Los criados siempre son testigos invisibles
A Carmen Posadas no le ha importado tiznarse el carácter para poder meterse en la piel de un deshollinador y pinche de cocina ruso que convivió hasta el final de sus días con la familia imperial. Es el «Testigo invisible» de ese inquietante período de la historia que va desde la época de esplendor del último zar hasta su brutal asesinato. Posadas abate mitos como los relacionados con Rasputín, da a conocer el carácter pusilánime de un zar al que sin embargo se conocía como «el sangriento», desvela la personalidad equivocada pero inofensiva de una zarina tan desconocida como odiada por el pueblo ruso y revive la vida y los sentimientos de las cuatro bellísimas grandes duquesas y su hermano hemofílico, en un apasionante relato lleno de curiosidades, detalles, pasiones y tragedias, hilvanados a través de una escritura tan delicada como contundente. Probablemente fue premonitorio que Carmen Posadas no sólo viviera en Rusia de adolescente, sino que se casara en Moscú y pusiera el ramo de novia bajo la estatua de Lenin…
–¿Rusia era su asignatura pendiente?
–Escribir sobre las niñas zarévich fue una idea de mi hermano Gervasio, pero cuando empecé dije. «¿Por qué no se me ha ocurrido antes? Porque, al fin y al cabo, es un territorio muy conocido para mí y con una carga emocional grande. En mi familia lo de irse a Rusia fue como un terremoto: nadie quería irse allí, todos nos fuimos llorando…Y todos nos volvimos con el corazón ruso.
–Habrá quien piense que se trata de una nueva novela sobre Anastasia…
–Cuando comencé a escribir tenía claro que no quería hacer una más sobre ella, pero sí quería corregir errores de la memoria colectiva, como el de que algún miembro de la familia real hubiera podido escapar a la matanza con vida. Me divirtió descubrir cómo la tal Ana Anderson, que era un genio, consiguió engañar a todo el mundo y hacerse pasar por Anastasia jugando con el ansia que tiene la gente de que existan los cuentos de hadas y siempre haya un final feliz. Pero esta mujer fue víctima de su propio éxito, porque como murió haciendo creer a todos que era Anastasia, cuando aparecieron los cadáveres de toda la familia en la mina de Ekaterimburgo, su marido exigió unas pruebas de ADN y ahí cavó su propia fosa definitivamente.
–Quien sí fue real es el personaje central de su libro, el «Testigo invisible».
–Lo que se sabe de él es que el día que van a matar a la familia imperial el verdugo dice «que se vaya este niño», que era pinche de cocina y venía con ella desde San Petesburgo, desde las épocas de esplendor. Y también que escribió unas memorias que se han perdido, lamentablemente. Yo revisé las dos teorías que había respecto a él, porque hay gente que piensa que murió en las purgas de Stalin y otras que se fueron a Suramérica, me quedé con la última y lo ubiqué en Uruguay.
–¿Y cómo aparece este «water baby» (como se conocía a los deshollinadores) en su vida?
–Son casualidades increíbles. Yo pensaba escribir sobre María Bonaparte, una discípula de Freud descendiente de Napoleón; y cuando empecé a indagar en toda esta cosa del psiconálisis me topé con que la relación más cercana de este tipo de personajes se establecía con la gente del servicio, porque los padres eran personas muy frías que solamente le daban las buenas noches antes de irse a la fiesta de turno. Tenía claro que quería hacer una historia de arriba y debajo. Entonces empiezo a leer sobre los zares, aparece este niño y ¡zas!…
–Por fin el secreto de esa cercanía del servicio con sus señores se desvela en su novela…
–Hay muy poco escrito sobre los criados. Y es sorprendente, porque son testigos invisibles de todo, aunque muy pocos hayan contado la historia. ¿Por qué no lo han hecho? Al investigar me llamó mucho la atención eso de las distintas clases de criados, saber que es distinto un criado que un sirviente, porque el criado se ha criado en casa y, por tanto, tiene un estatus superior. Ahí se da una relación muy cercana con la gente de la casa, porque al fin y al cabo son su familia, pero, además, dentro de eso están los criados con sangre, que son familia de verdad, que tienen mucha importancia en este libro… Y no te cuento más.
–Otro mito derrumbado en «Testigo invisible» es el de la Rasputín. No sólo acaba con la historia de la muerte interminable tras pasteles envenenados y varios tiros que no consiguieron terminar con su vida, sino que se carga literalmente la leyenda de su inmensa verga.
–¡Qué disgusto! Esto no me lo perdonarán, porque a la gente le encantan estas cosas… La verga que se le adjudicaba es de 30 centímetros, pero a la pobre persona que quizá muriese víctima de su potencia, se la arrancaron de cuajo y a Rasputín lo torturaron y sus genitales estaban machacados…
–Dice que todo es real en esta novela, pero habrá sentimientos y escenas que habrá tenido que inventarse, como la de la gran duquesa Olga yendo al hospital en tiempos de guerra y aprovechando que un soldado duerme para descubrir, a través de un masaje, cómo es un hombre; o ese beso de su hermana al deshollinador, que no era para él…
–Eso, en concreto, me lo he inventado. Es cierto que había dos hermanas enamoradas de un mismo guapo, pero entonces yo me imaginaba cómo ambas podían pasar de estar educadas en la manera más estricta a encontrarse, de pronto, siendo enfermeras y rodeadas de hombres desnudos… O sea, es verdad que entre las dos hermanas, Olga y Tatiana, Mitia Malama eligió a Tatiana y no a Olga; es verdad que le regaló un perro, pero no es verdad que la encontraran metiéndole mano, ni tampoco ese beso desesperado de Tatiana a Leonid Sednev para que se lo entregara algún día a su amado.
–Estrictamente cierto es el relato de esa matanza que hace el propio verdugo de la familia imperial, ¿no?
–Sí. Y me impresionó mucho, porque es un relato muy burocrático. O sea, a este señor le dijeron que hiciera un informe de cómo mató a los Romanov y él escribió un informe policial. Y que lo hiciera de esa manera tan fría y tan desapegada resulta brutal. Cuando dice, por ejemplo, «y no había manera de rematarlas porque luego descubrimos, cuando las descuartizamos, que estaban recubiertas de piedras preciosas, así que ellas mismas buscaron su tormento». O algo así. Es tremendo.
PERSONAL INTRANSFERIBLE
Carmen Posadas es una mujer tímida, misteriosa, impenetrable y sorprendentemente cercana. Casada dos veces, madre de dos hijas y abuela de tres nietos, la escritora ha conseguido vivir varias vidas, la familiar, la social y la literaria, y triunfar en todas. Algo tendrá que ver, además de su exquisita educación de hija de diplomático, lo que se fija en los detalles que tanto refleja en sus obras. Hasta cuenta cómo se comen los guisantes según el Debrett en «Testigo invisible». «No lo hago a propósito, pero soy una persona muy curiosa y este tipo de cosas me divierten, casi las colecciono»