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La más sutil de las venganzas

La semana pasada estuve visitando el hotel que Frank Gehry ha diseñado en la Rioja para Marqués de Riscal (espectacular, por cierto) y allí conocí a Marcos. Marcos es cubano, historiador de profesión, pero trabaja como conserje y tiene la amabilidad de ser lector de servidora de ustedes. “Lo que más me gusta de usted” –me dijo mientras nos atendía– “es que no habla mal de los hombres”. “A veces, cuando oigo o leo lo que las mujeres dicen ahora del sexo masculino en su conjunto” –añadió–, “me parece que la opinión generalizada es que los hombres somos tontos cuando no insensibles, o incluso maltratadores o asesinos, mientras que las mujeres son siempre buenas, perfectas y, por supuesto, inocentes”.
Tal vez exagere mi amigo Marcos, pero lo cierto es que en la prensa, e incluso en la calle, existe hoy un cierto feminismo furibundo que resulta cuanto menos inquietante. Hace poco, por ejemplo, un artículo de Arturo Pérez Reverte que hablaba de cómo las mujeres ahora son menos femeninas en su vestimenta, levantó una ola de protestas de multitud de lectoras ofendidas. A mí me pareció que estaba escrito con gran sentido del humor y, por lo que recuerdo, solo decía que tanto él como Javier Marías añoraban a las mujeres de antes. Si yo hubiera escrito un artículo similar alabando a los hombres de antes y diciendo que echaba de menos que me abrieran la puerta del coche o me trataran de forma caballerosa, estoy segura de que no se habría generado ningún bochinche. (O tal vez sí porque, ahora que lo pienso, hay mujeres que se ofenden cuando un hombre les cede el paso o el asiento en el autobús). Yo creo sinceramente que con esto del feminismo estamos confundiendo el tocino con la velocidad, por no decir el culo con las témporas, qué quieren que les diga. Una cosa es que se intente compensar la desventaja histórica que hizo que nosotras fuéramos unas parias durante siglos, y otra que se mese una los cabellos por tonterías sin importancia. Como mujer que soy, y que ha sufrido igual que todas no pocos prejuicios machistas, me parece que en la actualidad existe por nuestra parte un cierto revanchismo histórico. Da la impresión de que las mujeres, por haber sido oprimidas durante siglos, ahora quisiéramos venganza. Aprovechando, por ejemplo, que muchas leyes actualmente son más ventajosas para la mujer, algunas de nosotras (y nótese bien que digo algunas) utilizan dicha ventaja para sacarle los hígados a sus exmaridos en divorcios antropófagos, o alienan a los hijos en contra de sus exparejas, o recurren incluso a falsas denuncias de malos tratos. Y lo curioso del caso es que, al hacer todo esto, lo que dichas mujeres están logrando es repetir patrones de conducta masculinos, muy masculinos. Porque a lo largo de la historia, mientras las leyes y la sociedad en su conjunto eran machistas, ellos se dedicaron a meternos en la cárcel por adúlteras, a quitarnos a nuestros hijos sin el más mínimo sentimiento de culpa y hasta a encerrarnos por locas. Muchas veces se ha dicho que el mundo sería más humano cuando por fin mandásemos nosotras, porque somos más sensibles y compasivas que los hombres. Y siempre he creído que así sería. Pienso que el haber sido víctima sirve –debería de servir–, sobre todo, para no repetir los patrones de conducta de los victimarios y ser más humanas que ellos. Por eso, si históricamente el sexo masculino nos ha sometido a leyes injustas, nos ha discriminado y hasta ha escrito tratados filosóficos “demostrando” que éramos menos inteligentes, más débiles y desde luego menos racionales que ellos, no hagamos nosotras lo mismo. Cuando por fin parece estar alumbrando un siglo decididamente femenino, sería bueno demostrar que, en efecto, somos mas sensibles que ellos. Si Thomas Hobbes, en el siglo XVII, dijo aquello de que el hombre es un lobo para sus semejantes, demostremos nosotras ahora que la frase no puede de ninguna manera tener su correlato en femenino. Esa sería, pienso yo, la mejor de las venganzas de nuestro sexo sobre el suyo.

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1 respuesta

  1. Socretino dice:

    Ná, simplemente es que está de moda poner a caldo a los hombres y yastá. La gente se aburre y sigue modas que ni entiende ni comparte pero a las que se adhiere para pertenecer a un grupo. No pasa nada, ya se pasará y entonces veremos una fobia al color rojo (por significar el mal, por ejemplo) o a los calcetines, que serán símbolo de opresión de los pies.
    Lo que no cambia nunca es la aversión al cristianismo. Eso es estructural ya.

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