Carmen Posadas y Reyes Monforte desvelan la inspiración de sus novelas.
Reyes Monforte y Carmen Posadas comparten muchos argumentos pero sus historias parten de filosofías distintas. La primera adora encontrarse con una historia desconocida y sacarla a la luz. «Es mi vena periodística», asegura. Como la española atrapada en Afganistán que inspiró ‘Un burka por amor’ o la placa de Lina Codina en el número 4 de la calle Bárbara de Braganza que le descubrió que Prokófiev se enamoró de una española e inspiró ‘La pasión rusa’. Posadas esgrime la antítesis, partir de un hecho conocido para descubrir el enfoque decisivo. Así dio con el pinche de cocina adolescente que sobrevivió a la matanza de los Romanov en Ekaterimburgo e inspiró ‘El testigo invisible’.
Ambas desgranaron en el teatro Juan Bravo en un encuentro con el periodista y poeta Carlos Aganzo el papel de la literatura femenina. Para Posadas, no existe esa tipología, pero sí temas más propios de las mujeres. «Ya me han salido granitos cuando he oído literatura femenina», replicó Monforte. «Se usa de manera peyorativa. Hay literatura buena y mala». Cuando escribió ‘La pasión rusa’, un lector le dijo: ¡Cómo se nota que lo ha escrito un hombre que conoció el Gulag! Aganzo relató otros ejemplos de concursos literarios donde se intenta perfilar al autor y se fracasa estrepitosamente.
Las escritoras perfilan un público femenino más militante. «Las mujeres no solo son las que más leen, sino las que más compran. Siempre han apostado más por la cultura», subrayó Monforte, que pide un aplauso para los contados hombres que encuentra en los clubes de lectura. Posadas agradeció el valor de este tipo de encuentros: «Son un banco de pruebas maravilloso. Agradezco que de vez en cuando me tiren de las orejas».
Ambas presentaron su último trabajo. Posadas trajo ‘La maestra de títeres’, una de esas novelas «en las que nada es lo que parece». Monforte desgranó ‘La memoria de la lavanda’, la historia de luto de una joven que pierde al amor de su vida y que tiene que verter las cenizas en los campos de la alcarreña Brihuega. Una historia con un poso personal para alguien que perdió hace seis años al amor de su vida. «No puedo ser muy objetiva, lo escribí como si fuera una novela. Intenté salirme de mi experiencia personal, pero siempre dejas caer algo. Elena no tiene mis ojos, pero tiene mi mirada. Ese tsunami emocional de la pérdida nos iguala a todos. No he dejado caer cosas, casi las he vomitado. Cómo te enfrentar a la pérdida, a los recuerdos, a las fotografías, si vuelves a los mismos sitios o lo dejas estar. Desgraciadamente, no he necesitado documentarme tanto como para otros libros. Pero es algo que había que hacer».
Ante el debate sobre el futuro del papel, Posadas se mostró optimista. «Este cadáver goza de muy buena salud. Lo matan a cada rato y siempre resucita». Confesó su relación fallida con el libro electrónico y, en un tono jocoso, recibió consejos de su interlocutora y del público sobre cómo consultar la página o subrayar fragmentos. Ve generación de recambio entre los lectores y agradeció el legado de JK Rowling. «Le haría un monumento por despertar el interés de los niños por la lectura. Eso hace lectores. Lo que me da miedo de la gente joven es que han abandonado los clásicos. Que lean Ulises además de Crepúsculo». Aganzo completó su argumento. «Tenemos grandísimos lectores hasta los 12 años, pero hay que cruzar el desierto del instituto».
Monforte resalta que cada historia tiene una edad. «Me hicieron leer ‘El Quijote’ con nueve o 10 años y lo odiaba. La literatura juvenil es la que más se vende, lo más difícil es crear el hábito de la lectura». Abogó por crear el hábito de que el consumidor pague por los productos culturales. «Hay distintas maneras de consumir cultura. No soy partidaria de lo gratuito porque le quita cierta importancia, cuando le regalas algo a una persona no lo valora tanto».
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