My tailor is rich
El otro día, comentando con un amigo los rigores de la crisis, comparábamos el modo en que los italianos han conseguido surfear más o menos las dificultades mientras nosotros aquí andamos como podemos capeando tremendo temporal. Al hilo de esto me comentaba que si hoy en día tantos fracasos se atribuyen a problemas en la comunicación, los italianos nos llevaban clara ventaja en una cosa: al menos su Primer ministro habla idiomas. Y no solo eso, decía mi amigo, sino que conoce la mentalidad de otros países, pues ha vivido en ellos. Porque no es lo mismo –añadía él– aprender un inglés de andar por casa con el viejo método de “My Tailor is rich” y sin salir de España, que pasarte unos meses in situ viendo cómo le funciona la cabeza a la gente de fuera de nuestras fronteras. Por supuesto no es mi intención criticar las muchas y buenas academias que hay para aprender idiomas. Tampoco hacer de menos el esfuerzo tanto económico como de tiempo que la gente hace en este sentido. Lo único que quiero señalar es que en España el conocimiento de otras lenguas es mucho menor que otros países de nuestro entorno. Un reciente informe revela que cerca del 60 por ciento de los españoles habla solo lenguas nacionales. Bastante mayor que el número de ingleses que solo hablan inglés (un 66 por ciento) pero muy lejos de Holanda e incluso Portugal donde las personas que dominan otra lengua llegan al 68 y el 55 por ciento respectivamente, lo que, por cierto, revela otro dato interesante. Los países que han sido imperio como Gran Bretaña o España no se toman la molestia de aprender idiomas, mientras que aquellos con una larga tradición comercial prestan mucha atención al problema de la comunicación. Siempre es difícil cambiar las inercias, pero en un mundo tan interconectado como el nuestro no hablar idiomas, en especial el inglés, es un gran handicap. Y ya que uso un anglicismo, me gustaría dedicar unas líneas a la proliferación cada vez más grande de palabras inglesas en nuestro discurso diario. Se sorprenden algunos de la masiva colonización del inglés en el español, sin darse cuenta de que, intentar evitarla es casi una causa perdida. No solo porque el inglés es la lengua franca de nuestros días, sino porque tiene una agilidad imbatible a la hora de crear neologismos. El inglés es una lengua menos rica que el español y sin embargo –o quizá gracias precisamente a esta circunstancia– es mucho más plástica y maleable. Basta juntar dos palabras para formar un nuevo concepto. Por ejemplo, tomemos el verbo to put (poner, colocar). Con él se crean conceptos tan distintos entre sí como put off (a su vez con muchas acepciones, como apagar), off putting (algo que repugna), input (inversión o potencia de entrada), put in (conectar o interponer), o put up (soportar algo muy incómodo). En efecto, es muy sencillo crear un neologismo en inglés, además, la palabra resultante es corta y la entiende fácilmente cualquier nativo, hasta una persona sin formación, cosa que no ocurre siempre con los equivalentes que se le intenta dar en español. La lengua –las lenguas– son entes vivos que crecen y mutan de modo caprichoso y no siempre deseable, pero es lo que hay. De nada sirve intentar ponerles cortapisas. Lo máximo que uno puede hacer es intentar dominar una o más lenguas extranjeras, no solo para ampliar la cultura, sino también para evitar que el futuro lo coja con el pie cambiado. Es importante también que el aprendizaje de un idioma sea lo más práctico posible. Aún se enseña inglés u otras lenguas aburriendo al personal, prestando más atención a la teoría que a la práctica, enseñando cosas que ni sirven ni estimulan. Por eso yo aplaudo iniciativas que utilizan películas de cine, novelas entretenidas y cómics para sumergir al estudiante no solo en una lengua sino también en su cultura. En otras palabras, más Batman y menos My tailor is rich, menos My mother is in the kitchen y más Harry Potter.