decir es que me miro en el espejo del probador, veo cómo me queda una prenda y –tal vez sea porque me estoy haciendo vieja– lo cierto es que, últimamente, a mí todo me queda “casi”. Casi bien, casi elegante o casi sexy… El problema es que, como no encuentro nada que satisfaga del todo mis expectativas, tiro de tarjeta y me compro algo, lo que sea, con tal mala fortuna que, una vez adquirido, pasa inmediatamente a engrosar en mi armario la ya considerable lista de otras prendas “casi” que cuelgan vírgenes y mártires en sus perchas porque nunca me las pongo. Este problema de comprar lo que me queda “casi” bien se agudiza además con la proliferación de esas grandes y estupendas tiendas en las que se encuentra ropa bonita a muy buen precio. “Total”–me digo– “por 25 euros que vale este jersey/blusa/pantalón, lo compro y si luego no lo uso tampoco pasa nada”. Pero sí pasa, porque al final tengo el armario lleno de ropa y me visto no más que con tres o cuatro pingos que son los que realmente me quedan bien. Yo me pregunto si los gurús del marketing tendrán estudiado este fenómeno del casi y lo explotan a su favor. Sospecho que sí; sospecho que saben que, a diferencia de los consumidores de otras épocas, hoy somos mucho menos exigentes. Y lo somos porque antes una persona se compraba, por ejemplo, un par de zapatos al año y ahora se compra tres o cuatro de distintos modelos y colores, de modo que baja el nivel de exigencia. Ya no importa que sean casi-cómodos, casi-bonitos y menos aún casi-duraderos. Hasta que la crisis asomó su negra patita detrás de la puerta, todos nos habíamos vuelto unos manirrotos, no nos importaba cargarnos de prendas u objetos que, la mayoría de las veces, ni siquiera usábamos. Eso por no hablar de las rebajas en las que la maldición del “casi” afecta, no solo a los compradores indecisos como yo, sino hasta los más audaces porque, total, qué más da llevarse una falda casi-mona o una mantelería casi-elegante, todo parece tan barato… Sin embargo, ahora que pintan bastos hay que evitar como la peste la maldición del casi y yo estoy viendo cómo diablos me reprogramo para no meter la pata. O quién sabe… tal vez no sea necesario que lo haga. Tal vez no haya mal que por bien no venga y las estrecheces nos vuelvan a todos menos caprichosos, menos manirrotos y menos indecisos. Y, quién sabe si también a lo mejor descubro de pronto que en mi armario lleno de prendas “casi”, hay cosas aprovechables que he arrinconado tontamente. Es muy posible que ocurra. Yo recuerdo que en mis épocas más difíciles era capaz de hacerme un vestido fantástico con un puñado de pañuelos o reconvertir una blusa en un bonito chaleco. Y es que con la bonanza se nos olvidó, pero lo cierto es que la necesidad siempre ha sido la madre del ingenio (a Dios gracias).

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