Las pequeñas anécdotas son las que mejor retratan una situación
Nació en Montevideo en 1953, pero se ha pasado la vida de país en país. Hija de un diplomático, su infancia transcurrió entre Madrid, Londres, Buenos Aires y Moscú, dónde se topó de lleno con el folclore y la cultura rusa, hasta el punto de depositar su ramo de novia a los pies de la estatua de Lenin en el Mausoleo de la Plaza Roja.
Lo primero que sorprende de Carmen Posadas es su amplia sonrisa, que hace sentirse cómodo a cualquiera que la rodea. La entrevista con ella se convierte en una conversación entre amigos, en la que se intercalan las preguntas meramente periodísticas con cuestiones más personales. No es una entrevista al uso ya que su vena periodística le hace querer conocer a quién la entrevista.
Esa curiosidad parece insertarse en su carácter afable de mujer de mundo, conocedora de muchas culturas y pueblos que le hacen sentirse bien con todos los que la rodean. En esto tiene mucho que decir su sonrisa, que desborda simpatía por doquier y le da a las conversaciones un toque familiar. Es una charla desinhibida que hasta su posición -sentada sobre una mesa- hace pensar que está disfrutando con lo que hace y lo mejor de todo, que hace disfrutar a los demás.
Confiesa, no con un tono apesadumbrado, sino más bien de aceptación y hasta de conformidad, que vivir en tantos lugares le ha ocasionado cierta sensación de desarraigo, pero considera que, a la hora de escribir, esto supone un material impagable: “Para la vida es algo complicado, pero para la literatura es bastante bueno”. En sus novelas, intenta exponer todas las cosas buenas y malas, para que sea el lector quien las juzgue: “Cuando viajas te das cuenta de que existen muchas realidades y eso te ayuda a relativizar”.
Ha escrito obras para todos los públicos y todas las edades. Sus libros se han publicado en más de 40 países, pero nunca se le pasó por la mente escribir sobre los últimos zares que gobernaron en Rusia, hasta que no se lo propuso su hermano Gervasio: “¿Otra novela sobre la falsa Anastasia?”, replicó ella. De esta manera surgió “El testigo invisible”, una novela basada en la muerte de la familia de del Zar Nicolás II.
Como narrador utiliza a Leoniv Sednev, un joven que trabajó como deshollinador y pinche de cocina para los Romanov. “El punto de vista de los criados es muy importante porque mantienen una relación muy cercana y emotiva con sus amos”, comenta la autora. Leonid tenía 15 años, la noche del 17 de julio de 1918, cuando un grupo de bolcheviques asesinaron a la familia real rusa, “un verdugo sintió pena por él, y decidió salvarle”. Sobre la muerte del deshollinador existen dos teorías: una que afirma que murió durante las purgas de Stallin, y otra que dice que falleció en Uruguay. Carmen Posadas toma esta segunda posibilidad y lo justifica en que muchos rusos formaron su propia colonia en la región de Montenegro, al norte del país.
Además, considera que los niños tienen un plus a la hora de narrar: “Hacen que el lector sienta más cariño hacia el narrador, porque aportan una mirada más cándida al relato, sin embargo, hay cosas que no captan”. Por eso decidió que Leoniv fuera mayor de edad y narrara a través de sus recuerdos: “Se comporta como un adulto pero narra como un niño”.
Cuando comenzó a escribir su última novela, sentía mucha animadversión hacia la zarina Alejandra, “pensaba que era una petarda, siempre estaba llorando, cansada y no quería ver a nadie”. Sin embargo, a medida que se fue documentado se sintió identificada con ella, y le cogió bastante cariño.
Son innumerables los mitos que circulan sobre la muerte de la familia Romanov. Cientos de personas, han intentado hacerse pasar por uno de sus miembros, y esto se debe según la autora a que “siempre ha existido la fascinación de que alguno de los miembros se hubiera salvado”. El caso más famoso fue el de Anna Andersen, una campesina polaca que ingresó en un manicomio tras intentar suicidarse en un acantilado. Andersen murió haciendo creer a todo el mundo que era Anastasia Romanov. Fabricó su personaje nutriéndose en los recuerdos de los conocidos de la familia imperial, que tenían como objetivo que “la gran duquesa”, se recuperara de su supuesta amnesia. “A la gente le encantan los cuentos de hadas y todos estaban predispuestos a creerlo”, pero a través de varios análisis de ADN se comprobó que ninguno de los miembros de la familia real consiguió sobrevivir.
Al contrario que otros autores, Carmen considera que la verdadera vida de los Romanov es tan potente que no es necesario inventarse nada porque “la historia habla siempre de los grandes hechos, y olvida las pequeñas anécdotas, que son muchas veces las que mejor retratan una situación”.
fuente: ccinf.es