Nadie es profeta en su tierra

Le duele que aquí, en su país, no se la reconozca como en Europa. Habla de la buena literatura y de la otra, de la clase alta y como ésta no reconoce sus defectos, y de sus colegas. Se espanta frente a la regresión de los parámetros de la mujer. «En Montevideo están vivos los fantasmas de mi infancia, porque quedaron congelados. Y ellos son muy importantes en mi literatura,» dice la escritora.

Es una cara frecuente en la revista española Hola. Su obra ha sido traducida a veinte idiomas. Recientemente la Universidad de Lima le otorgó el doctorado Honoris Causa, con Mario Vargas Llosa presente. Sin embargo, a la uruguaya Carmen Posadas no se la reconoce por estas calles. La escritora -que ganó el Premio Planeta en 1998- pasó una semana entre Montevideo y Punta del Este, visitando a su madre.

A los 58 años, está en un gran momento. Se ha forjado una sólida carrera como conferencista, es jurado de premios literarios, escribe en el XL del diario Abc además de mantener una columna de fútbol -es fanática del Barca- y dictar talleres literarios online.

Aunque se fue del país a los 12 años, en esta visita, como en todas las que hace, recorre la casa de su infancia en el Prado y se ve con tíos y primas. En esta ocasión, además, estuvo realizando trabajo de campo, investigando para su próxima biografía, que transcurrirá en parte en Uruguay. Para ese libro también es que desde aquí voló a la franja de Gaza y los territorios palestinos.

-Su nueva novela «Invitación a un asesinato» puede verse como un regreso a «Cincos moscas azules». ¿Por qué volvió a los thrillers de clase alta?

-Me divierte mucho escribir biografías, la paso muy bien haciendo la investigación pero no me las compran en Estados Unidos. Y me da rabia porque es difícil entrar en ese mercado, donde me tienen catalogada como escritora de thrillers; por eso he vuelto a ese género, para no perder esa posibilidad.

-Empezó con libros infantiles, siguió con novelas, luego ensayos y biografías, además de guiones para cine y televisión. ¿Ese recorrido fue en parte planificado?

-Si le preguntas a la mayoría de los escritores te dicen que no y te hablan de las musas. Pero no es tan así. No escribo cosas que no me gustan pero sí voy pensando en rutas. Cada cosa tiene su ventaja. Escribir este tipo de novela me viene bien porque me la traducen, mientras que escribir biografías me viene bien porque en España se vende mucho más, entonces voy alternando.

-En esta novela, como en anteriores, al escribir incluye algunos comentarios con un poquito de maldad, ¿se divierte?

-Sí, porque en el fondo escribir es como decía Stendhal: «Pasar un espejo a lo largo del camino». Por eso me gusta la novela policial, porque sirve para hacer un retrato de la sociedad y después tiene otra ventaja que es que tiene la óptica del humor, en mi caso por lo menos.

-Se mete con ciertas costumbres de los ricos, lanza la sospecha que muchos hombres casados son homosexuales, asegura que las mujeres son calculadoras y que, en general, todo el mundo tiene amantes. ¿Le han dado la espalda por eso?

-Tenía un poco de miedo pero he hecho un descubrimiento y es que nadie se reconoce en sus defectos. Me ha pasado en otros libros de retratar con pelos y señales a alguna amiga y me la encontraba por la calle y pensaba: «Esta me va a matar» y se acercaba y me decía: «Ay Carmen me encantó tu libro, ¿verdad que cuando hablabas del personaje tal te referías a fulana?» Siempre lo camuflo un poco para que no sea tan directo.

-En «Invitación…» también hay mucha dualidad sexual.

-Cuando escribo no sé muy bien qué va a pasar. No sé quién es el asesino; en este libro tenía uno hasta la mitad, después me di cuenta que era una catástrofe, volví para atrás y lo cambié. La mía es una forma de escribir muy intuitiva. Al final resultaron todos bisexuales y lo conversé con una de las editoras de Planeta que es una chica de veinte años y me dijo: «Pero es así en la vida». No sé si aquí sucede lo mismo, pero por lo visto hoy en España todo es muy ambiguo sexualmente.

-La protagonista es atractiva y con una sonrisa consigue todo de los hombres. A usted, ¿de qué le ha servido ser bella? Además de casarse más de una vez, lo que no es poco…

-(Ríe). No lo controlo mucho porque fui una niña muy fea y la personalidad se forja muy temprano en la vida. No hay más que ver esas mujeres que fueron bellas de niñas y de grandes se ponen feas y siguen con una autoestima brutal. Yo era horrendamente fea hasta los dieciséis años que mi madre me llevó a París y me hizo un cambio de look. Me operó la nariz y me llevo a la peluquería.

-En su biografía destaca esa operación de nariz como una experiencia que le cambió la vida hasta en el plano intelectual.

-Sí, lo recomiendo. La cirugía bien manejada es fantástica, lo que pasa es que genera adicción y luego la gente empieza por aquí y sigue por abajo y se convierten en monstruos.

-En una columna periodística habló del «síndrome Carla Bruni», donde señala que también Michelle Obama ha dejado su actividad profesional y que muchas mujeres capaces dejan todo para convertirse casi en floreros. ¿Qué mujeres le parecen interesantes?

-Existe una regresión a los parámetros clásicos de la mujer. Un espanto. En España los parámetros que se manejan son: «fulanita que se ha casado siete veces», «sultanita que está muy mona». ¿Cómo es posible que después de la liberación de la mujer y de todo lo que hemos peleado los valores sigan siendo los mismos que hace cincuenta años?

-En este viaje estuvo investigando para su próximo libro. ¿Qué puede adelantar?

-Es mejor que no cuente mucho. Se trata de una señorita de compañía de dos personajes conocidos europeos de antes de la Segunda Guerra Mundial que se vino para Sudamérica. El personaje existió, no sé exactamente si se vino para Uruguay pero me voy a inventar que se vino para aquí. Me interesa contar la historia desde el punto de vista de la gente de servicio. Porque son gente muy próxima que ve mucho y que además se fija en detalles que no se fija nadie. Antiguamente, la proximidad era con la gente de servicio y por algo las mucamas se enterraban con los demás en el panteón familiar.

-Recorrió su casa de la infancia en el Parque Posadas. ¿Cómo la encontró esta vez?

-Ahora ya no me traumatiza tanto, antes cada vez que la veía me ponía a llorar. Era horrible. Es que no hay más paraísos que los perdidos. Me gusta reconocer los árboles, que hay algunos que quedan. Hacíamos una vida bastante salvaje; nos soltaban, y como el predio era tan grande teníamos ovejas, caballos, todo. El mundo de los olores… te das cuenta de lo importantes que son cuando los vuelves a encontrar. Una persona que crece donde vivió de niña va matando los fantasmas infantiles: vas poniendo un recuerdo encima de otro recuerdo. Pero cuando la infancia queda congelada en un sitio, como en mi caso, tienes todos los fantasmas vivos. Y los fantasmas son muy importantes en mi literatura.

-¿Cuán uruguaya se siente? Porque vivió en Londres y mucho en Madrid.

-Siempre me he sentido muy uruguaya. Mis hijas son españolas y le debo mi carrera a España. Pero me parece muy feo renunciar a lo que uno es. Entonces me dicen: «Sos hispano-uruguaya» y digo: «No, soy uruguaya del todo». Es que lo soy por los cuatro costados.

-Por más que usted llegó a Europa con su padre como embajador ¿en algún momento se sintió un poco «sudaca»?

-Cuando nosotros llegamos era lo contrario a lo que pasa ahora. Ahora sos un sudaca, un inmigrante. Antes eras el tío rico de América. Te miraban con fascinación.

-¿Y qué piensa de la actual política inmigratoria de España?

-Estuve bastante involucrada en ese tema porque teníamos un grupo que era «Sudacas reunidas». Probablemente sea una batalla perdida. Ahora ya no me ocupo tanto de eso pero sí hago bastante labor por ejemplo con las cárceles. Voy a dar charlas y hay sudamericanos y no sabes cómo lo agradecen.

-¿Qué autores le interesan de Latinoamérica?

-Los colombianos son muy buenos. Vallejo es fantástico. Ahora está loco pero es un gran escritor. De Jorge Franco me gustó mucho «Rosario Tijeras». Tengo un amigo que se llama Antonio Caballero que es buenísimo pero no escribe nada, colombiano también. En México, está Villoro ejemplo, después está Bolaño, pero no soy muy de Bolaño. De España me gusta Javier Marías y Juan Marsé que va a sacar una novela ahora. Luis Landero es muy bueno.

-¿Y de los ingleses?

-Me gusta Martin Amis pero ahora también está un poco loco. Es que los escritores también se agotan o llega un momento que se repiten o se convierten en la caricatura de sí mismos.

-Juan Cruz publicó el libro «Egos revueltos» sobre el narcisismo de los escritores, ¿es tan así?

-Son mucho más egocéntricos los hombres. Son más vanidosos en general. Y además consiguen eso que nosotras no logramos nunca que es un espacio propio, lo que decía Virginia Woolf. Yo ahora lo tengo más organizado pero estás escribiendo y te interrumpen: «Señora se le ha roto la lavadora», luego la niña que se ha caído. Eso a los hombres no les pasa. Toda la casa hace silencio porqué «papá está escribiendo». Entonces somos mucho menos egocéntricas.

-Es una celebridad en España. ¿Cómo maneja su ego y cómo maneja su nivel de exposición?

-El ego no me preocupa porque mi vida ha sido una montaña rusa. Y he visto tanto gente que iba de prima donna y de repente se acabó… Respecto a los medios, ahora es menos intenso porque cada vez está más copado por la estupidez, ya casi no hay ningún sitio donde puedas ir porque todo es talk show. No voy porque no me interesa que me pregunten dónde compro la ropa o si tengo novio. Me he salido mucho del famoseo. Antes me perseguían los fotógrafos, pero se acabó.

-¿Y cómo se sale de eso?

-Consiste en no ir a ningún lado durante una temporada larga.

-¿Le gustaría que en Uruguay le hicieran algún reconocimiento, la declararan ciudadana ilustre o el MEC le diera alguna distinción?

-Sí. Francamente, sí.

-¿Por qué cree que no se lo han dado?

-Primero porque nadie es profeta en su tierra y segundo porque llevo mucho tiempo fuera. Siempre me duele mucho que aquí no me consideren uruguaya, porque me considero super uruguaya.
«Se confunde un buen libro con uno que vende»

-¿Qué está pasando en el mercado literario español? ¿Están muy preocupados con el libro electrónico? ¿Hay falta de lectores?

-Con el tema de los lectores se ha producido un fenómeno muy curioso, se ha incorporado una cantidad de gente que antes no leía. Eso quiere decir que se lee mucho más pero cosas más livianas. Y eso ha hecho también que se confunda mucho lo que es un buen libro con lo que es un libro muy vendido. En España es bestial lo que se publica. Un título a lo mejor dura una semana en la mesa de novedades. Es difícil entrar al mercado español para los escritores de otras partes; yo estuve ayudando a Ana Ribeiro.

-Varios estudiosos están subrayando que con la influencia de Internet la capacidad de concentrarnos en un libro como «La guerra y la paz» ya es muy poca. ¿Va a cambiar la forma de escribir?

-De hecho ya está cambiando. Ya se escribe de otra forma. Internet generó ahora un boom de la poesía. O los blogs, todo el mundo escribe y cuenta su vida y se han producido novelas que se publican como blogs y después saltan al papel. Y creo que el futuro va por ahí. Estamos en vía de extinción o de reciclarnos. Ahora están intentando hacer una ley para las descargas ilegales. Se piratea todo; ayer busqué «Invitación…» y encontré miles de lugares donde bajarla gratis, creo que tres mil.

-Su padre (Luis Posadas) era muy lector. ¿Qué autores uruguayos le recomendó?

-Nunca pude llegar a leer como leía papá, que era un lector sistemático. Le encantaba Quiroga. A Felisberto Hernández, sin embargo, no le leía y yo sí. Después mucho Borges y autores ingleses. Era fanático de Proust, entonces leímos juntos los dos primeros tomos de «En busca del tiempo perdido», y era divertidísimo porque te iba diciendo quienes eran los verdaderos protagonistas: «Este es Anatole France y este es fulanito de tal que vivió en tal sitio, que estaba casado con mengana». Es una maravilla leer con alguien así porque cuando intenté meterme en la «Divina Comedia» sin él me aburrí como un hongo. Luego lo hice con él y fue estupendo. Siempre estoy intentando buscar ese tipo de amigos, y algunos tengo.

-¿A quién le da su libro para ver correcciones en la trama? ¿A quién escucha?

-Tengo una amiga que me hace un «editing» a la americana. Hay escritores que no lo toleran porque no quieren que le cambien ni una coma pero en Estados Unidos tú trabajas con el editor. Es alguien que está en el mismo bote que tú, o sea, quiere que el libro sea lo mejor posible.

«Ahora sos un sudaca. Antes eras el tío rico de América. Te miraban con fascinación».

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