Póquer de ases frente a pareja de doses

Que internet es un espejo deformante –o no tan deformante– de la naturaleza humana no es novedad. En ese inmenso territorio comanche que son las redes, se encuentra uno con lo mejor y por supuesto con lo peor de lo que somos. ¿Qué empuja de pronto a adolescentes del mundo entero a rociarse el pecho con gasolina, prenderse fuego y grabar la “hazaña” para que otros la vean? ¿Qué busca un imbécil subiendo a la red un vídeo en el que conduce un coche a 220 y con los ojos tapados? ¿Y ese otro al explicar cómo birla dinero de la caja de su oficina? El anonimato y, a la vez, el inmenso escaparate que proporciona la red, propicia comportamientos que parece inexplicables al más elemental sentido común. Lo que internet revela de los recovecos de nuestra mente es tan fascinante como variopinto, pero hoy me gustaría hablar de actitudes menos extremas que las que acabo de mencionar, pero que no dejan de ser curiosas y, también, indicadoras de cómo somos. Hace unos meses, la ficha policial de Jeremy Meeks, convicto reincidente con más de once delitos a sus espaldas, cosechó 80.000 “me gusta” y 20.000 comentarios admirativos en apenas dos días. Si googlean su nombre comprenderán por qué. Se encontrarán con metro ochenta y cinco de gloriosa carne mulata, pómulos altos, labios de pecado y unos ojos rasgados, tan verdes, que lo dejan a uno sin aliento. Después de convertirse en trending topic, Jeremy, el preso más sexy del planeta, acaba de firmar su primer contrato. Al ver que empresas de moda como Versace se lo disputaban para sus campañas publicitarias, la agencia de modelos Blaze le ha ofrecido un adelanto de 22.000 euros. Como no podía ser menos, la nueva estrella ha puesto condiciones de prima donna. Quiere un representante para él solo y nada de fotos con el mono naranja de presidiario que entona fatal con su cutis a lo Harry Belafonte.
Jeremy Meeks no es el primer criminal que levanta pasiones. Aquí en España, por ejemplo, al asesino de la katana, a pesar de haber degollado a sus padres y a una hermana de cinco años, le salieron miles de admiradoras, algunas dispuestas incluso a casarse con él. Y en Estados Unidos, Ted Bundy (bastante más guapo que Tom Cruise, por cierto) y Scott Peterson (ríete tú de Ben Affleck) recibieron en su momento iguales muestras de amor a pesar de que Bundy acabó en la silla eléctrica por sus más de diez asesinatos mientras que Peterson está en el corredor de la muerte tras asesinar a sangre fría a su mujer embarazada de ocho meses. Hasta que las pruebas biológicas dieron al traste con sus respectivas coartadas, Ted y Scott utilizaron su encanto personal para enfrentar y confundir al jurado que los veía –dicho esto en palabras textuales de uno de sus miembros– “demasiado adorables como para haber cometido esas atrocidades”. Baudelaire, en Las flores del mal, apunta que “la belleza física es un divino don que de toda infamia arranca un perdón”, y me temo que está en lo cierto. Según las estadísticas, por ejemplo, los guapos reciben menos multas de tráfico. Y está comprobado que un bebé deja de llorar antes si la cara que asoma a su cuna es agraciada que si no lo es. La identificación del bien con la belleza es por tanto vieja como el mundo. En los cuentos infantiles que leíamos de niños, las brujas son horrendas mientras que Blanca Nieves, Cenicienta y el príncipe aparecen como angelicalmente guapos. Según el psiquiatra Matt Beaffer, esto sucede porque la gente piensa que los guapos lo tienen más fácil en la vida mientras que los feos con frecuencia son discriminados por la sociedad, lo que hace que desarrollen más sentimientos hostiles hacia ella. Es posible que así sea, pero también y por fortuna es cierta la teoría del póquer. ¿La conocen? De acuerdo con esta teoría, la vida es una partida de naipes en la que a algunos les toca de mano un full de ases, mientras que a otros un triste trío de treses o una pareja de doses. Sin embargo, ocurre que hay personas que acaban ganando la partida con ese triste trío de treses mientras que otras juegan mal sus cartas y pierden con un magnífico póquer de ases en la mano. Que se lo digan si no a todos esos guaperas, tipos superguays e incluso cerebritos que acaban en estrepitosos fracasos. O entre rejas, como alguno que yo me sé que logra reunir estos tres dones. No, la vida no es tan injusta después de todo.

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