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Nuevos amores imposibles

No sé si a ustedes les pasa, pero yo desconfío de las películas que vienen acompañadas de mucho clamor mediático. Cuanto más se habla de un fenómeno de masas, menos ganas tengo yo de sumarme al entusiasmo de esa masa; aún así, debo decir que esta semana he roto mi vieja costumbre, y me alegro, porque he ido a ver Brokeback Mountain y, contra todo pronóstico, me ha parecido una gran película.

A priori, la idea de ver los amores de dos vaqueros no me parecía en mi onda y no porque se tratara de un amor homosexual, sino por la necesidad de identificarse al menos un poco con el conflicto que se narra, y nada más lejos de mí que dos hombres Marlboro amándose en las montañas del Oeste norteamericano. Fue, imagino, debido al tema de la identificación, por lo que mis dos acompañantes (hombres y heterosexuales) salieron del cine diciendo que la película no les había gustado nada mientras que a mí, en cambio, me pareció espléndida. Y es que, aparte del morbo y la novedad que supone un amor de esas características, lo cierto es que Brokeback Mountain es una historia amorosa con todos los componentes clásicos del género, o, para decirlo en términos literarios, una historia “canónica”. Una historia de amor que cumpla los preceptos, es decir el canon, tendrá siempre los mismos elementos: dos que se aman serán separados por algún impedimento.

A menudo los amantes pertenecen a clases sociales diferentes y otras veces, como en el caso de Romeo y Julieta, a familias rivales. Ese impedimento provocará la ruptura de la relación y, después, uno de los amantes o tal vez ambos se emparejarán con otra persona. Se produce por tanto un distanciamiento, y luego, tras diversas peripecias, el desenlace. Dentro del canon y como todos sabemos, existen dos soluciones posibles: el final feliz y el otro, el desdichado, que tantas páginas sublimes ha dado a la historia de la literatura y también al cine, desde Tristán e Isolda hasta Casablanca. Nada hay tan eficaz desde el punto de vista narrativo como una buena historia de amor imposible pero lo cierto es que últimamente, tras la generalización del divorcio, parecía muy difícil continuar con el género. Cuando el matrimonio era para siempre, el hecho de que uno de los amantes fuera obligado a casarse con un tercero creaba una tensión dramática muy atractiva y el lector sabía que la única manera de romperla era la muerte. Hoy uno se puede casar y descasar todas las veces que quiera, y por tanto se acabaron los amores imposibles. Los guionistas de telenovela, que son quienes más y mejor han explotado el tema del amor contrariado, en la actualidad se las ven y se las desean para hacer creíble ese elemento fundamental de las historias amorosas. Esa es la razón por la que muchas de ellas se desarrollan en ambientes anticuados o antiguos. Sin embargo Brokeback Mountain demuestra que existe una nueva variable del género, un nuevo tipo de amor imposible, el amor homosexual, que hereda de los antiguos amores sus impedimentos más eficaces: el tabú, los prejuicios, el rechazo social.

Aún así, hay que señalar que la historia no transcurre en nuestros días sino en los años sesenta y, para que el conflicto sea mayor, en un ambiente eminentemente machista. Como me interesan mucho las reacciones humanas, estuve haciendo un poco de espionaje a la violeta a la salida del cine y pude notar que los comentarios femeninos y masculinos en torno a la película divergían considerablemente. Por lo que pude oír, los hombres eran de la misma opinión que mis dos amigos y salían disgustados “por ver a dos maromos de pelo en pecho dándose besitos” según lo expresó un caballero especialmente molesto. Las mujeres, en cambio, parecían compadecerlos. ¿Será verdad entonces que las historias de amores imposibles de la índole que sea nos atraen más a nosotras? Creo que sí. Yo incluso tuve que atajar alguna lagrimita al final porque aunque los detalles cambien, la esencia es la misma y una buena historia de amor sigue siendo una buena historia de amor… Aunque la protagonicen dos maromos de pelo en pecho, como decía aquel señor del cine.

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