No más leña a esa hoguera, por favor
La primera vez que leí el artículo que voy a comentarles hoy, pensé que no estaba de acuerdo en absoluto con lo que decía. Como ya les he confesado en alguna ocasión, no me considero feminista, por lo menos no lo que se entiende por tal. No creo, por ejemplo, en esa actitud femenina de “nosotras somos las más guays y los hombres son unos cafres”. Tampoco comulgo con el victimismo de “pobrecitas nosotras frente al macho irredento”. Ni siquiera me veo identificada con el feminismo tipo años sesenta, ese que proclama que la guerra entre los sexos es exactamente eso, una guerra. Y es precisamente ese feminismo al que se refiere la autora del artículo al que antes hacía mención. Su nombre es Elisabeth Badinter, nació en Francia en 1944 y, además de filósofa y ensayista, es la autora de un libro que bate récords actualmente en Europa titulado El conflicto. En él habla de la emancipación de la mujer y de los mitos de la biología y sostiene que el movimiento naturista o ecologista ahora tan en boga convierte a las mujeres en primates o, lo que es lo mismo, que vivimos una exaltación desmesurada de la maternidad que no hace sino entorpecer la verdadera liberación de la mujer. Como yo opino que la maternidad es algo extraordinario, al leer esto me puse en guardia, pero debo decir que me duró poco la aprensión. Y es que aunque su tesis es provocadora y políticamente incorrecta, me parece que tiene un punto en lo que dice. El conflicto sostiene que vivimos una agonía del feminismo porque la postura victimista de algunas mujeres está desvirtuando la lucha por la igualdad con los hombres al tiempo que convierte a los hijos en los mejores aliados de esta involución. Según Badinter, existe una presión sobre la mujer y madre contemporánea que la culpabiliza agitando el fantasma de la mujer y madre perfecta. Lo curioso, dice ella, es que esta idea no viene propiciada por los retrógrados de siempre sino por los ecologistas y naturistas, que se consideran la vanguardia de la modernidad, incluso por feministas que piensan que la maternidad es un rol esencial. A esta idea Badinter contrapone esta otra: “No existe el instinto de maternidad –dice ella–; es cierto que, en el momento de amamantar intervienen hormonas como la oxitocina y la prolactina, pero eso no implica que la madre se convierta en un primate, la mujer no es un chimpancé”. Después de argumentar que la lactancia es algo sujeto a modas (en el siglo XVIII por ejemplo se desaconsejaba amamantar ya que, supuestamente, entorpecía la relación conyugal) Badinter vuelve a arremeter contra los naturistas. “Su punto de vista – dice- es el peor enemigo de la igualdad entre sexos porque si consideramos que la mujer ha de ocuparse absolutamente del bebé, amamantarlo hasta los dos años, centrarse en él y apartarse de sus expectativas profesionales, no hacemos sino devolverla a la subordinación, a la sumisión”. Fue este último comentario el que me hizo reflexionar sobre algo que siempre me ha preocupado, el verdadero origen del llamado “techo de cristal” de la mujer. Uno que, en mi opinión, levantamos nosotras mismas. Y es que, es un hecho que, a pesar de que más de 50 por ciento de los alumnos universitarios son mujeres, a pesar de que somos más entregadas y más responsables en nuestro trabajo, en cuanto el reloj biológico hace tic-tac y se acaba la edad de procrear, lo dejamos todo. La maternidad es una prioridad absoluta para la gran mayoría de nosotras. Por eso me parece interesante el punto de vista de Badinter. Ella dice que vivimos una corriente de pensamiento que sobredimensiona lo que se entiende por “natural” y eso es una moda, no una realidad. Así ahora, mujeres destacadas como la modelo Gisele Bündchen propugnan parir sin anestesia, amamantar durante medio año y demonizar a aquellas que eligen no tener hijos. Craso error, porque el amor maternal es un sentimiento, en ningún caso una obligación, y flaco servicio hacemos a la causa de la mujer echando aún más leña a la ya de por sí exagerada hoguera de ese defecto tan femenino que consiste en sentirnos siempre culpables frente a nuestros hijos.