Orgullosamente ambiciosa
Cuenta Tory Burch, exitosa diseñadora y filántropa norteamericana, que un día un amigo, queriéndole hacer un cumplido, le señaló que “parecía demasiado femenina para ser feminista”. Al oír esto, y a pesar de saber que el mundo de la moda no es, a priori, el ámbito más adecuado para lanzar mensajes feministas (o tal vez precisamente por eso), Burch decidió reflexionar sobre ciertos estereotipos sexistas que todos manejamos a diario. Como el relacionado con la ambición profesional. Consecuencia de sus reflexiones es una campaña que se ha hecho célebre en los Estados Unidos llamada Embrace Ambition (“Abraza la ambición”) y a la que se han sumado desde Anna Wintour, la mítica editora de Vogue, a Julianne Moore o Gwyneth Paltrow. La idea es no solo dar el mayor apoyo posible a mujeres con ambiciones profesionales, sino también cambiar de signo esa palabra que tan bien suena cuando antecede a un nombre masculino y tan sospechosa cuando acompaña a uno femenino. En efecto, el lenguaje no engaña, y no es lo mismo un hombre ambicioso que una mujer ambiciosa, como tampoco lo es un aventurero que una aventurera, un hombre público que una mujer pública, un zorro que una zorra. Existen además ciertos matices culturales que indican que la ambición –tanto femenina como masculina– es vista de un modo distinto según los países. Para el Oxford Dictionary o el Larousse francés, por ejemplo, la ambición es solo el “fuerte deseo de conseguir o alcanzar algo” mientras que para nuestro diccionario es “el deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama”. De ello se desprende que si entre nosotros un hombre ambicioso ya está más cerca de la codicia que del sano deseo de progresar, no hace falta que les recalque qué puede llegar a pensarse de una mujer ambiciosa. Sea como fuere, y matices culturales aparte, lo que propugna Burch es que mujeres profesionales y destacadas en diversos ámbitos hagan suya esta palabra. Que usen el término con orgullo, que lo tomen por bandera para que acabe cambiando de signo. ¿Acaso es reprobable ser ambiciosa, querer progresar, subir, triunfar?.
Mientras tanto aquí en España y hace unas semanas la onubense Sara Flores, de dieciocho años, puso en marcha una campaña en Change.org al descubrir en el diccionario las siguientes definiciones. “Sexo débil: conjunto de las mujeres”. “Sexo fuerte: conjunto de los hombres”. En poco tiempo logró juntar más de 80.000 firmas para “hacer rectificar a la RAE y suprimir del diccionario expresiones tan machistas”. La Academia le ha respondido diciendo lo que todos sabemos o deberíamos saber. Que no es su cometido suprimir expresiones por muy desafortunadas que sean. Que no se puede eliminar del diccionario un término que está documentado en publicaciones y libros pero que sí tiene previsto (desde antes de que surgiera la polémica) añadir una marca de uso que indique que dicha expresión se utiliza “con intención despectiva o discriminatoria”. La respuesta de la Academia por lo visto no ha sido suficiente para Sara Flores. “Exijo que se elimine por completo” ―ha dicho― “si se queda ahí, incitará al odio”. Es lógico que Sara Flores a sus dieciocho años ignore que no son las palabras las que incitan al odio o a la discriminación sino el uso que de ellas se haga, pero hay muchas personas mayores que lo piensan también. Tienen un sentido taumatúrgico de lo que es el lenguaje: lo que se omite o tacha no existe, desaparece, se evapora, abracadabra. Frente a esta actitud censuradora, tan frecuente hoy en las reivindicaciones feministas, yo apoyo el sistema Tory Burch. Ante expresiones que no nos gustan, sentido del humor (¿acaso no es tronchante, por no decir patético, alguien que aún llame sexo débil a las mujeres?). Sentido del humor y también apropiación de esos términos que suenan positivos en masculino y muy negativos en femenino. ¿Qué tiene de malo ser ambiciosa? ¿No es perfectamente lícito que una mujer tenga las mismas aspiraciones que un hombre? Pues digámoslo alto y claro, ya verán qué pronto cambian de signo esa y otras muchas palabras discriminatorias sin tener que recoger firmas en Change.org ni pedirle peras… al diccionario.