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Moda

No sé cómo me las arreglo, pero pertenezco a todas las minorías habidas y por haber. Prefiero el té al café, el vino blanco al tinto, jamás he probado la cerveza, me espanta trasnochar y, para mi desgracia, no soy nada enrollada, uno de los peores pecados según los cánones actuales. Además, cada vez que sale al mercado un producto que me gusta –ya sea un yogur, unas galletas o una barra de labios– lo descatalogan dos semanas más tarde por falta de compradores. Mi ausencia de sintonía se extiende a todos los ámbitos: una casa para vivir, un coche para comprar, una película, un destino turístico y, por supuesto, a la literatura; los libros que causan furor me parecen casi todos un bodrio. Hace años que sé que soy un perro verde y lo llevo con resignación. Soy rara en el peor sentido de la palabra y, pasada la infancia y la adolescencia (e incluso buena parte de la edad adulta) intentando fingir que me gustaba lo que no me gustaba en absoluto, me he dejado por imposible. Como he tenido tiempo para reflexionar sobre el asunto y me tengo bastante estudiada, creo haber descubierto la razón. No soy sensible a las modas. Qué bien, dirán ustedes, es estupendo ir contracorriente, significa ser una persona original, interesante; la moda es frívola y denota gran personalidad no doblegarse ante ella. Sí, eso mismo pensaba yo antes, pero he ido dándome cuenta de que esto de las modas es algo infinitamente más complejo que si este año se lleva la falda tubo o la plisada. La moda condiciona todas nuestras conductas, es la que hace buena una cosa y mala –o absurda, ridícula, patética, o simplemente invisible– otra. No es un fenómeno caprichoso; es, ni más ni menos, el sentir de una época. De ahí que lo que en un momento de la historia se considera un mamarracho, unos cuantos años más tarde se convierte en obra de arte. La moda no perdona ni siquiera a los genios. Shakespeare, por ejemplo, al que se considera el mejor escritor de todos los tiempos no era más que un autor mediocre para los intelectuales del siglo XVIII como Swift o Pope hasta que Samuel Johnson lo rescató de su momentáneo descrédito. Sin embargo, si no hubiese sido Johnson, otro lo habría hecho poco después porque los cambios (en gustos, en política, en economía o en cualquier otra disciplina) no son obra de una sola persona sino que están en el ambiente hasta que alguien con predicamento sintoniza con ellos para hacerlos visibles. La sensibilidad, como los gustos, va modificándose silenciosa y lentamente hasta que un adelantado los interpreta y los convierte en tendencia. Es interesante ver cómo. Para empezar, las preferencias y/o los valores de una época se construyen sobre las cenizas de la época anterior. Un momento de corrupción y frivolidad extrema como el Directorio en Francia en el que las mujeres iban semidesnudas a las fiestas tratando de emular a las diosas griegas, por ejemplo, se entiende a la perfección al saber que se produjo tras el llamado Gran Terror del incorruptible Robespierre cuando la guillotina funcionaba a destajo y uno no sabía si la próxima cabeza en rodar iba a ser la suya. El Directorio, a su vez, fue víctima de su propio desparrame y propició la llegada de alguien que pusiera orden. Los franceses tuvieron suerte de que ese alguien se llamara Napoleón. Otros regímenes corruptos y en descomposición no han sido tan afortunados y lo que llegó después fue un dictador o un sátrapa. El fenómeno moda, tendencia o como ustedes quieran llamarlo, es tan importante que merece mucho más espacio y atención que el que yo pueda darle en estas pocas líneas. Aún así me gustaría apuntar que la moda es una ola, un tsunami que barre y anula nuestras preferencias personales para imponernos las de la mayoría. ¿Dónde queda entonces la figura del genio que abre el camino por el que todos transitarán más adelante? Un genio, ya sea artístico, político o de cualquier índole es, simplemente, alguien que camina un poco alejado de la manada. Solo un poco. Ni muy atrás, obviamente, ni tampoco muy adelantado, pues eso lo convertiría en extravagante o incomprendido. Un respeto, pues, a la moda, que no es en absoluto lo que tenemos por tal. Y conste que lo dice alguien a quien le gustaría ser mucho más sensible a ella. La vida es tanto más fácil así…

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