Malismo y buenismo
Me ha llamado la atención una entrevista que le han hecho a Mauro Entrialgo. En ella el ilustrador, músico y libretista habla de su libro Malismo, en el que sostiene que “hacer cosas buenas no está de moda, porque ahora lo cool es ser mala persona”. Entrialgo es un referente de la cultura underground y creador de diversos personajes de cómic, entre ellos Herminio Bolaextra, un reportero tramposo y canalla que sale siempre airoso de sus muchas maldades. De hecho, el álbum de más éxito de Bolaextra se llama Cómo convertirse en un hijo de puta. Sin embargo, el creador de Bolaextra en su nueva entrega literaria ha decidido llamar la atención sobre el mencionado concepto de “malismo”, un término que sin duda hará fortuna, porque sirve para dar nombre a una serie de conductas que cada vez más habituales. Entrialgo sostiene que el malismo es la respuesta al buenismo, expresión acuñada -según él- por la derecha y la ultraderecha “con ánimo de estigmatizar y ridiculizar a la gente de buena voluntad”. En mi opinión, no se trata tanto de estigmatizar a nadie como de describir conductas populistas que intentan dar respuestas fáciles a problemas difíciles. El término sirve para describir también a personas que confunden gestos con hechos como, por ejemplo, aquellos que cuelgan en Instagram una foto de sí mismos sujetando una velita “por la paz” y con eso creen que están cambiando el mundo. Pero no es del buenismo de lo que quiero hablarles hoy, sino de su antónimo, que me parece igualmente descriptivo de los tiempos en que vivimos. Incluso más peligroso que el anterior, si tenemos en cuenta que al buenismo al menos se le presupone una cierta buena voluntad mientras que el malismo es una exaltación (y también una normalización) de conductas nada edificantes. Ahora, amparándose en el anonimato que confieren las redes, cualquiera puede permitirse decir o hacer cosas que antes serían impensables. Hablemos por ejemplo del fenómeno de los haters u “odiadores” que anidan en internet. En el pasado, este tipo de individuo con sus insidias y sus calumnias causaban mucho daño. Pero su radio de influencia era limitado y se circunscribía al ámbito más cercano a su víctima. Ahora en cambio sus mentiras se propalan a velocidad de vértigo y quedan ya para siempre en las redes. Pero eso no es todo. Ocurre además que ser un hater confiere poder. Un individuo mediocre y amargado puede, desde el anonimato y comodidad de su casa, arruinar, no solo la reputación de alguien que conozca. Puede igualmente inventar cualquier maldad sobre un profesional prestigioso, un personaje público o cualquier otra persona a la que ni siquiera conoce. Y funciona, porque nunca ha sido tan fácil practicar eso de “calumnia, que algo queda”, y la gente está dispuesta a creer cualquier cosa. Aún así, el dato más relevante en torno a esta cuestión es que, como dice Entrialgo , el ser mala persona se considera cool, enrollado, mucho más interesante y divertido que ser bueno. La maldad siempre ha tenido su prestigio. Secreta –o no tan secretamente– muchos son los que han admirado y aún admiran las hazañas de los pícaros, de los malotes, de los perversos. El fenómeno no es ni mucho menos nuevo, pero ahora, gracias a las redes, que todo lo sobredimensionan y sacralizan, estas actitudes son jaleadas y aplaudidas por miles o en ocasiones millones de internautas. A más a más, está el tema del poder. Nunca antes había sido tan fácil hundir a alguien tentación (casi) irresistible para un mindundi. Y en esas estamos. Por un lado tenemos a los buenistas con sus latosos simulacros de bondad, y por otro a los malistas, encantados de cometer tropelías que sus seguidores premian con miles y miles de likes: “Mira qué tipo más cool, se atreve con todo, es un king”. No sé muy bien qué solución tienen estos dos fenómenos. O mejor dicho sí lo sé. El problema se solucionará cuando la gente, cansada de sus ñoñadas en el caso de los buenistas y de sus maldades en el caso de los malistas, los descarte como lo que realmente son: solo unos mediocres en busca de protagonismo que dé algo de lustre a sus aburridas existencias.
El verdadero dilema. El triunfo de la maldad, la mediocridad, la generalidad del hábito fácil; contra la voluntad de hacer el bien, el camino difícil. No se trata de genética, el malo no nace, se hace. Hacer el mal, nos hace desgraciados, porque en el fondo todos tenemos emociones, sentimientos, conciencia y remordimientos. La debilidad del mal, contra la fortaleza del bien, en la sabia ruta hacia la felicidad y paz interior. Gracias y saludos,
La meritocracia es la dictadura del talento, o más bien de los talentos que se considere tales. Inteligencia, capacidad de esfuerzo, vigor, resilencia, sensibilidad … La lista de los talentos dignos del éxito es larga pero limitada, y cerrada.
El ansia de éxito no es exclusivo de los que lo merecen. Hay rasgos que si bien no se consideran talentos cumplen la función de éstos generando riqueza y reconocimiento a quienes les sacan partido. Rasgos y actitudes como la falta de escrúpulos, la poca vergüenza, el egoísmo desmedido, la mentira, la traición, etc. No hay que desdeñarlos ni avergonzarse de ellos.
Tratar de imponer una tiranía de los talentos sobre los pseudotalentos es deshumanizarnos. Las personas no somos así de cerradas. Las redes, al dar cabida a todo tipo de conductas sin atender a ningún criterio ético democratiza el éxito. Y eso está muy bien, cualquiera tiene opciones de conseguir grandes cosas en la vida. No importa si no aspiras a escribir el Quijote o a formular la Teoría de la Relatividad. Tú también puedes ser un grande.
Nunca hay que renunciar a soñar. La inmensa mayoría de nosotros somos mediocres. ¿Y qué? Elegimos dar valor a la mediocridad porque nos representa y la necesitamos. Hasta la persona más brillante y bienintencionada posee en su interior cierta dosis de mediocridad.
En mi opinión la Mediocridacia nos aporta más cosas positivas que negativas. Democratiza el éxito al tiempo que lo relativiza. En cierta forma nos pone los pies en el piso, nos humaniza y nos invita a la reflexión.
A propósito del malismo y buenismo (no confundir con bondad y maldad), me complace compartir estos párrafos que he leído esta mañana:
“Dios es suficiente para nosotros. Él es más que capaz de satisfacer todas nuestras necesidades físicas, emocionales y espirituales. Cuando confiamos en él, encontramos descanso para nuestra alma, porque sabemos que Dios es fiel. Él es nuestra porción, el que nunca falla, y podemos descansar sabiendo que él estará con nosotros todos los días.
Busquemos cada mañana en Dios lo que necesitamos para vivir. Su gracia, amor y provisión son nuevos cada día. No importa cuáles sean las circunstancias que nos rodean, podemos confiar en que el Señor es nuestra porción diaria, el suministro constante que nunca se acaba.”